Pasé una semana de terror. Es que todo tiene un límite: estoy dispuesto a dejar mi pellejo, mi honor y hasta mi vida por nuestra causa, pero no a convertirme en juez de la Cámara de Casación sin ser abogado. «¡Eso se arregla!», me gritó mi jefe de La Cámpora. «Te conseguimos el título en 24 horas.»
Ya se imaginan cuál es el problema. Puestos a no dejar un solo casillero importante de la Justicia en manos enemigas, no estamos encontrando el número suficiente de candidatos para ocupar tantos lugares. Producir la vacante es fácil. Meta billetazo, carpetazo, trueque de favores y a la bolsa. Algunos protestan en público y arreglan en privado. Pero después la cosa se complica porque el mercado de postulantes, aunque parezca mentira, es acotado. Por de pronto, tiene que ser de La Cámpora, o muy allegado, y La Cámpora, con celo de padre y madre, ya tiene a todos sus hijos muy bien ubicados. Además, debe ser alguien recontra confiable: no es cuestión de dejar causas muy sensibles en manos de cualquiera. Eso te obliga a hacer cosas raras. Fíjense lo de Claudio Vásquez, el abogado que reemplazó a Cabral. Lo contó Morales Solá. En el concurso para la Cámara de Casación quedó 45 entre los 47 que se presentaron (le pidieron que mencione el nombre de un juez y, después de pensar un rato, contestó: «Castrilli»; fue un lapsus, del que se repuso enseguida: «Oyarbide»). Era difícil arreglar su situación -¡45 entre 47!-, hasta que a alguien se le ocurrió dar vuelta la lista. Quedó tercero. Adentro.
Así, de apuro, vinieron por mí con el argumento de que he dado pruebas acabadas de lealtad y, sobre todo, sumisión. Pensé que también había influido el hecho de que escribir se me da fácil, pero no iba por ahí: los fallos ya te llegan redactados. Lo de la lealtad es clave. Farah, un camarista federal que supo ser buen amigo nuestro, de fluido diálogo con Zannini, de pronto cambió de vereda. Ahora estamos viendo cómo sacarlo de encima. Lástima que no sea un anciano, porque si no enseguida le armábamos una comisión investigadora en el Congreso. Con Fayt, el juez de la Corte, todavía no funcionó, pero nadie nos quita lo bailado: vieran lo que disfrutó Cristina tratándolo de viejo decrépito por cadena nacional.
Con lo que nos cuesta encontrar candidatos, esta semana se trató el pliego de Ernesto Kreplak, propuesto para el Juzgado Federal N° 3 de La Plata, y los de la oposición pusieron el grito en el cielo. Dijeron que no puede ir a un juzgado con competencia electoral sobre toda la provincia de Buenos Aires alguien tan identificado con el Gobierno. Llegaron a decir que Kreplak es doblemente K. A ver, es cierto que es amigo del viceministro de Justicia, Julián Álvarez; es cierto que fue funcionario de ese ministerio, participó del jury contra el fiscal Campagnoli y aportó guita a la campaña del Frente para la Victoria. Y es cierto también que el dato más relevante de su CV es que milita en La Cámpora. Pero estamos seguros de que cuando caigan denuncias de fraude electoral en su juzgado -ya sabemos lo juguetones que son los barones del conurbano con las urnas-, encontrarán en Kreplak a un juez incorruptible, dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Un juez al que no le va a temblar el pulso para hacer caer todo el peso de la justicia. Sobre los acusadores.
Les decía: no es fácil cubrir tantas vacantes. Necesitamos fiscales, jueces, camaristas, subrogantes, ignorantes, conjueces, sinjueces, casijueces, antijueces. Todos los bondis nos dejan bien. En medio del apuro y la desesperación, analizamos incluso poner un aviso en los diarios: «Joven argentino/a, si sos un pibe/piba para la liberación, ves6,7,8, tenés título de abogado o cursás la carrera de Derecho (o aprobaste el CBC) y querés forjarte un rápido y próspero futuro en la gran familia judicial, presentate a los concursos del Consejo de la Magistratura. Tenemos un lugar para vos».
Al Gobierno se le ocurrió ahora crear una Cámara Federal de Apelaciones en Comandante Luis Piedrabuena, Santa Cruz. Por un lado está muy bien, porque se hizo para que vayan a parar ahí, con garantía de impunidad, las denuncias contra Lázaro Báez y contra funcionarios del gobierno nacional con domicilio en Santa Cruz. Además es divertido pensar en esa pequeña localidad, con apenas 6000 habitantes, de pronto convertida en gran sede judicial. Va a ser promovida como «Piedrabuena, donde los tribunales son más grandes que el pueblo». Lo que no es divertido es el laburo que va a costar integrar esa cámara. Al principio se pensó en llenar los casilleros con gente de la familia: digamos, juez Kirchner, fiscal Kirchner, subrogante Kirchner, defensor oficial Kirchner… Pero no alcanzó. Están convocando a primos, sobrinos, cuñados y hasta novios y novias de algún Kirchner. Y ya habrá un hotel de los Kirchner, lleno de Kirchner. Triste declinación la de El Calafate. «Mi lugar en el mundo -dirá ahora Cristina- es Comandante Luis Piedrabuena.»
En cuanto a lo mío, logré zafar. Los convencí de que soy más útil desde mi trinchera en el diario. Por ejemplo, me propongo desenmascarar la manifestación del próximo martes frente al Palacio de Tribunales, convocada «en defensa de la Constitución y la independencia de la Justicia». El pez por la boca muere. ¿Constitución? ¿Justicia? No he visto proclama más destituyente. Un nuevo golpe está en marcha..