Oh, la, la, Francia

Decenas de personas hicieron largas colas y visitaron ayer la Embajada de Francia, abierta al público por única vez en el año. Afuera, se armó un mercado galo con carpas para ofrecer su típica gastronomía.

Mientras unos hacen la cola para entrar a la Embajada de Francia, otros prefieren esperar su turno para degustar alguna delicia de la cocina francesa en la carpas montadas para la ocasión en la Plaza de Coubertin, justo delante del tradicional inmueble. Por cuarto año, la embajada abrió sus puertas al público entre las 11 y las 18 para dar a conocer algunos de sus salones. Oh, la, la.

Para entrar, primero hay que mostrar el documento, pero antes hay que hacer la fila que le da dos vueltas a la embajada. Paciencia. Tal vez por eso, más de uno se entretiene comiendo un crepe, aunque ese puesto también tiene una fila larga. Para degustar, están las mermeladas, los “macarons” (unos dulces tradicionales del país galo) y la mostaza de Dijon, un clásico francés. De paso, también, hay algunos chocolates suizos.

Los visitantes entran por grupos con varios guías. En la sala de baile o salón de honor, desde donde se hizo la conferencia de prensa cuando Ingrid de Betancourt estuvo en el país, el guía señala el fresco del techo, las arañas de cristal, los marcos dorados a la hoja y pregunta: “¿Qué otro salón similar hay en la Ciudad?”. Una mujer, evidentemente erudita en estas cuestiones, enumera: “El del Círculo Militar, el del Palacio Pueyrredón, el de la Legislatura, el de la Casa Rosada”. “Bien, bien, ¿y cuál más?”, repregunta el guía. “¡El del Teatro Colón!”, lanza otra señora o, mejor dicho, madame. Más allá, en el salón cuyas paredes están cubiertas por las fotos de todos los embajadores que pasaron por aquí, Jean-Pierre Asvazadourian, el actual embajador francés, charla con otro grupo de personas, después sale y habla con los que hacen la fila. En realidad, ésta no es su casa, sino el lugar de trabajo: las oficinas están en los pisos más altos y su residencia queda en Martínez.

La Embajada de Francia, en Arroyo y Cerrito, es también el Palacio Ortiz Basualdo, inaugurado en 1918 y en manos de Francia desde 1939. Y si se llama Palacio es por algo: cuatro pisos, cuerpo central, alas laterales, pabellones de servicio, una cúpula, una torre, salones lujosos, arañas de cristal de Baccarat -¡como en el Palacio de Versalles!-, marcos dorados a la hoja aquí y allá, sillas con patas que terminan en forma de garra por influencia de la Reina Ana, picaportes tallados, alfombras, reproducciones de cuadros de los siglos XVII y XVIII, biblioteca “estilo gótico inglés” y ascensor con asiento de madera. ¿Algo más? Oui. También están el salón comedor con la mesa impecablemente puesta, el salón de música, el salón de baile, la escalera de honor en caracol, los grandes ventanales con sus vistas y muchos espejos. En fin, todos detalles que hacen que un palacio sea un palacio y que, en este caso, además, muestran la influencia francesa en la arquitectura argentina. Qué elegancia la de Francia, diría Homero Simpson.

Fuente: La Razón