LAS NOTAS DESAPARECIDAS DE VERBITSKY SOBRE EL PAPA

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El almirante y el cardenal
Por Horacio Verbitsky
Por una ironía de la historia, ayer se murió el ex almirante Emilio Massera y debutó ante un tribunal el cardenal Jorge Bergoglio. Así volvieron a cruzarse la rama naval de la dictadura y la Iglesia Católica, en la ciudad de Buenos Aires, donde Massera montó su aparato de torturas y exterminio y en la que Bergoglio encabeza la principal diócesis del país. Uno y otro recibieron de la justicia argentina un trato reverente.
Massera fue detenido por primera vez en plena dictadura, cuando el esposo de su amante no volvió de un paseo en el yate oficial del Comandante en Jefe de la Armada. A ese procesamiento se sumó el segundo en 1985, junto con Jorge Videla y Ramón Agosti. Por última vez de uniforme, se quejó ante la Cámara Federal de la veleidosa sociedad que le daba la espalda luego de haberlo consentido. Durante años rumió su mayor rencor contra los grandes empresarios, cuyos privilegios tuvo la ingenuidad de creer que compartiría para siempre. Indultado por Menem, recorrió canales de televisión prestando un servicio a la sociedad que muchos no valoraron en aquel momento. Su gesto tenso, la repetición de consignas vacías, el despecho y la amenaza en cada palabra, sirvieron para que los más jóvenes aprendieran de primera mano el horror. El señor de la ESMA volvió a caer en 1998, horas después que Pinochet en Londres, por robo de bebés y saqueo de los bienes de sus víctimas. Pero el proceso se suspendió porque en 2002 sufrió un derrame cerebral. La justicia de Roma, donde debía responder por la desaparición de personas de nacionalidad italiana, envió a la Argentina un perito médico. Su dictamen, en febrero de 2009, fue que fingía y que estaba en condiciones de enfrentar el proceso. Al mes siguiente se le realizó un nuevo peritaje argentino. El dictamen ratificó que Massera carecía de la posibilidad de comprender las resoluciones judiciales. Así lo certificaron incluso los peritos designados por las víctimas. Desde entonces, nadie volvió a molestar a uno de los tres jefes de la primera dictadura militar, quien vivió en su casa, con su familia, hasta su internación final. Murió de viejo, a los 85 años. Esa es la diferencia entre el terrorismo de Estado y el estado de derecho, en el que hasta el peor asesino goza de las garantías que en el apogeo de su poder negó a sus víctimas.
Bergoglio tuvo el privilegio de eludir la declaración pública en el tribunal que juzga los crímenes de la dictadura. En cambio los jueces aceptaron visitarlo en su arquidiócesis. Reconoció que en 1999 habló conmigo sobre el secuestro de sus entonces subordinados en la Compañía de Jesús, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Pero dijo que nunca oyó hablar de la isla “El Silencio”, en el Tigre, propiedad del Arzobispado porteño, a la que fueron trasladados los prisioneros de la ESMA en 1979 para que no los encontrara la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Eso no es cierto, ya que en aquella entrevista Bergoglio me dio los datos precisos sobre el expediente sucesorio del solterón empleado de la Curia que figuraba como dueño de la propiedad. El papel manuscrito que me entregó se reproduce en esta página.
También negó haberse entrevistado en el Colegio Máximo con el obispo de Morón, Miguel Raspanti. Esto contradice el testimonio de la catequista de Morón Marina Rubino, quien estudiaba teología en el Máximo. Un mediodía, al salir de sus cursos, encontró allí a Raspanti. Marina sabía que sus profesores Jalics y Yorio y un tercer jesuita que trabajaba con ella en el colegio de Castelar, Luis Dourron, habían pedido pasar a la diócesis de Morón. Le dijo que los tres eran intachables, que no dudara en recibirlos. Raspanti le aclaró que la situación era más complicada. No podía recibirlos en la diócesis por “las malas referencias que Bergoglio le había mandado”. Estaba muy angustiado “porque en ese momento Orlando y Francisco no dependían de ninguna autoridad eclesiástica y, me dijo:
–No puedo dejar a dos sacerdotes en esa situación ni puedo recibirlos con el informe que me mandó. Vengo a pedirle que simplemente los autorice y que retire ese informe que decía cosas muy graves”.
