Afrontó la muerte de su padre y de un hermano, y el año pasado lo operaron del corazón; la historia de superación del capitán argentino
No te aguanto más Tripi, me quiero ir de acá», dice a pura carcajada Ángel Correa, en plena celebración, en el vestuario visitante del estadio Centenario, cuando Nicolás Tripichio, en el rol de entrevistador, lo interroga. La sonrisa del capitán de la Argentina, flamante campeón del torneo Sudamericano Sub 20, es la alegría de muchos, pero tiene un sentido singular en el delantero de Atlético de Madrid. El campeonato, la conquista del título, la clasificación para el Mundial de Nueva Zelanda y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro resultó todo un desafío, una exigencia física y mental para el rosarino, que llegó a la cita sin rodaje después de una inactividad de seis meses, luego de recuperarse de una afección cardíaca que llegó a poner en duda su continuidad como deportista. Pero como su vida es una constante carrera de superación, Correa avanza nuevos casilleros, sigue cumpliendo sueños, aquellos que acunó de chico, en la calle, en el barrio, donde aprendió las primeras lecciones de vida, esa que lo marcó con fiereza con las muertes de un hermano y de su padre.
En Uruguay, a lo largo del recorrido, Correa fue el jugador distinguido que enseñó la selección. El futbolista desequilibrante, capaz de sellar una victoria con una genialidad, como frente a Perú, cuando el agotamiento físico era grande y en lugar de encarar optó por un remate ajustado, por encima del arquero; el mismo que en el clásico con Brasil abrió bien grandes los ojos y con su exquisita pegada habilitó a Maximiliano Rolón, otro rosarino, otro canalla, que abrió el camino del triunfo y dejó en claro los dotes que lo llevaron a ser parte de La Masía, donde Barcelona modela a sus futuras estrellas; Angelito es el atacante que en la jornada de cierre sepultó las esperanzas uruguayas con un giro, un enganche, un caño y un puntinazo que sorprendió a Guruceaga, el arquero menos vencido del torneo. Correa fue el que cuando la Argentina era un torbellino ofensivo prefería lucirse con un pase antes que con una definición.
– Ahora que terminó el campeonato, ¿sentís que volviste a ser el de antes de la operación?
– Estoy disfrutando, extrañaba mucho esto. Se lo dije a todos mis compañeros, que estaba orgulloso de volver a jugar con ellos, porque me sentí muy bien. Siempre pienso en lo que me pasó, pero ahora quiero disfrutar de lo que estuve viviendo en Uruguay. Futbolísticamente, todavía me falta para ser el mismo de San Lorenzo, creo que me falta más ritmo de juego, porque en lo físico me sentí bien. Antes del torneo dije que en la cancha me iba a sacar la ansiedad. Las cosas fueron saliendo como las fuimos preparando y cada partido que pasó me fui sintiendo mucho mejor.
-¿Qué cosas pasaron por tu cabeza cuando recibiste la Copa?
– Muchas, muchísimas. Me acordé de mi mamá, que a la mañana me había dicho que iba a hacer un gol con Uruguay; de mis amigos, de las personas que estuvieron siempre conmigo cuando tuve momentos malos. Mucha gente me escribió para felicitarme. Los que me conocen saben que todo esto que estoy haciendo es lo que más me gusta. Volver a jugar y a sentirme bien es algo único.
– En Colonia y en Montevideo estuviste acompañado por tu familia y amigos. ¿Necesitaste más el apoyo de tu entorno ahora o cuando dejaste Rosario para vivir en la pensión de San Lorenzo?
– Fueron dos momentos muy distintos de mi vida. Ir a vivir a Buenos Aires fue una decisión muy difícil, tenía apenas 12 años y tuve que sufrir las muertes de un hermano y de mi papá. Ahí tenía ganas de largar todo, de no volver nunca más. Mi mamá fue la que siempre confió en que yo iba a triunfar, ella nunca dejó que me resignara. Ella es una persona muy fuerte. Lo que me pasó ahora [tuvo un tumor en un ventrículo del corazón] no es nada, yo siempre estuve tranquilo. Todo lo que me pasó en la vida me hizo crecer, por eso ahora quiero disfrutar.
El representante Agustín Giménez, con una anécdota, afirma que antes de la intervención quirúrgica estaba muy tranquilo. «Fuimos a cenar y la mesera se sorprendió por lo que había pedido; cuando se enteró de que al día siguiente tenían que operarlo del corazón no lo podía creer. A la madre, para que no se preocupase, recién le dijo la noche anterior que estaba en Nueva York porque se tenía que operar. Mientras, le mandaba mensajitos de texto diciendo que estaba todo bien», rememora, con una sonrisa. También el técnico Humberto Grondona repasa aquel encuentro en Madrid, cuando fue a seducir a Correa para que fuera parte del proceso: «Le mostré unos dibujos, de cómo quería jugar. Me miró y me dijo, ¿y cómo vamos a hacer para defender? Es un chico que todavía no llegó a su techo, su alegría es mi tranquilidad. Cuando hizo el gol con Ecuador, en el debut, me emocioné».
Llegó a Uruguay siendo una gran incógnita; se marchó con la copa en la mano, lleno de esperanza, enseñando que el talento sigue intacto y que el físico responde a la alta competencia. Ahora, después de descansar un par de días en Rosario, Correa regresará a Madrid, a ponerse a las órdenes del Cholo Simeone. Porque mientras el delantero provocaba suspiros y admiración, los colchoneros cuidaron su capital, rompiendo un arreglo para que el capitán de la selección Sub 20 se marchara, a préstamo, a Rayo Vallecano. El nivel de Angelito despertó el interés de Central y del Ciclón, el único equipo argentino en condiciones contractuales de lograr una cesión. Pero su futuro estará en España, y con el Mundial de Nueva Zelanda como objetivo de una nueva aventura. La vida le dejó marcas a Correa. Un tatuaje, en letra gótica, con la palabra Familia, es el mejor antídoto para tantas cicatrices..
Fuente: Canchallena