Disponer de cartas electrónicas, posición satelital, sofisticados sensores y todo tipo de dispositivos y avances tecnológicos no impidió que el maravilloso crucero Costa Concordia, de casi 300 metros de eslora (largo) y más de cien mil toneladas de desplazamiento, terminara varando y naufragando tristemente en medio de unas de las rutas náuticas más conocidas y transitadas del mar. La explicación más simple para esta insólita situación, expresada con tono grave y dramático por una de las autoridades de la compañía, fue que se trató de un “error humano” dicho como quien hace referencia a algo imprevisible y alejado de la responsabilidad institucional. Sin embargo, el “error humano” es un hecho siempre posible, probable y por lo tanto factible de ser evitado o minimizado en su acaecimiento y consecuencias.
El sabio Aristóteles (-384 a -322 A.C.) señalaba como rasgo distintivo de la especie humana su capacidad de razonar con su recordada cita “el hombre es un animal racional”. Siglos después, el filósofo alemán Ernst Cassirer (1874-1945) ponía el énfasis en la singularidad humana de configurar el mundo cultural a través de símbolos propios del lenguaje, el mito, la religión y la ciencia, al decir que “el hombre es un animal simbólico”. Sin embargo, otra forma de definir al ser humano es destacar que el hombre es un “animal falible”. La falibilidad a la que hacemos alusión no es solamente la que surge de la limitación enunciada por epistemólogos del nivel de Rand, Popper o Bunge que hacen referencia a las dificultades humanas para acceder a la verdad sino también a los errores que se producen en la toma de decisiones como consecuencia de fallas en la percepción, el predominio de factores emocionales o distorsiones en el juicio. Cuanto mayor es la capacidad intelectual de la especie y menor el accionar instintivo, mayor será la posibilidad creativa pero concomitantemente se incrementa la posibilidad de error. Ciertamente, parece que hay menos probabilidad de que una hormiga se desvíe de su ruta al hormiguero, un hornero yerre el proceso en la construcción de su nido o un castor construya su represa en un lugar equivocado a que un profesional entrenado se lance a una ruta de navegación peligrosa por razones que distan de ser técnicas u operativas para encuadrarse en aspectos meramente afectivos y sociales.
Conscientes de esa característica humana, las organizaciones evolucionadas minimizan los riesgos del error individual apelando al trabajo en equipo, a los aportes multidisciplinarios y a los mecanismos de control. Por su parte, las sociedades modernas han tendido a hacer desaparecer los regímenes unipersonales y han virado a reinados simbólicos con fuertes parlamentos o a sistemas presidenciales con gabinetes ministeriales altamente profesionalizados y un sistema de balance de poderes con control ciudadano que se expresa a través de los medios de comunicación social, las organizaciones no gubernamentales, y actualmente, de las llamadas redes sociales que eluden las intermediaciones. Toda acción que tienda a debilitar este ejercicio despersonalizado del poder es no solo involutiva sino también fuertemente impulsora de la posibilidad de forzar errores en la toma de decisiones que hacen a la gestión.
Esta reflexión viene a cuento porque esta semana en Argentina hemos retrocedido dos largos pasos en nuestra marcha hacia una sociedad democrática, justa y republicana. El primero deriva de la constitución de una mayoría oficialista en la Comisión Bicameral que tiene por función revisar los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) que promulga el ejecutivo. Lejos de siquiera pretender que existe una disposición a analizar con criterios objetivos y conciencia de división de poderes el accionar presidencial, en la primera reunión la mayoría oficialista avaló cuatro DNU sin mayores cuestionamientos a pesar de que incluían temas tan controversiales como la facultad del gobierno de revisar los adicionales de los sueldos estatales. Este decreto, habilita la modificación de situaciones de larga data por lo que no refiere a urgencia alguna. La única causa presumible para no dar trámite legislativo al tema sería evitar el desgaste político que representarían las críticas de la oposición a una medida que se alinea en cuestiones de ajuste salarial, fuertemente criticadas por el mismo oficialismo en situaciones anteriores. De este modo, se advierte que el gobierno ha cerrado un esquema que permite sustituir con decretos la tarea legislativa y provocar atajos aun en cuestiones en que eventualmente podría imponer su mayoría en las Cámaras pero no sin tener que escuchar las voces que representan a un 46 por ciento de la ciudadanía. Esta situación, ha dejado como único límite a los excesos gubernamentales en materia legislativa al accionar de la justicia que como sabemos es funcionalmente lenta y renuente a interferir en la acción de los otros poderes.
