Barcelona es un justo finalista de la Champions: empató 1-1 contra el Real Madrid y demostró que las ideas no se cambian ni se matan. Siempre superior, se medirá ante el United o Schalke 04. Goles de Pedro y Marcelo.
Está el resultado, el uno a uno invariable que engordará la estadística y llenará espacios. Está la geografía, el Camp Nou blaugrana, lluvioso, húmedo, emocionado. Está la historia escrita en las semifinales de la Champions League, cuando Barcelona dejó afuera -eliminar no es acorde a la filosofía de este grupo de jugadores- al Real Madrid y avanzó a la gran final en Wembley, en donde se medirá con el Manchester United o el Schalke 04. Están los nombres, el de Pedro y el de Marcelo, autores de los goles. Está la ideología, la razón, el espíritu, la esencia, el convencimiento. A los detractores, a los que esperan agazapados -nunca van de frente- para matar la idea el día que pierde, habrá que explicarles que no hay equipo más resultadista que el Barcelona. No sólo gana, (de) muestra su idea, demuele orgullos, soberbias, cegueras, miserias. El Barcelona une. Perder contra los catalanes, vaya espiral futbolero, sirve para corregir errores, para recurrir invariablemente, aunque sea en silencio, a la autocrítica. Ayer, después del 2-0 en la ida en Madrid, Barcelona volvió a hacer lo de siempre: probar algo de manera que racionalmente no se pueda negar.
“Si perdemos, continuaremos siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos, seremos eternos”. Dentro de las comillas habitan antiguas ideas que estallan en el presente. Le pertenecen a Josep Guardiola, el director de la orquesta catalana que ayer, por juego, por la propuesta, por haber sido el mejor equipo de los dos en la serie de la Champions y, en el global también, en esos cuatro episodios que se disputaron en apenas 18 días, tocó y tocó la pelota. Y más allá de que la Copa del Rey, hoy casi un premio consuelo, se la haya quedado el Real Madrid, Barcelona demostró ambición -no es lo mismo que avaricia-, fútbol de manual por momentos y mucho control en otros. Ahora va por la gran corona, el 28 de mayo en la catedral de la pelota. Todos, y no es una exageración, saben qué hará Barcelona. Ese es su mérito: no traiciona el estilo como sí lo hizo el Real Madrid, que no creyó en la suya y, desde que supo que debía chocar contra Barcelona, cambió su forma de acercarse a la victoria: primero anulo, luego existo. Por eso en estos cuatro cruces no sólo se vieron partidos de fútbol: se evidenciaron las ideas, las maneras de vivir. ¿O acaso el establishment periodístico no patentó que se juega como se vive? Se hablará del gol anulado a Gonzalo Higuaín (De Bleeckere cobró una falta previa a Ronaldo sobre Mascherano), porque el resultado estaba 0-0. Pero también se dirá que durante todo el primer tiempo, el que más se movió fue el Barcelona. Y lo hizo con la pelota. En la segunda mitad, lo mismo. Iniesta le dio uno de sus pases a Pedro y el rápido catalán destruyó el férreo cero del Real. Por una argentineada de Di María, que dejó a Mascherano en el piso, Marcelo empató el partido. Si usted cree que los merengues se endulzaron, se equivoca. Todo volvió a ser como era. Como es.
Esa guerra mediática, de dos mundos, para Barcelona fue lúdica. “Lo que te hace crecer es la derrota, el error”, es otra frase que abre el pensamiento de Guardiola. Encerrado, privado de la libertad que otorga el fútbol, en un hotel cinco estrellas, José Mourinho vio cómo los jugadores y el cuerpo técnico del Barcelona, en una ronda, tomados de las manos, se divertían.
Fuente: La Razón