Bergoglio dijo a los jueces que cuando los curas fueron secuestrados mantuvo un diálogo duro con Massera, a quien visitó para salvarlos. También le preguntaron por su visita a la Cancillería al pedir un trámite especial para la renovación del pasaporte de Jalics, una vez que quedó en libertad. Contestó que le había dicho al funcionario que lo atendió que Jalics estuvo detenido junto con Yorio, que ambos fueron acusados de guerrilleros pero que “no tenían nada que ver”. No es eso lo que dicen los documentos del archivo de Culto. Según el funcionario Anselmo Orcoyen, Bergoglio le dijo que Jalics tuvo “actividad disolvente en Congregaciones religiosas femeninas (Conflictos de obediencia)”. Fue “detenido en la Escuela de Mecánica de la Armada 24/5/76 XI/76 (seis meses) acusado con el padre Yorio. Sospechoso contacto guerrilleros. Vivían en pequeña comunidad que el superior Jesuita disolvió en febrero de 1976 y se negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el 19/3. Ningún Obispo del Gran Buenos Aires lo quiso recibir”. Orcoyen añade que Bergoglio le comunicó esos hechos “con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que solicita”.
Cuando en la megacausa ESMA se trate el secuestro de Yorio y Jalics, es probable que estos hechos vuelvan a ventilarse, pero en otros términos, y que Bergoglio no pueda acogerse a los privilegios que el Código Procesal Penal concede por su jerarquía a algunos testigos, pero no a los imputados. Tal vez entonces envidie las brumas mentales que aliviaron el final de Massera.
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› LAS ACUSACIONES DE YORIO Y JALICS CONTRA BERGOGLIO
“Mentiras y calumnias”
Un libro de Jalics, una carta de Yorio a la Compañía de Jesús, una entrevista de Jalics con Emilio Mignone, el testimonio de una monja y una entrevista con los hermanos de Yorio describen en forma elocuente los procedimientos de Bergoglio, antes y después del secuestro de los dos jesuitas.
Por Horacio Verbitsky
En 1995, el jesuita Francisco Jalics publicó un libro, Ejercicios de meditación. Al narrar su secuestro dice que “mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. En otra parte del libro agrega que esa persona hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo le había manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras vidas. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con sus declaraciones”.
La identidad de esa persona se revela en una carta que Orlando Yorio escribió en Roma en noviembre de 1977, dirigida al asistente general de la Compañía de Jesús, padre Moura. Ese texto permite conocer el resto de la historia, por testimonio directo de una de las víctimas.
En esa recapitulación escrita 18 años antes que el libro de Jalics, Yorio cuenta lo mismo, pero en vez de “una persona” dice Jorge Mario Bergoglio. Cuenta que Jalics habló dos veces con el provincial, quien “se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar nuestra inocencia”. También menciona las críticas que circulaban en la Compañía de Jesús en contra de él y de Jalics: “Hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla”, similares a las que Bergoglio transmitió luego a la Cancillería. Yorio no conocía la existencia de ese documento, que encontré cinco años después de su muerte. En su libro, Bergoglio dice lo mismo que les transmitía a Jalics y Yorio: que él no creía en la veracidad de esas acusaciones. ¿Por qué entonces debía comunicarlas al gobierno militar, como prueba el documento que se reproduce en esta edición?
Una boca importante
Cuando Bergoglio le dijo que había recibido informes negativos sobre él, Yorio habló con los consultados por su superior. Por lo menos tres de ellos (los sacerdotes Oliva, José Ignacio Vicentini y Juan Carlos Scannone) le dijeron que no habían opinado en su contra sino a favor. En el clima de la Argentina, la acusación de pertenencia a la guerrilla en “una boca importante (como la de un jesuita) podía significar lisa y llanamente nuestra muerte. Las fuerzas de extrema derecha ya habían ametrallado en su casita a un sacerdote, y habían raptado, torturado y abandonado muerto a otro. Los dos vivían en villas miseria. Nosotros habíamos recibido avisos en el sentido de que nos cuidáramos”, escribió Yorio al padre Moura.
Agrega que Jalics habló no menos de dos veces con Bergoglio para hacerle ver el peligro en que esas versiones los colocaban. Según Yorio, “Bergoglio reconoció la gravedad del hecho y se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a hablar con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar nuestra inocencia. [Pero como] el provincial no hacía nada por defendernos nosotros empezábamos a sospechar de su honestidad. Estábamos cansados de la provincia y totalmente inseguros”.
