Por Leonardo M. D’Espósito
Hace muy pocos días, en la ciudad de Los Angeles, se aprobó un nuevo procedimiento para evitar la proliferación del HIV en la industria pornográfica. Recordemos que en California –especialmente en la zona del valle de Napa y en San Francisco– se encuentra la mayor fábrica de pornografía audiovisual del planeta, que además da sustento a muchos trabajadores de la televisión y del cine cuando no se encuentran rodando otra cosa en los estudios “normales”. La industria porno en los Estados Unidos genera actualmente más de u$s1.000 millones, lo que implica alrededor de un tercio de su ganancia global. Y a pesar de que es legal en ese país desde 1973, y de que un comité especial del Congreso norteamericano desarrolló un informe que indicaba que el porno era inocuo y no provocaba ningún tipo de depravación, todavía es visto por la mayoría de ese país como un peligro inmenso arrojado por Satán a la tierra de los libres y hogar de los valientes.
La nueva legislación aprobada por los directores de salud de Los Angeles por unanimidad (cuatro votos a favor, ninguna abstención y ninguno en contra) consiste en que todos aquellos envueltos en la producción de pornografía ingieran un medicamento preventivo para disminuir el riesgo de contagio. Como se sabe, ya existe una ley que obliga a utilizar preservativos en todas las producciones, lo que ha dañado bastante a una industria que, por la aplicación de protocolos estrictísimos, no tiene un caso de contagio directamente provocado por ella misma desde hace diez años (ha habido casos y cuarentenas, pero se han debido a la actividad extraprofesional de los actores y no generaron contagio dentro de la industria),
El medicamento tiene como nombre comercial Truvada y es un comprimido que contiene dos drogas cuyo mecanismo no vamos a explicar aquí. Sirve para la reducción de la carga viral en personas con el virus pero sin síntomas (lo puede hacer incluso indetectable) y evita que una persona sana pero cercana a población de riesgo lo contraiga. Por cierto que no es la cura para el sida ni mucho menos, sino sólo un tratamiento preventivo que, en general, en personas enfermas se combina con otros retrovirales. El del HIV es un virus de una mutabilidad enorme, que elude a la larga todo intento de eliminación: estos medicamentos mejoran la calidad de vida de alguien infectado y aumentan las chances de no serlo a quien podría quedar expuesto.
Pero esta solución para el porno no parece estar en una vía rápida sino todo lo contrario. Lo que sucede es que existe una fundación internacional con un presupuesto de u$s1.000 millones, que atiende a más de 400.000 pacientes en 36 países que no quiere que se disemine Truvada. Es la AIDS Healthcare Foundation, dirigida por Michael Weinstein. Todos creen que Weinstein interpondrá recursos judiciales para evitar que se distribuya el medicamento, y dado el costo que el programa tendrá (Truvada no es precisamente barato), hace que no se tome la decisión de llevar adelante tal política. Uno de los argumentos de Weinstein es que el uso de Truvada haría que la gente deje de usar preservativos, aumentando en lugar de disminuir los riesgos de diseminación del síndrome de inmunodeficiencia humana. Pero otros creen que, en caso de que efectivamente el medicamento funcione, la fundación de Weinstein perdería patrocinantes y el enorme poder que hoy tiene, dado su presupuesto (basado en donaciones) en los debates sobre salud y ETS en los Estados Unidos. Por otro lado, como se trata del negocio del porno, que todos ven y todos rechazan en un caso claro de doble moral, las apuestas están contra sus productores. Como se ve, hasta la salud pública resulta, para los grandes negocios, campo de batalla.