Desde el espacio ciudadano todavía quedan los medios independientes para mantener las conciencias despiertas, señalar los errores y denunciar los hechos sospechosos. Pero estos medios cada día sufren un nuevo embate siendo el más reciente una resolución del Ministerio de Economía que fija cupos a la importación de papel para diarios y completa el control estatal sobre la producción, comercialización e importación de este material. Esta estocada se suma a las variadas presiones ejercidas sobre los diarios Clarín y Nación y la empresa Papel Prensa a la que llegó a acusarse de haber sido comprada mediante la comisión de delitos de lesa humanidad contra sus anteriores dueños, acusación que no solo no fue probada sino que se apoya en la aplicación retroactiva de figuras delictuales incorporadas con posterioridad a los hechos aludidos.
Convengamos que sin control legislativo de los DNU y con las crecientes limitaciones a la libertad de prensa más la expresa y notable incapacidad de los ministros para actuar con criterios profesionales sin recibir instrucciones específicas y hasta para hablar ante los medios sin permiso, el barco nacional ha quedado sin resguardos, alternativa, asesoramiento y control, al comando solitario y absoluto. Esto nos aleja de la segura ruta institucional y nos aproxima a las peligrosas aguas del autoritarismo. Los arrecifes están representados por la inflación, la sequía, la situación económica internacional, la convulsión social derivada de expectativas que comienzan a ser insatisfechas y las disputas internas. Nuestra conducción necesita escuchar las voces de alerta que en otras situaciones, como cuando el ex vicepresidente Cobos evitó el desastre de la Resolución 125, han salvado al barco de la varadura aun contra la voluntad de su capitán. Lamentablemente, esos frenos institucionales y sociales hoy ya no están.
En medio de esta marcha tormentosa la sorprendente declaración del Primer Ministro Británico, David Cameron, de que la Argentina era “colonialista” como respuesta a los justos reclamos de soberanía sobre Malvinas nos muestra que tenemos vigente un conflicto que no podemos ignorar. Esta declaración es técnicamente incorrecta, históricamente inexacta y racionalmente absurda. Gran Bretaña ha sido la mayor potencia colonial de la historia y Argentina fue ella misma una colonia hasta 1816 y jamás tuvo enclaves coloniales conocidos. Tamaño error, en un dirigente a quien no le faltan asesores, revela una deliberada intención de irritar y provocar lo cual funciona como un elemento de distracción en un reino inmerso en graves problemas económicos y políticos. Similares circunstancias internas impulsaron las provocaciones de Margaret Tatcher que derivaron en la fase armada de la crisis desatada en 1982. Nuestro gobierno, que por primera vez ha conseguido una medida de apoyo concreta en el ámbito del MERCOSUR al cerrar sus puertos a los buques con bandera de Malvinas, debe ser coherente y tener en cuenta una lección que brindan miles de años de experiencia: aunque grande sea el deseo de una de las partes de resolver un conflicto en forma pacífica es imprescindible negociar con un grado de poder militar que disuada a la contraparte de actuar con soberbia e impunidad. Por eso resulta imperioso recomponer racionalmente nuestra capacidad militar y estrechar relaciones con nuestros potenciales aliados. No ayudan a ello las medidas unilaterales adoptadas en materia de comercio exterior, que castigan a brasileños y uruguayos, ni la falta de presupuesto para recuperar capacidades perdidas en nuestras fuerzas armadas. Argentina no tiene una hipótesis de conflicto con Gran Bretaña sino un conflicto en curso y debe asumir que las tensiones aumentarán a medida que nos acerquemos a los 30 años de la histórica gesta del 2 de Abril y prepararse para actuar en consecuencia.
Compatriotas, tenemos que hacer escuchar sonoramente las voces ciudadanas, en este como en otros asuntos que aquejan a nuestro país, porque la capitana de la nave nacional necesita desesperadamente buen asesoramiento aunque ella misma no lo advierta.
Un abrazo para todos.
Juan Carlos Neves, presidente de Nueva Unión Ciudadana.