Tenían sus motivos. Durante años, Bergoglio los había sometido a un hostigamiento insidioso, sin asumir en forma abierta las acusaciones en contra de ellos, que siempre atribuía a otros sacerdotes u obispos que, una vez confrontados, lo desmentían. Bergoglio les había garantizado una continuidad de tres años en su trabajo en la villa del Bajo Flores. Pero al arzobispo Juan Carlos Aramburu le informó que estaban allí sin autorización. El aviso les llegó por medio de uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y de la pastoral villera, Rodolfo Ricciardelli, a quien se lo contó el propio Aramburu. Cuando Yorio lo consultó, Bergoglio le dijo que Aramburu “era un mentiroso” y que empleaba esas “tácticas para molestar a la Compañía”.
La infamia pública
En nuestro intercambio epistolar, Yorio sostuvo que en el clima de miedo y delación instalado dentro de la Iglesia y de la sociedad, los sacerdotes que trabajaban entre los más pobres “éramos demonizados, puestos en sospecha dentro de nuestras propias instituciones y acusados de subvertir el orden social”. En ese contexto fueron sometidos por Bergoglio a “la prohibición e infamia pública de no poder ejercer el sacerdocio, dando así ocasión y justificación para que las fuerzas represivas nos hicieran desaparecer. Se nos podía avisar que había peligros, pero sin frenar las difamaciones de las que los mismos que nos hacían el servicio de avisarnos eran cómplices. Se nos podía alertar de que estábamos señalados y acusados, pero manteniendo en el misterio y la ambigüedad las causales de acusación, quitándonos así la posibilidad de defendernos”.
Una vez que salieron de la Compañía de Jesús, Bergoglio les recomendó que fueran a ver al obispo de Morón, Miguel Raspanti, en cuya diócesis podrían salvar el sacerdocio y la vida. El provincial se ofreció a enviar un informe favorable para que los aceptara. Yorio y Jalics supieron por el vicario y algunos sacerdotes de la diócesis de Morón que la carta del provincial Bergoglio a Raspanti contenía acusaciones “suficientes como para que no pudiéramos ejercer más el sacerdocio”.
–No es cierto. Mi informe fue favorable. Lo que pasa es que Raspanti es una persona de edad que a veces se confunde –se defendió Bergoglio ante Yorio. Pero en su nuevo encuentro con el obispo de Morón, ratificó las acusaciones, según el relato que Raspanti le transmitió a otro de los sacerdotes de la comunidad del Bajo Flores, Luis Dourrón. Yorio insistió entonces con Bergoglio.
–Raspanti dice que sus sacerdotes se oponen a que ustedes entren en la diócesis –arguyó esta vez el provincial.
Otra alternativa posible era que se integraran al Equipo de Pastoral Villera del Arzobispado de Buenos Aires. Su responsable, presbítero Héctor Botán, se lo planteó al arzobispo Aramburu.
–Imposible. Hay acusaciones muy graves en contra de ellos. No quiero ni verlos –le contestó.
Uno de los sacerdotes villeros se quejó ante el vicario episcopal de la zona de Flores, Mario José Serra.
–Las acusaciones vienen del provincial –le explicó Serra.
El propio Serra fue el encargado de comunicarle a Yorio que le habían quitado las licencias para ejercer su ministerio en la Arquidiócesis, debido a que el provincial había informado que “yo salía de la Compañía”.
–No tenían por qué quitarte las licencias. Esas son las cosas de Aramburu. Yo te doy licencias para que sigas celebrando misa en privado, hasta que consigas un obispo –le dijo Bergoglio.
El último intento por conseguirles un obispo que los incardinara lo hizo el sacerdote de la Arquidiócesis Eduardo González. Convocado a la Asamblea Plenaria del Episcopado que comenzó el 10 de mayo de 1976, planteó el caso al arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe.
–No es posible hacerse cargo de ellos porque el provincial anda diciendo que los echa de la Compañía –sostuvo.
El Equipo de Pastoral Villera envió una carta de protesta a Bergoglio, con copias al nuncio Pio Laghi, Aramburu y Raspanti, que no respondieron. El tiempo se había agotado y pocos días después Yorio y Jalics fueron secuestrados, conducidos a la ESMA y luego a una casa operativa, en la que fueron torturados. Un interrogador con ostensibles conocimientos teológicos le dijo a Yorio que sabían que no era guerrillero pero que con su trabajo en la villa unía a los pobres y eso era subversivo. Su libertad fue negociada por el gobierno a cambio de que el Episcopado recibiera al jefe de Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola, y al ministro de Economía José Martínez de Hoz. Un día antes de esa visita al Episcopado, Yorio y Jalics fueron drogados y depositados por un helicóptero en un bañado de Cañuelas.
