Las enfermedades del papa Francisco

Sus reflexiones… parecen estar dirigidas implícitamente a los gobiernos del mundo entero
El papa Francisco nos tiene acostumbrados, en apenas dos años de su papado, a denunciar con franqueza, valentía, crudeza y simpatía, numerosos hechos que corroen la sociedad y sus instituciones. En diversas oportunidades se ha referido al desmesurado mercantilismo, a la pobreza y la desigualdad social, a la injusta distribución de la riqueza, a la hipocresía y soberbia de los líderes, al terrorismo y a las violaciones a los derechos humanos, a la tolerancia para con los homosexuales y sobre muchos otros temas, demostrando con firmeza su formación humanista y cristiana. También se ha mostrado partidario de la necesidad del diálogo afirmando que «la falta de diálogo y las trabas al encuentro son consecuencia de la prepotencia, el no saber escuchar, la desinformación, los prejuicios, la crispación del lenguaje comunicativo o la descalificación previa; ha expresado que el diálogo entraña una acogida cordial y no una condena previa». En relación a las guerras actuales en el Medio Oriente, ha dicho que las palabras deben sustituir a las armas en busca de soluciones.

En forma impactante, el pasado día lunes 22 de diciembre en el tradicional Mensaje de Navidad se refirió a las «enfermedades de la Curia Romana». Hizo una relación de los males que aquejan a la organización y funcionamiento de la iglesia Católica, especialmente en los niveles de la más alta jerarquía eclesiástica, que seguramente hicieron sonrojar a los cardenales y otros dignatarios que se sintieron tácitamente señalados. Habló de la necesidad de la autocrítica para corregir las fallas, de la petrificación mental, de las fallas de planificación y funcionamiento y de la mala coordinación entre las distintas instituciones, de los dirigentes que se olvidan que están al servicio de las personas. También criticó la existencia de chismes y cizaña y el mal de divinizar a los jefes.

Estas reflexiones referidas específicamente al gobierno del Estado vaticano, parecen estar dirigidas implícitamente a los gobiernos del mundo entero, o al menos deberían entenderse así. Los gobiernos padecen las «enfermedades» enumeradas por Francisco I, especialmente la atinente a la autocrítica. Los gobiernos no la practican pues de ella surgiría el reconocimiento de errores que no están dispuestos a aceptar. La autocrítica implica despojarse de la soberbia que les hace creer que no cometen errores, que son perfectos en la conducción de sus respectivos países, por lo que no tiene nada que rectificar. Con la autocrítica no solo se puede evidenciar la necesidad de corregir errores a nivel general en la conducción del país sino también puede quedar de manifiesto la incapacidad o el mal funcionamiento de algunas instituciones o de alguno de sus jerarcas. No efectúan autocríticas y tampoco aceptan las críticas que provienen de sectores ajenos al oficialismo aunque éstas tengan buenas intenciones con propósitos constructivos.

Es necesario para el bien de la humanidad que los dirigentes políticos recapaciten sobre las sabias palabras del papa Francisco dichas Urbi et Orbi, que es un mensaje dirigido al mundo entero.

Fuente: El Universal