«Eran tres alpinos» y «Té de ceibo», válidas propuestas en el Tinglado

Las obras «Eran tres alpinos», escrita y dirigida por Julio Ordano, y «Té de ceibo», de Gonzalo Demaría, con dirección de Alejandro Giles, que se ven en la sala El Tinglado, agregan a sus virtudes de texto dos elencos potentes y de gran llegada a la platea.

Pablo Alarcón y Roly Serrano, más el joven Álvaro Ruiz, se lucen en «Eran tres alpinos», que relata la espera incierta de dos hombres que viven en la calle, situación que remite inevitablemente a «Esperando a Godot», aunque sin el rigor ni el nihilismo de la pieza de Samuel Beckett.

Con la excusa de una ronda infantil -«Eran tres alpinos que vení­an de la guerra»-, Ordano hace suponer que sus dos criaturas principales llegan desde alguna guerra y terminan conviviendo muchos años a la intemperie, cobijados entre sí por pequeñas deducciones filosóficas.

La acción se desarrolla entre una imprecisa noche y la alborada en una estación de trenes del oeste bonaerense, en la que en esa extraña pareja hay una suerte de roles asignados, con Alarcón como el racional hiperquinético y Serrano, siempre sentado, como el polo emocional.

Esa dualidad es la que justifica la relación, que entraña muchos recuerdos compartidos, las sensaciones del frío exterior y el del alma, y en la que curiosamente hay una ausencia notoria que es la mujer.

El tiempo muerto -sólo interrumpido por la aparición de un joven (Ruiz), que interfiere con su misteriosa procedencia y luego es incluido como un heredero- hace pensar que mucho de lo que sucede pertenece a un sueño, dentro de los varios que encierra la obra.

Ello es virtud de Ordano como autor pero también como puestista, que aprovecha la escenografía del siempre eficaz René Diviú y la iluminación de Roberto Traferri para rodear a Alarcón, en lo mejor que hizo en varios años, y al sensible Serrano, que construye una criatura conmovedora.

Por su parte, el director Alejandro Giles supera algunas irregularidades del texto de Gonzalo Demaría -autor prolífico de «Deshonrada» y «La ogresa de Barracas», entre muchas obras- y trama un espectáculo atractivo, algo perverso y con momentos de genuino humor.

Hay un florista (Eduardo Calvo), hijo único y sensible, con algo del Chance de «Desde el jardín», que en determinadas noches se transforma en un cruel militar que martiriza a su propia madre (Cristina Allende) y a una prisionera araucana (Isabel Quinteros), salvada de algún tipo de desastre atómico.

Esa paráfrasis de Doctor Jeckill y Mister Hyde puede encubrir el perfil de ciertas identidades argentinas, en las que conviven la candidez casi infantil con un larvado fascismo, que no sólo abriga el despótico uniformado sino que es auspiciado por su madre.

Es que el hombre -que tiene en Calvo un intérprete poderoso- suele beber por las noches un té de ceibo, que según se dice tiene propiedades alucinógenas, y al mismo tiempo se ve integrado en una calaña familiar en la que el incesto es moneda común.

Junto a él, Cristina Allende es una madre retorcida, con la seducción y el deseo erótico a flor de piel, e Isabel Quinteros muestra su habitual autoridad y su esmerada emisión, y sale airosa de una larga y difícil escena para una actriz madura.

Es menos efectiva la aparición de dos hermanos ecologistas, que vendrían a salvar a la cautiva y quizás a la humanidad en una vuelta de tuerca poco convincente, que sólo tiene a favor la frescura de Florencia Cappiello y Nicolás Furtado.

«Eran tres alpinos» se ofrece en El Tinglado, Mario Bravo 948, los lunes a las 21, y «Té de ceibo» en la misma sala los domingos a las 20.

Fuente: www.telam.com.ar