Luego de recuperar la libertad Yorio se refugió en una iglesia y luego en casa de su madre. La protección de un obispo era más urgente que nunca. El único que lo aceptó fue Jorge Novak. Cuando comenzaron las razzias en la zona y supo que preguntaban por Yorio, Novak insistió para que saliera del país. “Bergoglio no me quería mandar a Roma, pero por presión de mi familia y de Novak salí. Estaba escondido, porque hubo una orden de Videla de buscarme”, me escribió Yorio en 1999. Cuando reaparecieron en Cañuelas, la entonces monja Norma Gorriarán, de la Compañía de María, visitó a Yorio en casa de su madre. En una entrevista para mi “Historia política de la Iglesia Católica argentina” realizada el 27 de julio de 2006 recordó que estaban pelando arvejas cuando llegó la hermana de Yorio con la información de que lo estaban buscando. “Lo llevé a una casa de monjas en Villa Urquiza donde tuve a Orlando un mes, en una piecita, en la terraza”. Bergoglio le exigió que le dijera dónde estaba Yorio, “aparentemente para protegerlo. Pero no me resultaba creíble”. La religiosa se negó. Bergoglio “temblaba, furioso de que una monja insignificante lo enfrentara. Me señalaba y me decía ‘vos sos responsable de los riesgos que corra Orlando, donde sea que esté’. Quería saber dónde estaba”.
Por último, Laghi le consiguió los documentos y Bergoglio le pagó el pasaje a Roma. “Pero explicaciones sobre lo ocurrido antes no pudo darme ninguna. Se adelantó a pedirme por favor que no se las pidiera, porque se sentía muy confundido y no sabría dármelas. Yo tampoco le dije nada. ¿Qué podía decirle?” Yorio recordó que recién en Roma, el secretario del general de los jesuitas “me sacó la venda de los ojos”. Ese jesuita colombiano, el padre Cándido Gaviña, “me informó que yo había sido expulsado de la Compañía. También me contó que el embajador argentino en el Vaticano le informó que el gobierno decía que habíamos sido capturados por las Fuerzas Armadas porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno que al menos uno de nosotros era guerrillero. Gavigna le pidio que lo confirmara por escrito, y el embajador lo hizo”.
En cambio Jalics viajó a Estados Unidos y luego a Alemania. Escribió que tenía más resentimiento hacia quien los había entregado que contra sus captores y pese a la distancia “no cesaban las mentiras, calumnias y acciones injustas”. Pero, cuenta en su libro, en 1980 quemó los documentos probatorios de lo que llama “el delito” de sus perseguidores. Hasta entonces los había conservado con la secreta intención de utilizarlos. “Desde entonces me siento verdaderamente libre y puedo decir que he perdonado de todo corazón”. En 1990, durante una de sus visitas al país, Jalics se reunió en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760, con Emilio y Chela Mignone. Según la minuta de ese encuentro escrita por Mignone, Jalics les dijo que “Bergoglio se opuso a que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de la Compañía de Jesús”. Bergoglio dice ahora que cuando Jalics viene al país lo visita. La familia de Yorio tiene una información distinta: es Bergoglio quien lo busca, como parte de su operación de blanqueo.

El funcionario de la Cancillería revela que fue Bergoglio quien le comunicó las acusaciones contra Yorio y Jalics.
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EL PAIS › BERGOGLIO SEGUN LOS HERMANOS DE YORIO
“Una persona ávida de poder”

Por Horacio Verbitsky
Graciela y Rodolfo Yorio rechazan las afirmaciones de Bergoglio sobre su hermano Orlando e insisten en su responsabilidad en el secuestro que padeció en 1976 junto con Francisco Jalics. Con su ejemplar de El Jesuita marcado, Graciela afirma que no fueron correos electrónicos enviados a los cardenales en 2005 sino informes de otros jesuitas los que muchos años antes pusieron en conocimiento del Vaticano el comportamiento de Bergoglio.
–¿Cómo lo sabe?
