“EL QUE A HIERRO MATA, A HIERRO MUERE”

Por Carlos Berro Madero

Las heridas del tiempo en una persona que se sabe mortal y busca afanosamente el modo de soportarlas, le provocan casi siempre una parálisis en sus decisiones fundamentales.
Sin que tengamos puntos de referencia precisos sobre la magnitud del dolor de Cristina Kirchner por la muerte de su marido, aparece como muy nítida la irreversible sucesión de algunas cuestiones de su vida privada que nublan su aceptación de las evidencias de dicha realidad.
En los sueños del recuerdo de lo que fue, es visible comprobar que confunde lo que ya “no retornará” con un deseo irrefrenable de lo que “podría volver a ser”, sin comprender que esto último no es más que un sueño imposible.
En el camino de estas “remembranzas”, es casi seguro que la actual Presidente seguirá estallando por algún tiempo más con arranques que responden al espíritu de una mujer que ya no puede dominarse y, aunque no lo diga, desea mantener su poder.
Tratándose además de una persona inestable -como se ha comprobado con largueza-, dichos estallidos no hacen más que poner en crisis permanente a sus seguidores, porque el papel que representa se “instala” en las vísperas de un tiempo en el que las certezas debieran borrar de cuajo cualquier incertidumbre emocional.
El país, una vez más, ha entrado así en un cono de sombras amenazantes.
El “encuentro fundacional” que nos propusieron los Kirchner hace siete años, se asemeja hoy a un proyectil lanzado al espacio sin destino. Su retrospectiva radica en la vaciedad de un discurso ambivalente que ya no engaña ni convence a nadie. De lo que se trata ahora es de una lucha despiadada por el poder residual.
La “señora” y su séquito, en su desesperación teñida de omnipotencia, cometieron un error que hoy se les vuelve en contra: usaron los “hierros” del peor sindicalismo y la juventud rencorosa de los 70 para intimidarnos, y hoy se ven amenazados por sus mismas armas. El caos que esto está generando en la sociedad, es imposible de dominar mediante las viejas “recetas”: los “amigos” comienzan a probarse otros trajes, de diferentes colores, porque intuyen que deben prepararse para un eventual “salvataje”.
“Me sueño a mí misma envuelta en amor, pero me veo privada de él”, parece decir la atribulada Cristina, como si fuera un personaje de alguna novela de Pérez Reverte.
Estamos en manos pues de los vaivenes sentimentales de quien se ha encerrado en un círculo que la asfixia, y cuyo único sentido común parece estar representado por su afán de lograr alguna estrategia útil que le permita “capturar” la aquiescencia de oficialistas díscolos y opositores que aún no se definen para seguir sacudiéndonos con sus monsergas por otros cuatro años.
Cualquiera sea el resultado, no es el camino que conducirá al gobierno a dilucidar el laberinto de sus dilemas. Por el contrario, debería afrontar sus severas contradicciones cuanto antes, porque el daño que le ocasionan estos pasos de “minué” se ejecutan sobre un escenario “montado” y meramente virtual.
Esto no ayudará a resolver la encrucijada a la que nos ha llevado la falta de reflexión y el desinterés por usar el razonamiento y la responsabilidad en las tareas de gobernar.
No existe un “modelo”. Solo las consecuencias que genera el haber edificado en el país un mundo “sentimental”. Un país donde todo “se anuncia y se recuerda”.
Quienes intenten develar la incógnita de los días por venir, deberán prestar mucha atención a las características psicológicas de estas cuestiones.
Cristina, finalmente, no es más que la fiel reproducción del conjunto de una sociedad que se consume y pareciera no haberse apercibido que quizá no exista como se la imaginó.
Esto es lo que está en juego y deberá develarse, cualquiera sea el candidato que triunfe en las elecciones de octubre próximo.

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