EDITORIAL.- Técnicamente, si lo que le atribuyen a los Mayas y lo que cuanto agorero anda pregonando por ahí es cierto, el año próximo,después de unas felices fiestas a esta hora no existiremos. Los planetas, Nostradamus, San Malaquías y los mismos Mayas, se habrán alineado para configurar el Fin del Mundo, previsto según se dice para el 21 de Diciembre de 2012. Por lo tanto, ésta sería la última Navidad que habremos de celebrar en nuestras vidas.
Recorriendo la historia es posible encontrarse que de tanto en tanto, la humanidad ha sido atrapada por la idea de que el Fin de los Tiempos estaba cercano. A la distancia de los siglos resulta incluso risible observar cómo aquellas gentes cayeron en esa psicosis y fueron capaces de realizar hechos reñidos con la razón más elemental, pero bueno, debe ser que todo vale cuando del Fin del Mundo se trata.
El primer apocalipsis fallido
De todas, la historia más sabrosa debe ser la que dicen ocurrió el 31 de Diciembre del año 999, casi nada; se terminaba el primer milenio y la cristiandad europea estaba inundada de diablos y castigos terminales predicados largamente por la Iglesia Católica.
Frederick H. Martens, en “La Historia de la vida humana”, cuenta que hacia la medianoche de aquella fatal jornada, la iglesia mayor en Roma –la Basílica de San Pedro no existía por entonces- estaba colmada por los fieles que habían acudido a pedir la clemencia celestial en aquel amargo momento.
La misa estaba a cargo del Papa Silvestre II, quien según cuentan las crónicas, lucía ceremonioso y había preparado toda la escena convenientemente. El silencio era lapidario mientras el Papa en silencio levantaba los brazos al cielo en imprecación por esta humanidad perdida, mientras –continúa el relato-, la tensión aumentaba a medida que el reloj se acercaba a la medianoche. Los únicos ruidos que se escuchaban eran los de los cuerpos que caían sobre la fría piedra muertos de tanta angustia, mientras la mayoría sudaba de terror.
Roma se estremeció con el inicio de la primera campanada y a lo largo de los doce golpes más de uno se quitó la vida para no ver el final. En los hospitales y en las casas, cuentan que sacaban los moribundos y los heridos a la calle para que pudieran ver a Cristo descendiendo de los Cielos.
De lo que pasó cuando terminaron las doce campanadas hay dos versiones, la de Martens que dice que al final no pasó nada y el Papa se volvió hacia el pueblo con una sonrisa ladina en señal de triunfo, mientras el órgano y el coro entonaban “Te Deum laudamus” (A ti, Dios, te alabamos).
La otra versión dice que una ira generalizada se apoderó de muchos que se sintieron timados y emprendieron a romper cuanto se les cruzaba, incluso parece que quisieron hacerse con la persona del Papa para arrojarlo al Río Tíber. Ése fue el primer Apocalipsis fallido, a los mil años del nacimiento de Cristo.
En el baúl de las referencias de aquel “final de tiempos” hay de todo, y algunas anécdotas son sumamente pintorescas: desde conversiones en masa al cristianismo, flagelaciones públicas hasta ventas de bienes para donarlos a la Iglesia a fin de lograr la salvación.
Charles Berlitz, escritor norteamericano muy aficionado a estas temáticas, cuenta que se perdonaban las deudas mientras maridos y mujeres se confesaban mutuamente las infidelidades y se perdonaban. Los criminales eran liberados pero se negaban a irse a fin de expiar sus pecados y salvarse; multitudes peregrinaban hacia los conventos pidiendo absolución de los pecados, y tal era la cantidad de fieles penitentes que se dice que los sacerdotes ya absolvían en masa.
Mil años más tarde…
Cuando se acercaba el año 2000 de nuestra era, también se renovaron predicciones y augurios funestos. En las paredes se pintaba “YK2”, el anuncio de una suerte de fenómeno cibernético que dejaría al mundo sin computadoras y causaría el pánico generalizado. Y ya vemos, aquí seguimos.
Ahora se anuncia el 21 de Diciembre de 2012 como el día final, una jornada prologada por todo tipo de fatalidades inminentes, desde un cometa con nombre ruso que no sabemos qué pasó con él, llegada de naves intergalácticas, lluvia de basura espacial hasta la elaborada teoría de una Perfecta Tormenta Solar en el 2012 que fritaría nuestro sistema satelital, los teléfonos y paralizaría al mundo.
No sabemos de otras épocas, pero ahora sí podemos palpar una suerte de maldad generalizada en el ambiente; tambores de destrucción masiva, hambrunas impensables para este tiempo; una decadencia generalizada en los valores humanos y en los sentimientos más nobles.
Un caldo de cultivo perfecto para que los falsos profetas hagan su agosto anunciando finales apocalípticos, a lo que un gran número responde con la tentación del pesimismo, que no es otra cosa que falta de fe; porque la fe insufla siempre esperanza.
Una humanidad descreída y decadente, abandonada a su misma suerte no puede esperar más resultados que los que ella misma fabrica. Es el hombre quien ha creado su propio Apocalipsis que puede suceder antes o después del sugerido por los Mayas.
Una humanidad sumida en una profunda crisis que piensa que es terminal, y nuevamente convoca a la tentación de abandonar el optimismo.
Más que afligirse por los Apocalipsis con fecha de vencimiento en el fondo del envase, convendría pensar que toda crisis es una oportunidad de cambio. El Apocalipsis ya está instalado y no dependen de los Mayas. Será la “Caída de los Reinos”, la caída del sistema tal como lo conocemos. Hace falta nada más ver los diarios para comprobar que Europa se hunde y Estados Unidos da manotazos de ahogado. La Cultura Occidental ha llegado a su fin.
Viene otro tiempo distinto, con otros valores. Asistimos a un cambio cultural de magnitudes insospechadas. Por eso la Navidad tiene que concedernos la posibilidad de reflexionar íntimamente un pequeño instante para que nos demos cuenta de que podemos renovarnos. Porque ésa es la mayor virtud del ser humano, cambiar para mejorar.
El futuro será siempre una cuestión de fe y esta crisis es la mejor oportunidad que tiene el mundo para cambiar; es la oportunidad que tenemos cada uno.
Por lo demás, esa fe –como sea que uno conciba a Dios-, tiene que llevarnos a pensar y proyectar mucho más allá del año 2012, porque a los hombres de fe la Escritura les enseña que “ni los ángeles del Cielo, ni el Hijo, conocen la hora, sino sólo el Padre” (Mt. 24, 36).
Así es que nadie puede saber cuándo se terminará el Mundo. Lo demás, es una simple y compleja cuestión de fe.
Por: Ernesto Bisceglia
Para El Intransigente