Crimen del fotógrafo: por primera vez, habla el acusado

Se cumplió un año del homicidio. “Me estoy comiendo un garrón, soy inocente”, disparó el biólogo Hugo Castillo. “Espero que el juicio ponga blanco sobre negro y se aclare todo”. En cuatro meses, sube al banquillo

La pitada secuenciada de sus Philip Morris mentolados pone la conversación en movimiento. A un año del brutal asesinato del fotógrafo Alfredo Galeano (39) -ejecutado cuando llegaba a su casa de 37, entre 3 y 4-, por primera vez salió a hablar el biólogo platense Hugo Castillo (52) Desde el presidio donde está alojado, en Melchor Romero, propuso revelar detalles inéditos del expediente. “Me estoy comiendo un garrón, soy inocente”, esgrime, sentado en un banco de cemento. Gesticula. Disimula el frío de la mañana. Y protege con ambas manos el tazón de mate cocido caliente, sin azúcar. Aclara que se cuida de su incipiente diabetes como del vitiligo que tanto lo atormenta.

En noviembre próximo comienza el juicio oral que lo tendrá en el banquillo como único acusado. “Ahí –vaticina-, espero que se ponga blanco sobre negro y se aclare todo”. El fiscal Marcelo Romero acreditó en la instrucción que el fotógrafo Galeano y la entonces esposa de Castillo, Marcela Kaufmann, eran amantes. Y por eso, el biólogo Castillo habría reaccionado por celos.

La palabra celos no emerge hoy en el vocabulario intramuros del imputado. Más bien, niega cualquier maltrato vincular, cuestiona el rigor de la pericia balística y la de comunicaciones, critica de sobremanera los dichos de su ex mujer y en especial, a la actual pareja de ella. Incluso, anticipa que las denuncias que ellos le dirigieron por coacción y amenazas, ya fueron sobreseidas por la Cámara platense.

Dice que puede documentar todo. En la unidad nº 26 de Melchor Romero, destinada a mayores de 60 (aunque con excepciones) el régimen es semiabierto. La charla puede comenzar en un pasillo cualquiera, pasar a un patio sin muros y terminar en el salón de visitas. Allí el biólogo recibe con frecuencia la de sus ancianos padres. También la de su hijo. Y la más llamativa, la de su hija de 22 años. Si de afectos se trata, Castillo asegura que extraña a montones a los animales, en especial los tigres, los elefantes, los camélidos y los monos, con los que a diario convivía en el zoológico de Luján.

Ahora, cuando sale de su celda tipo iglú, Castillo se comunica con el afuera desde el salón de usos múltiples. Su voz se confunde cada tanto con el sonido que emana de un viejo televisor clavado en un único canal compartido por una decena de internos. El biólogo advierte que los elementos que le secuestraron, como una computadora, un GPS y una cámara fotos no lo vinculan con el crimen de Galeano.

Y se detiene en la captación de las antenas de celular que para la fiscalía lo posicionaron en la escena del hecho. Arriesga que otras pericias podrían desvirtuar esa incriminación. No aclara cuándo. Tal vez, en pleno debate oral.

También alude al arma que descerrajó los disparos al fotógrafo. Consigna que la primera pericia balística da cuenta de un calibre 38 mm o una 357 y que la segunda refiere una 9 mm, un 38 o 357. Se instala a su criterio, el plano de la duda.

Castillo tira sobre la mesa un dato aún más arriesgado. Dice que apareció un tercer amante de su ex esposa Marcela y lo ubica en esa relación en los días previos al homicidio del fotógrafo.

El biólogo no para de hablar. Los otros internos siguen en sus cosas. El entorno de la charla lo completa sobre el fondo, un taller de carpintería, una diminuta cancha de fútbol “cuatro”, y una modestísima capilla. Dijo lo suyo. Con el cenicero desbordado, culmina la conversación que trasunta los roles de víctima y acusado; y se deja atravesar por la infidelidad de los amoríos desgastados. La infidelidad de las palabras.

Fuente: Diario Hoy