Israel, el enemigo cómodo

“Hoy, nadie tiene duda de que va a haber un Estado Palestino”, nos dijo el Dr. Snadjer de la UH de Jerusalén hace unos días. “La disputa gira en torno a los costos que cada quién está dispuesto a pagar para que ello ocurra”. Esta semana en la ONU se discute este caso. A veces pareciera como si todo fuese blanco o negro, y los medios no siempre nos ayudan a comprender las complejidades que este tipo de circunstancias entrañan.

Por ejemplo, sólo el Consejo de Seguridad puede reconocer a un miembro de pleno derecho; la Asamblea General, únicamente tiene facultades para elevar el estatus de Palestina de “Entidad observadora no-votante”, a “Estado observador”, lo que le otorgaría sólo ciertos derechos. Presentar el asunto ante el Consejo de Seguridad enfrentará seguramente el veto de Estados Unidos, con el consecuente desprestigio en el mundo árabe que ello le ocasionaría. EU se ha opuesto a que esta acción se lleve a cabo por fuera de las negociaciones con Israel. Pero la realidad es que el proceso de negociaciones tampoco ha sido terso ni exitoso. Lo que resulte de estas votaciones en la ONU, por tanto, no producirá de manera automática un Estado palestino de facto.

Hay analistas que dicen que esta resolución acercará más a los palestinos a tener su propio país, y hay quienes opinan exactamente lo contrario.

Para comprenderlo es necesario intentar contextualizar la situación. Israel ha sido quizás el gran perdedor de la primavera árabe. Ante un panorama de confusión, varios ex aliados del Estado judío se han ido alejando cada vez más del antiguo esquema, buscando un nuevo balance de fuerzas en la región. De este modo, países como Egipto y Turquía hoy buscan un reposicionamiento estratégico, no tanto preocupados por el Estado palestino como por sus propias agendas. Israel, en ese sentido, representa el enemigo cómodo. Tras las revueltas en el mundo árabe, diversos estudios han mostrado que el sentimiento antiisraelí en estas sociedades permanece muy elevado.

Es probable que esta animosidad se encontrase latente desde hace décadas, pero algunas dictaduras como la egipcia mostraron un acercamiento hacia Israel y Occidente, porque así convino a los intereses de las élites en su momento. Hoy la cosa es muy distinta. Si los factores estructurales que dieron lugar a los movimientos populares (tales como el desempleo juvenil, la inflación, la corrupción y el autoritarismo) no se pueden solucionar en pocos meses, al menos el distanciamiento con Israel sí puede proporcionar réditos inmediatos con la opinión pública.

El problema es que ante su aislamiento y frente a la turbulencia que este nuevo panorama estratégico representa, Israel ha reaccionado erráticamente. En momentos intenta desescalar los conflictos y mostrarse condescendiente. En otros momentos, sin embargo, se muestra agresivo con el fin de no dar señales de debilidad. Esto coloca a la situación del Estado palestino ante riesgos imprevisibles.

En un primer escenario, la solución de dos Estados, avalada por la ONU, sería jurídicamente legitimada, y actores como Hamas o grupos judíos radicales que proponen un solo Estado quedarían relegados a segundo plano. La votación favorable a Palestina (aun en la Asamblea General) presionaría diplomáticamente a Israel, quien se vería obligado a negociar en circunstancias de menor fuerza y, por tanto, tendría que efectuar mayores concesiones que en otros tiempos.

Sin embargo, hay otros escenarios. Israel puede reaccionar de manera opuesta ante el temor que genera su aislamiento. La sociedad palestina, ahora empoderada no sólo por el contexto que se vive en la región, sino por una votación favorable en un órgano como ONU, podría detonar su propia “primavera” y manifestarse incluso frente y dentro de los asentamientos judíos de Cisjordania.

Esto podría disparar disturbios locales, y ante un entorno complejo, generar incentivos para que otros actores quieran sacar partido de la situación. Hay, en efecto, quien predice que se avecina un conflicto regional. Pero si eso ocurre, el Estado palestino no está cerca de surgir en el mundo de la realidad, y por lo tanto, la maniobra ante Naciones Unidas no habrá rendido los frutos esperados.

La paz en esa parte del mundo no es imposible. Pero para que ocurra, los actores —todos— tendrán que estar dispuestos a pagar los costos correspondientes. Y eso no es algo que se negocia; se construye con el tiempo y desde la raíz.
Fuente: eluniversal.com.mx