En tiempo récord, la tradicional confitería, inaugurada en 1917, fue vaciada el domingo a la madrugada y sus vidrios pintados de blanco. El local fue vendido y cambiará de rubro.
Cerró. Pintura blanca en los vidrios, candado y chau. La tradicional confitería Richmond dejó de funcionar. No alcanzaron ni los abrazos simbólicos ni las acciones legislativas de último momento ni las miles de firmas a contrarreloj ni la historia de un “bar notable” que abrió en 1917 y que, en su subsuelo, tenía un salón de billar. Es así: cuentan los vecinos que en la madrugada del domingo tres camiones se llevaron todo, desde las mesas y las máquinas de café, hasta las cafeteras y las gaseosas. Hay más: los empleados y proveedores del lugar se encontraron con que estaba cerrado y que a ellos nadie les había avisado nada cuando se presentaron al otro día.
Según contó un vendedor que trabaja en esa cuadra de Florida entre Corrientes y Lavalle, la confitería funcionó hasta el sábado y en la madrugada del domingo se presentó una veintena de personas para vaciar el lugar. Si algún curioso pretende espiar el interior del local, se encontrará con que las puertas interiores también vidriadas fueron pintadas de blanco. El vacío no se ve, pero se sospecha y un anuncio decreta “Cerrado por reformas”.
El jueves pasado, la Legislatura porteña declaró al lugar “Sitio Histórico” en un intento de último momento de proteger el lugar. Claro que la protección alcanza la arquitectura del espacio de 1.500 metros cuadrados, pero no a la actividad. La ley, que debe ser promulgada por el Ejecutivo, no impide el cambio de rubro. El viernes hubo un abrazo simbólico al local ubicado en Florida 468, plena peatonal. Y se juntaron miles de firmas entre vecinos para llevar al Gobierno porteño.
Ahora, los trabajadores planean ir al Ministerio de Trabajo para solucionar su situación laboral y, además, trascendió que se presentará un recurso de amparo para evitar cualquier intervención en el lugar. De todas maneras, no se puede obligar por ley a mantener una actividad o rubro determinado.
La legisladora porteña María José Lubertino manifestó su descontento a través de Twitter: “Sea lo que sea que estén haciendo en la Richmond la obra es ilegal si no pidieron antes autorización”. De paso, pidió al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, que convoque a los dueños y cuestionó que desde hace más de diez años nunca se haya constituido la comisión para buscar soluciones con los empresarios.
La movida se dio casi en tiempo récord. La noticia del cierre se conoció el martes y nadie esperaba que en menos de una semana el lugar ya estuviera cerrado y vacío. Los dueños del bar decidieron cerrarlo y ya vendieron el local a un grupo inversor, que podría alquilarlo para que se instale un negocio de la firma de ropa deportiva Nike. El local tiene 650 metros cuadrados en su planta baja, con una barra de estilo inglés y revestimientos de roble. En los sillones de Chesterfield, se sentaron, entre otros, Jorge Luis Borges, María Elena Walsh y Oliverio Girondo.
Fuente: La Razón