Hace ya muchos años, cuando un profesor de economía política poso en mis manos unos apuntes de un curso de la materia dictado en San Pablo, Brasil, por Monseñor Levré, quien asesora al Papa Juan XXIII en la encíclica “Populorum Progressio”, no pude sino experimentar una profunda decepción. Y esto era así, porque el experimentado prelado comenzaba su disertación con esta frase: “la economía de las naciones es la economía de las buenas amas de casa.”
Claro, en mi mentalidad de joven estudiante, el estudio de la ciencia económica era algo así como la búsqueda de las piedra filosofal, la forma infalible de transformar la realidad, de asegurar el desarrollo del país, de coronar en los hechos mis ideas políticas… y de arranque, nomás, el inefable Monseñor ponía toda esta aspiración de construir un modelo económico de matriz justicialista al nivel de mi abuela María, fenomenal italiana, prototipo de la bondad humana, pero de la cual yo presumía no se podría extraer ninguna enseñanza de la materia económica.
El tiempo fue pasando, fui también profesor de la materia, y poco a poco, decepcionándome cada vez más de tanta ineficaz teoría económica, de tanta falacia pseudo científica, cada vez más la frase de Levré se hacía presente y se agigantaba la figura de mi abuela. Porque ella, en su casa, siempre mantuvo un estricto equilibrio macroeconómico, una perfecta racionalidad en el gasto, un elevado nivel de inversión, una correcta administración de los recursos, un adecuado nivel de reservas, eficiencia en los servicios y una estructura que aseguraba la competitividad, la salud, la educación y la cultura. Éramos felices, porque bajo su justo gobierno a nadie le faltaba alimentación, techo o vestido dentro de una cosmovisión que cubría las necesidades de los miembros de la familia y que contribuía, además, con el huérfano, la viuda, el pobre o el necesitado, porque la señora era una honesta y perfecta dama cristiana, que amanecía antes de la salida del sol y terminaba sus tareas tiempo después de haberse el mismo escondido.
Por ello, cuando el ministro Kicillof salió a manifestar sus ideas, quedó claro que ese muchacho no tenía condiciones ni para administrar un quiosco, según el catecismo de mi abuela. Porque no se puede gastar lo que no se tiene. Porque no se puede consumir lo que no se produce. Porque no se puede vivir a crédito mucho tiempo. Porque no se puede ir por la vida timando a los unos y a los otros, sin consecuencias.
La doctrina del gasto incontrolado e ineficiente promovida por el ministro nada tiene que ver con Keynes. De este dislate tenemos como resultado la presión impositiva más alta de la historia, la inflación creciente, el atraso cambiario, el envilecimiento de la moneda, el saqueo de cuanta caja existe y como colofón, la falta de competitividad de nuestras producciones e industrias vernáculas, lo que priva a nuestra economía de tener ingresos genuinos.
Ante la quiebra generalizada del sector privado, motor de la economía, exponencialmente crece el sector público en burocracia destinada a producir más y más expedientes sin objeto alguno, porque el progresismo de cuño marxista cree que los problemas se resuelven creando comisiones y organismos públicos.
Nadie quiere ya invertir seriamente en nuestro país, el que no tendría necesidad alguna de inversión foránea, de resultar cierto el hecho de que existiría en manos de los argentinos una cifra en dólares superior a la deuda del estado. Y esto es consecuencia de que el estado se ha convertido en el enemigo de los particulares, porque demanda todo, confisca todo, degrada todo, en el camino de la pérdida de las libertades y derechos fundamentales de la persona humana, de la familia, de la sociedad.
Ante el descomunal fracaso de su política económica, que no es más que el fracaso de su ideología a nivel planetario, porque quien parte de supuestos mentirosos no puede más que recoger resultados equivocados, tenemos al ministro haciendo lo que hacen todos los quebrados que no quieren admitir la realidad de su situación de falencia: mienten y tratan de obtener dinero de cualquier parte y del modo que sea, en la búsqueda de sostener una ilusión fugitiva y en la espera de un mágico desenlace que los libere de la cruel realidad. Así, la fecha de la entrega del poder a un sucesor es el horizonte dorado de esta administración caduca que en su intimidad sabe que este estado de cosas no puede durar y que de estallar, mejor que le estalle a otro en las manos.
Es inútil. Monseñor Levré tenía razón. La economía de las naciones es la economía de las buenas amas de casa.
Dr. Julio Baroso/ informadorpublico.com