Tolosa: tras la pista de un conocido

El autor del crimen perpetrado contra el matrimonio de jubilados en Tolosa sería un allegado. Después de cortarles el cuello escapó con 130 mil pesos

Ella, tres puntazos en el pecho, cerca del corazón, golpes en la cabeza y un corte profundo en el cuello, su cuerpo tirado en el piso de la habitación; él, degollado en el garaje. El arma homicida, una cuchilla de gran porte, sobre la bacha. Y, hasta el momento, nada se sabe del criminal, aunque se investiga el círculo más cercano.

El brutal asesinato contra la pareja de jubilados en Tolosa dejó ensombrecido un tranquilo barrio de casas bajas. Los frentistas no salen del estupor. “La cuadra está de duelo, silenciosa. Se siente la ausencia”, le dijo a este medio Alicia Campanaro, quien tiene su vivienda justo enfrente de la de Aldo Zárate, jubilado de la Dirección de Vialidad de 75 años, y María Esther Paz, ama de casa de 71 y brutalmente asesinados entre el martes y el miércoles.

Los pesquisas pasaron toda la madrugada de ayer y parte de la tarde tomando declaraciones a allegados, vecinos y familiares. En tanto, los resultados de la autopsia revelaron lo que ya se especulaba: ambos murieron degollados, pese a los otros golpes y cortes que presentaba María Esther, a quien encontraron con un jogging y una almohada que le tapaba la cara.

En lo que se ponen de acuerdo los investigadores consultados por Trama Urbana es que el atacante es un conocido: “no le abrían la puerta a nadie, eran muy cuidadosos. Cuando tocaban el timbre, primero espiaban quién era por la ventana”, agregó Campanaro. Ninguna abertura de la vivienda de 2, 521 y 522 fue forzada y la puerta principal estaba cerrada con llave. Y adentro había dinero. Mucho dinero.

“Se llevaron 130 mil pesos”, reveló un vocero judicial, mientras que una segunda frentista afirmó que ese dinero le pertenecía a María Esther, y que Aldo tenía una suma superior escondida, que el caco no logró hallar.

Una escena dantesca

“Es difícil encontrar una escena del crimen tan contaminada. Llevo años en esto y nunca vi algo igual”, aseveró un jefe policial. “Los peritos se llevaron muchos indicios para analizar, entre ellos posibles patrones genéticos que no serían de las víctimas”. Traducido: levantaron muestras de sangre de un tercero. “Es común que en los homicidios con puñaladas el criminal se lastime”, agregó, para ir un poco más allá: “encontramos mucho goteo (de sangre), mucha información que dejó (el asesino). Un rastro del él vamos a tener”.

“No podemos tirar la puerta abajo”

Personal del Centro Cristiano de la Unión, Iglesia Evangélica ubicada en 9 entre 59 y 60 y donde asistían desde hacia más de 15 años las víctimas, le contaron a este diario los últimos pasos de los jubilados.

“El domingo vinieron a misa y se comprometieron a volver el martes, porque eran parte del ‘grupo de vida’, que se junta esos días. El miércoles tenían, además, otro compromiso con nosotros”, dijo uno de los miembros del lugar. “El martes no sólo no fueron, sino que no avisaron, que era lo que hacían siempre que se ausentaban. El miércoles tampoco supimos nada de ellos y no respondían los llamados, por lo que Daniel fue a buscarlos a la casa la noche del jueves”, prosiguió.

Al llegar, el hombre de la Iglesia vio las luces prendidas, al igual que el televisor, pero nadie atendía el timbre ni los llamados, por lo que se comunicó con el 911. Personal del CPC acudió al lugar al mismo tiempo que Cristian Romualdo, el hijo de una amiga íntima de los damnificados. Los agentes afirmaron no poder “romper la puerta para entrar”, por lo que el muchacho actuó por su cuenta, narró Campanaro: “se metió por la parte del fondo y espió por la puerta de atrás hacia el interior; allí vio un bulto tirado”.

El resto, es la historia conocida: el arribo de uniformados de la comisaría Sexta al mando de Julio Sáez y de la Policía Científica, además del Gabinete de Homicidios de la DDI y el titular de la UFI 4, Fernando Cartasegna, quienes revelaron que los cuerpos llevaban sin vida “entre 24 y 36 horas”.

Desde la Iglesia detallaron que las víctimas “colaboraban mucho, eran muy buenos y hasta cocinamos juntos. No tenían hijos y pasaban gran parte del tiempo con nosotros y con el resto de las personas que venían acá, si hasta incluso se juntaban en las casas de alguno de ellos”.

En foco // Las consecuencias de la década perdida

“Tenemos miedo”, dictaminó Campanaro, vecina del matrimonio de jubilados degollados en su vivienda de Tolosa. Y no es casual que se haya manifestado en plural; porque no es suyo el temor, sino de todo el barrio. Un barrio otrora seguro, de clase media, un típico barrio platense de casas bajas, con su armoniosa mezcla de residentes mayores y chicos que, en otros tiempos, solían jugar a la pelota y a las escondidas en la calle.

Ya no. Ya no lo pueden hacer, porque la muerte o el robo, en el “mejor” de los casos, golpea a la puerta. Y ese miedo del que habló la señora no es otro que el germinado por el gobierno. No hay que pasar por alto que a menos de diez cuadras de donde se produjo el aberrante doble crimen vivió Cristina Fernández de Kirchner, nada más y nada menos. La misma mandataria cuya gestión, sumada a la de su marido fallecido, generó niveles de pobreza y de marginalidad escandalosos, siendo un caldo de cultivo para el desarrollo y el crecimiento exponencial de la delincuencia.

En enero pasado, a una cuadra de donde mataron a Aldo y María Esther, acribillaron a otro jubilado. Lamentablemente, situaciones similares se repiten en casi todos los barrios en una ciudad que, hasta hace pocas décadas, supo ser un faro de la cultura, del trabajo y del progreso.

Radiografías de las víctimas

María Esther era una ama de casa de Los Polvorines, donde tiene a su familia y a donde viajaba junto a Aldo de vez en cuando. Él, jubilado de Vialidad, nació en La Plata, donde estuvo toda su vida y forjó una pasión por Gimnasia, de quien era simpatizante.

No pudieron tener hijos, y una vecina contó los motivos: “estuvieron cerca dos veces, pero perdieron el embarazo y ya no volvieron a probar”. Y la misma frentista calculó que llevaban más de “50 años juntos”, viviendo “siempre en el mismo lugar”.

Informó que en el domicilio trabajó durante el último tiempo un grupo de albañiles y pintores, por lo que “ellos tuvieron acceso a la casa”.

Acerca de las personalidades de ambos, declaró que “eran desconfiados, muy reservados y compañeros entre ellos, amigos. Aldo era tartamudo por la cantidad de golpes que le dio su padre durante la infancia; su hermana, en cambio, tuvo problemas en uno de sus brazos por eso”. Aseguró que él “estaba operado de la cadera y tenía una consulta con un neurólogo la semana que viene, porque había empezado con problemas mentales… a veces parecía como recién salido de una anestesia”.

Por último, Alicia Campanaro apuntó que en la casa estaba “la mesa puesta y habían comprado salamín, cuando ellos no podían comerlo; por eso, creo que estaban esperando a alguien”.

Fuente: Diario Hoy