El Estatuto de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) indica que para la designación de autoridades se requiere el voto de por lo menos dos tercios de sus integrantes –arzobispos, obispos titulares y auxiliares–. Si luego de dos escrutinios ningún candidato alcanza ese número de sufragios se resuelve por simple mayoría.
El martes pasado, José María Arancedo resultó electo presidente. ¿Con cuántos votos? ¿Hubo oponentes? ¿Fue respaldado por los dos tercios o debieron realizarse tres escrutinios y ganó por simple mayoría? Las respuestas a estos interrogantes deberían figurar en cualquier reporte sobre un proceso electoral. Sin embargo, basta seguir la cobertura periodística sobre la elección de quienes ocuparán los más altos cargos en la Iglesia Católica argentina para advertir que dicha información estuvo prácticamente ausente. Apenas algunos medios dejaron entrever que Arancedo habría necesitado de una tercera elección para vencer a Virginio Bressanelli, finalmente designado vicepresidente primero.
La voluntaria decisión episcopal de no dar a conocer los detalles del resultado electoral reproduce una histórica preocupación por exteriorizar una imagen de cuerpo eclesiástico uniforme. Los denodados intentos por exhibir un formato homogéneo y no traslucir sus divergencias responden a un “imperativo categórico” que asocia unidad con credibilidad. Como contrapartida, la diversidad sería interpretada como debilidad, confusión doctrinaria e incerteza en el rumbo institucional.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-166593-Iglesia-si-hay-diferencias-que-no-se-noten.html