Motivos de una campaña adormecida


Consecuencia directa de las primarias, en las que el resultado contundente tranquilizó al Gobierno y desorientó más a la oposición, la etapa proselitista precomicios generales está aletargada. Opinan consultores, críticos y publicistas. Qué hacen los candidatos.
Antes de parir un nuevo gobierno para los próximos cuatro años, la política argentina recibió una epidural que ha neutralizado parte de su fervor. Consecuencia directa del aplastante resultado de las elecciones primarias, sólo algunas excepciones terminan por confirmar la regla, y a poco más de dos semanas para los comicios se asiste a una de las campañas más deslucidas y menos confrontativas de la reciente historia democrática nacional.

A la par, una sociedad que ya decidió en agosto asiste a una nueva contienda cuyo resultado aparece cantado, y lograr captar su interés es poco menos que imposible.
Por más optimistas que quieran mostrarse, los derrotados de las primarias saben de la dificultad de una empresa cuyo éxito es más propio de un milagro que de la consecuencia directa de su accionar.

Caminan. Todos caminan. Y buscan el contacto directo con la gente. En ese plano también sobresalen los oficialistas. Desembarcan con obras y mostraron en estas semanas la prueba de lo que prometerán después. A la oposición no le queda más que la promesa pelada, sin certificación posible. Lo de siempre, pero ahora menos fulgurante.

En lo discursivo, ni desde el fragoroso kirchnerismo se escapan expresiones capaces de levantar el aletargado presente de la campaña. En una especie de cultura zen, la presidenta Cristina Fernández hace proselitismo con el discurso más moderado que se le recuerde. Ni hablar del siempre medido Daniel Scioli.

La disociada oposición suele pegar algún grito revelador del tiempo que transcurre, pero rara vez contra el Gobierno, a priori el rival a vencer, sino contra otra expresión opositora. La atomización se profundiza, las diferencias quedan expuestas groseramente y la sociedad vuelve a mostrarse escéptica respecto de su clase política. Entre las excepciones está Francisco de Narváez, en su obstinada disputa con Daniel Scioli, a cuyo gobierno suele criticar con dureza. Algo similar hace Martín Sabbatella.

Por lo demás, el debate está en archivo, a las publicidades les cuesta despertar entusiasmo, y tampoco han logrado instalar frases o eslóganes que vayan a perdurar en la memoria.

El filoso escritor Jorge Asís resume en la “cristinización de la política” su visión de la actualidad posprimarias. Agrega que “ningún otro presidente peronista supo concentrar tanto poder de decisión como el que hoy ostenta Cristina. Debe aceptarse que Cristina mantiene al país rendido, resignado, ante su voluntad. Ella pasa la zaranda entre los paredones del oficialismo, y tiene la capacidad agradable de arrojar por la ventana a una generación de opositores desbordados”.

El también escritor, y amante del estudio sociológico, Jorge Dorio da su parecer acerca de la tranquilidad con la que se mueve el oficialismo y la dificultad para destacarse por parte de la oposición. “Hay una consigna que dice que mejor que decir es hacer, y creo que el pueblo está viendo la relación que existe entre los decires y los haceres de cada una de las fuerzas políticas”, afirma.

“Si uno analiza los discursos de afirmación ideológica, por ejemplo del radicalismo, y se encuentra con el pastiche que desemboca en la fórmula y el desquicio de las candidaturas; si uno ve la forma en que funcionó Elisa Carrió en sus decires y la forma en que funcionó después en sus haceres, que ni siquiera fue capaz de hacerse cargo de la derrota en las primarias; y si uno ve la forma en que funcionó el Poder Ejecutivo, y la forma en que se cumplieron las promesas, creo que es fácil de deducir: la gente confiará en aquello que le responda, y en los otros no”, añade Dorio.

Para la consultora Mariel Fornoni, si existe poca atención de la ciudadanía “se debe a que siente que está definido. Salvo alguna elección local o alguna situación específica, la mayoría es de final anunciado, entonces, se pide que se vaya a votar algo que ya se sabe cómo salió”.

Fornoni remarca que “en la elección de 2007, en la que Cristina Fernández también ganaba, y por menos diferencia entre el primero y el segundo, hubo un gran grado de ausentismo. La verdad es que hay gente a la que, sintiendo que ya hay un final anunciado, le cuesta ir a votar; es bastante complicado generar el entusiasmo”.

Juan Courel, uno de los responsables de la campaña de Scioli, percibe otra realidad. “El 23 de octubre esperamos una afluencia masiva a las urnas, como pasó el 14 de agosto”, dice. Sea cual fuere el final de la historia el 23 de octubre, la criatura nacerá bajos los efectos de un parto anestesiado.

Autor de Nota: Revista La Tecla