El mundo y la renuncia de Mubarak

¿Pueden celebrar al mismo tiempo el presidente iraní, Hamas, Hezbollah y los demócratas europeos y norteamericanos? Esto es lo que ha sucedido con la caída de Mubarak. Pero hay matices, diferencias y paradojas a discernir. Análisis del titular del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Rosendo Fraga.
Los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que son las potencias mundiales del mundo emergente, adoptaron una actitud prudente, evitando presionar públicamente a Mubarak. Las afirmaciones de medios occidentales de que la rebelión egipcia era una advertencia para todos los autoritarismos, tuvieron un efecto importante en China, que decidió bloquear las imágenes de las protestas. Al mismo tiempo que tenía lugar la rebelión egipcia, un terrorista chechenio fundamentalista islámico asumió la autoría del último atentado de Moscú y ello explica por qué Rusia no tiene interés en una desestabilización del mundo árabe. India también tiene importantes minorías musulmanes que pueden conmoverse por los sucesos que tuvieron lugar en Egipto. A su vez, Brasil mantuvo una actitud expectante, también diferente a la más activa que mostró EEUU y la UE respecto a la democratización de Egipto. Mientras analistas occidentales realizan esfuerzos por presentar a la rebelión egipcia como un movimiento laico y democrático, la realidad es que el principal partido político opositor es la Hermandad Musulmana, como lo vienen mostrando las condicionadas elecciones egipcias. Además, ha sido la fuerza política que ha sufrido más la represión del régimen de Mubarak. El mundo occidental puede estar confundiendo la realidad con una expresión de deseos, presentando las protestas árabes como las que tuvieron lugar a fines de los ochenta en Europa del Este. Pero uno de los principales analistas egipcios fue claro al afirmar una semana atrás que sólo dos fuerzas podían ocupar el poder si lo dejaba Mubarak: el Ejército o los Hermanos Musulmanes. Y tuvo razón: ahora lo ha ocupado el primero de ellos.

La inestabilidad en el mundo árabe se propaga. Las primeras protestas surgieron en Argelia y el gobierno había logrado mantener el control de la situación anunciando que revocaría el estado de emergencia. Pero ahora fueron reprimidas con dureza las manifestaciones de quienes festejaron la caída de Mubarak. Tras el comienzo en Argelia, se potenciaron las protestas en Túnez, donde cayó el gobierno. El gabinete de transición, del cual han salido los miembros del gobierno anterior y se mantienen al margen los opositores más radicalizados, sigue enfrentando disturbios, con muertos y heridos. Se trata del país más occidentalizado de los 22 del mundo árabe y tiene sólo 10 millones de habitantes. Lo que sucedió allí llevó a una generalización errónea. En Jordania -donde la oposición festejó en las calles lo sucedido en Egipto- ha caído el primer ministro y el Rey cambió todo el gabinete, la oposición sigue exigiendo más cambios y la situación es tensa. En Yemen, país en el cual el Presidente renunció a su reelección tras tres décadas en el poder, se registran enfrentamientos en las calles entre quienes reclaman un cambio y los que defienden al gobierno. En Siria la oposición llamó a protestar, pero logró convocar sólo algunos centenares de personas.

Pero hay señales de inestabilidad en el mundo musulmán no árabe. En Indonesia, el país musulmán del mundo más poblado con 240 millones de habitantes, fueron destruidas y saqueadas iglesias cristianas. En Pakistán, único país musulmán que tiene el arma nuclear y el segundo en población de esta religión con 180 millones de personas, ha renunciado el gabinete de ministros.

En el África Subsahariana, los EEUU están utilizando lo que sucede allí para presionar al Presidente de Costa de Marfil -quien desconoce el triunfo de la oposición en las elecciones del pasado 28 de noviembre- a que deje el poder. A su vez la izquierda mundial, congregada en el llamado Foro de Sao Pablo que se reunió este año en la capital de Senegal (Dakar), interpreta las revueltas en el mundo árabe como una derrota de las potencias occidentales.

En este marco, Hillary Clinton calificó diez días atrás la situación en Medio Oriente como una tormenta perfecta. El gobierno iraní -Irán no es un país árabe sino que pertenece a la antigua cultura persa- calificó la rebelión egipcia como el comienzo de la islamización del mundo. Paradójicamente, los occidentalizados opositores iraníes también apoyaron la rebelión, siguiendo la interpretación predominante en occidente. El gobierno israelí -el 59% de los israelíes creen que la caída de Mubarak perjudicará a su país- ve con esperanza que el Jefe de los Servicios de Inteligencia egipcios (Suleiman) haya quedado a cargo del poder, esperando que no se altere el acuerdo de paz. El atentado contra un gasoducto egipcio ya ha complicado el abastecimiento de gas a Israel y Jordania.

En América Latina la rebelión egipcia tiene pocas consecuencias, pero llevó a la suspensión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Unasur y la Liga Árabe, que iba a realizarse en Lima entre el 11 y el 16 de febrero. En lo económico las dudas subsisten, el petróleo se mantiene encima de los 100 dólares y el oro ha vuelto a subir, mientras que alimentos y cobre están el record de su precio.

La onda expansiva de la rebelión egipcia no sólo se propaga a los 22 países del mundo árabe, sino que también puede tener consecuencias en los 34 países musulmanes del Asia que no son árabes y las minorías musulmanas de las nuevas potencias emergentes, China, India y Rusia.

Pero ante todo no hay que olvidar que si bien cuatro de cada cinco en el mundo hoy usan celular, menos de uno de cada tres accede a Internet, nada más que uno de cada trece están en facebook y nada más que uno de cada treinta y dos en Twitter. En el mundo árabe la penetración es bastante más baja que en este promedio mundial.

En las próximas semanas se irá definiendo quién se equivocó al festejar: si Ahmadinejad, Hamas y Hezbollah, o los demócratas occidentales.
Autor de Nota: Www.nuevamayoria.com