El holograma de Chávez

El cronista volvió a Caracas luego de un tiempo. La objetividad y el pudor no son virtudes que coticen muy alto en el mercado político venezolano. La muerte de Kirchner y el cáncer del líder bolivariano.
Una semana en Caracas no habilita para hacer un análisis profundo sobre la actualidad de la política venezolana, pero sí una crónica cercana sobre una realidad que es mucho más diversa y rica que la que solemos leer o ver en los medios, en especial si son prochavistas o antichavistas.

La primera comprobación es casi obvia, pero necesaria. La polarización que se ve en la televisión de uno y otro bando responde al enfrentamiento visceral que atraviesa a la sociedad. Y ese enfrentamiento, naturalmente, no se debe a la aparición de Hugo Chávez en el escenario político, allá por 1992. La discusión en Venezuela es similar, en la superficie, a otras que se han dado en la región cuando lo que se enfrenta es un movimiento populista con las elites que venían ejerciendo el poder por décadas. ¿Cuándo y quién comenzó la violencia de clase, sea sólo verbal o sea física? ¿Por qué se inició?

Sin entrar en demasiadas honduras históricas, diremos que el golpe que encabezó Chávez en febrero de 1992 tuvo su origen en el hastío que una clase dirigente corrupta y cipaya produjo en la sociedad venezolana. El movimiento que encabezó aquel joven comandante sostenía entonces algunas banderas bolivarianas, algunos principios básicos de los muchos que luego serían su carta de presentación en la política democrática. El pueblo no tenía representación y la renta se la llevaban unos pocos, el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de un nucleamiento con un menú políticamente básico. El escaso desarrollo político de las masas en Venezuela no podía producir otro tipo de fenómeno social.

Así las cosas, el chavismo fue haciéndose carne en la sociedad y logró obtener sucesivos y legítimos éxitos electorales. La elite empresaria vio bien pronto que ese comandante tan exéntrico como muchos de ellos, no era una broma. O si lo era, era una broma bien pesada. Pero con una notable soberbia, los primeros opositores empresarios al régimen acompañaron su radicalización con torpes movimientos políticos: se abrazaron a Estados Unidos y atacaron a Chávez por su populismo demagógico.

En un país en el que, a pesar de sus riquezas, más de la mitad de la población se encontraba en la pobreza o en la indigencia, las formas pre-populistas del chavismo no eran un obstáculo para que su proyecto calara hondo. De este modo, la polarización de la que hablábamos tuvo dos vertientes: los medios opositores pasaron a representar a una parte de los sectores medios pero, básicamente, a los propios dueños, lo que los alejó sin remedio de la mayoría de la población. Y Chávez con su aparato mediático y su manera de gobernar por TV, se quedó con las mayorías que siempre habían sido desoídas.

La reciente aparición de Henrique Capriles Radosky, un empresario joven que se postula para enfrentar a Chávez en las elecciones presidenciales de octubre próximo, marca un cambio en la tendencia imperante. Se trata del primer candidato que la oposición logra construir en una década, más allá y más acá de las profundas y evidentes divisiones que sufre el movimiento anti-chavista.

La segunda comprobación se vincula con esto: Capriles cuenta con el apoyo de sectores que van de la ultraderecha a la ultraizquierda del arco político, sectores a los que sólo parece unirlos el espanto estético que les causa el chavismo. En Argentina y en otros países de la región se los calificaría de “gorilas”, aunque la candidatura unificada de la oposición debió incorporar en su propuesta algunas de las políticas sociales aplicadas por el chavismo durante estos once años en el poder. Es un módico avance.

Un ministro de una gobernación en manos de la oposición admitió ante este cronista que Capriles no tiene “ninguna chance” de vencer a Chávez. El vicepresidente Elías Jauas dio un paso más: “Con cáncer o sin cáncer, Chávez será candidato”, anticipó.

La enfermedad del líder bolivariano ocupa el centro de la escena en la larga campaña electoral abierta con el triunfo de Capriles en las internas abiertas de la oposición, el 12 de febrero pasado. Cerca del Presidente algunos comienzan a vislumbrar un período épico en el que Chávez operaría como Cristo al comienzo de su Calvario.

Esta postura mezcla cierto grado de fanatismo de algunos de sus colaboradores con no poco cálculo de otros, que se mueven cerca del carismático comandante. El chavismo hace rato que cruzó el límite del movimiento popular y se internó en ese meandro complejo que cruza mitos y hechos con visiones o percepciones.

Nadie en Venezuela paga mucho hoy por la objetividad, ni los que están en el poder ni aquellos que alguna vez fueron desplazados y tratan de manejar los hilos desde Miami.

El nuevo “eje del mal” en América latina está conformado por el propio Chávez, el presidente ecuatoriano Rafael Correa y, en menor medida, el mandatario boliviano Evo Morales. Para un lúcido integrante del gabinete chavista, está claro que las reservas de petróleo de Venezuela la ubican en el primer lugar de la lista de objetivos de Estados Unidos, que no se ha despeinado siquiera a la hora de invadir países si tal cosa fuera considerada necesaria para garantizar su “seguridad nacional” (y sus necesidades energéticas). Como no considera la ocupación como una alternativa, por ahora, Washington ha utilizado hasta aquí todas las otras opciones destinadas a “limar” al gobierno de Chávez. Correa y Morales aparecen aún en el borde del radar político de Estados Unidos.

La enfermedad de Chávez, entonces, luce como un dato político que, se agrave o no en los meses que faltan de aquí a los comicios de octubre, puede servirle a su aparato para derrumbar cualquier posibilidad de la oposición. Para algunos analistas, los ejemplos están a la vista: la muerte de Néstor Kirchner, aplanan, llevó a su viuda a la reelección con una ventaja indescontable. La propia enfermedad de tiroides de Cristina Kirchner, en enero pasado, la mantuvo en los mismos niveles de popularidad que había cosechado en las elecciones de octubre.

No cabe duda de que la primera reacción de los votantes, en particular aquellos que están más rezagados económicamente, es de empatía hacia los líderes que deben atravesar situaciones de crisis en el manejo del poder y, más aún, si son problemas personales.

Claro que se trata de una alquimia delicada la de andar especulando políticamente con la enfermedad de tu Presidente o la del líder de tu movimiento. Pero en Caracas es evidente que lo que se juega con los vaivenes de la vida de Chávez es la supervivencia misma del sistema político que él diseñó e instauró. Y cientos de millones de dólares anuales provenientes del petróleo.

En conversaciones privadas de periodistas y analistas en la capital venezolana, lo sucedido con Kirchner es un tema recurrente. “Se inmoló. Sabiendo que si lo hacía se moría, en vez de retirarse, siguió. Y con su muerte le devolvió el oxígeno a su movimiento político”, se exaltó un experto venezolano en Ciencia Política.

Aunque parezca un exabrupto, bien puede asimilarse a un holograma político del futuro. Algo que vemos pero que no pasó, pero puede pasar.

por Julio Villalonga/mdzol.com