Batalla épica en la Montaña Solitaria

Como regalo de año nuevo, mañana se estrena en las salas la tercera y última parte de El Hobbit. Aquí, el análisis de una saga cumbre del cine fantástico

El Hobbit se acaba tras tres largometrajes y casi ocho horas de imágenes, y lo hace de forma espectacular, con una batalla épica, intensa y muy bien rodada, pero tan larga que el resto de la historia que cuenta esta tercera entrega se queda en una mera anécdota.

El Hobbit 3 (The Hobbit: The Battle of the Five Armies), que se estrena mañana 1 de enero en las salas comerciales de Mendoza, es el cierre de la trilogía que el neozelandés Peter Jackson ha dedicado al pequeño libro en el que JRR Tolkien narró las aventuras de Bilbo Baggins y sus amigos enanos, junto con los elfos y contra los orcos, el avance de un mundo que desarrollaría en El Señor de los Anillos.

Y para acabar con el capítulo Hobbit, Jackson ha puesto en pie la más apabullante y estética de las batallas de la Tierra Media, con un espectacular despliegue de efectos especiales y un trepidante montaje que se detiene con minuciosidad en las luchas individuales de los principales protagonistas con sus enemigos, pero que pierde intensidad en las escenas más multitudinarias, que se reducen a planos cenitales en los que brillan por encima de todo el atuendo dorado de los elfos y sus largas melenas rubias sobresaliendo de sus cascos.

La mayor parte del metraje se centra en esa gran batalla de los cinco ejércitos –humanos, enanos, elfos, orcos y trasgos– que da título a la película, y menos en las aventuras emocionales de los personajes.

Esa parte más sentimental que estaba muy presente en las dos entregas anteriores del Hobbit se reduce ahora al triángulo amoroso formado por el enano Kili (Aidan Turner), la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y el elfo Legolás (Orlando Bloom), o a las dudas existenciales del rey Thorin (Richard Armitage).

Jackson ha sacrificado la emotividad por el espectáculo, lo que hace que las pocas escenas que no son de lucha se destaquen más.

Es el caso de una breve secuencia en la que Bilbo (Martin Freeman) se sienta junto a Gandalf (Ian McKelllen) mientras el mago se prepara una pipa. La sencillez de ese momento contrasta con la grandilocuencia de la batalla que centra una historia que empieza mejor de lo que luego se desarrolla.

El ataque del dragón Smaug a la Ciudad del Lago y la defensa que hace Bardo (Luke Evans) con su arco marcan un estupendo inicio de la película, que sin embargo luego pierde frescura entre tantos ejércitos, armas, sangre y muerte.

Sólo la estupenda interpretación de Freeman y las apariciones esporádicas de Cate Blanchett como Galadriel o Christopher Lee como Saruman aportan algún detalle interesante, además de servir de nexo, junto con Legolas, con la trilogía de El Señor de los Anillos, posterior en la historia de Tolkien, pero con la que Jackson acometió antes que con El Hobbit.

Casi 20 años después de comenzar a trabajar en las obras de Tolkien, Peter Jackson cierra las dos trilogías y lo hace con el más espectacular, pero también el menos sorprendente, de los seis largometrajes que ha realizado, lo que no quita valor a un esfuerzo titánico que ha supuesto un cambio radical en las películas del cine fantástico.

Fuente: www.diariouno.com.ar