–Cuando presentamos el libro de mi hermano Orlando, Tanteando pactos de amor, conocí a un jesuita amigo de Orlando y que después vino a comer a casa. Yo le pregunté si a él le parecía que un sacerdote con los antecedentes de Bergoglio podía llegar a papa. Me dijo que no me preocupara, que no iba a llegar porque en su dossier figura la historia de Francisco y Orlando.
–¿Cuándo ocurrió ese diálogo?
–Orlando murió en 2000. Al año siguiente hicimos la presentación del libro. ¿En qué año murió el papa?
–En 2005.
–Entonces fue cuatro años antes. No había cónclave ni nada.
–¿Se acuerda el nombre de ese jesuita?
–Juan Luis Moyano.
–Fue viceprovincial de la Compañía después de la dictadura.
–Eso no lo sé. En aquel momento estaba en alguna institución cultural.
Rodolfo Yorio recuerda que su hermano estaba preocupado por los supuestos informes que según le decía Bergoglio había en su contra, pero nunca le permitía verlos. Cuando lo secuestraron, Rodolfo y Graciela tuvieron varias entrevistas con Bergoglio en el Colegio Máximo de San Miguel, de las que no guardan buen recuerdo. Dice Rodolfo:
–En su libro, Bergoglio se presenta como un hombre joven que no podía hacer mucho porque no tenía contactos, pero a mí me consta lo contrario.
–¿Por qué?
–Me dijo que estaba esperando a personal de inteligencia del Ejército y que les haría la consulta sobre Orlando. Al salir, cuando calculé que Bergoglio ya no podía verme desde la ventana, en vez de seguir hacia la ruta me perdí entre los árboles del gran parque. A los 10 minutos llegó un Ford Falcon, del que bajaron tres hombres en uniforme de fajina. Cuando entraron, me fui lo más rápido que pude. Bergoglio tenía vinculaciones importantes.
Pero nunca les dio ninguna información. En uno de esos encuentros los hermanos Yorio le dijeron que cada vez que Orlando y Jalics vieron a un obispo para que los recibiera en su diócesis, les decían que habían recibido malos informes. Graciela recuerda:
–Me dijo que él había hecho informes favorables, hizo ademán de buscarlos para que los viéramos, pero no trajo nada. Otra vez me dijo algo que yo sentí como una amenaza.
–¿Qué fue?
–“Vos cuidate, porque a la hermana de Fulano que no tenía nada que ver la secuestraron y la torturaron”. Si era tan joven y no tenía contactos, ¿cómo pudo ver a Massera y Videla? Mi hermano estaba convencido de que Bergoglio los había entregado, y yo le creo.
Agrega Rodolfo:
–El no podía armar una fuerza de tareas para rescatarlos, no es eso lo que le reprochamos. Pero como responsable que aprobó cada paso que dieron debería haberlos protegido de los rumores, de las calumnias y de las injurias que culminaron con su detención ilegal. Si Bergoglio lo hubiera querido a Orlando se hubiera interesado por él cuando quedó en libertad. Lo único que hizo fue pagarle el viaje a Roma. Nunca hizo ningún contacto, ni telefónico ni epistolar. Tampoco se comunicó con la familia para decir que lamentaba su muerte. Nada.
–¿Por qué cree que no lo quería?
–Creo que le tenía envidia, por la capacidad de Orlando para ver el drama humano en forma directa.
–¿No habría alguna razón política? Orlando compartía puntos de vista de la JP y Bergoglio formaba parte o estaba muy próximo a Guardia de Hierro.
Rodolfo Yorio asiente:
–Sí, claro. En la época de las tres A yo le dije, “si entrás a la jaula del león disfrazado de churrasco, te van a comer. Tenés en contra a Guardia, a Norma Kennedy y a tu jefe, sos candidato a la boleta”. Una Unidad Básica de Norma Kennedy estaba cerca de la capilla de Orlando en la villa. Y los de Guardia le habían quitado su cátedra de Teología en el Salvador, sin explicación. Así se conformó una red de intrigas fundamentada en informes que nadie vio pero que al mencionarlos Bergoglio daban sustancia a los cargos. Orlando sabía que el provincial no lo quería. Bergoglio no mantenía la opción por los pobres y por eso cuestionaba el trabajo pastoral que ellos hacían en la villa.
Graciela está pensativa y retoma en un punto anterior:
–¿Si vio a Massera y Videla como dice, por qué no se lo comentó nunca a mi mamá, si fue varias veces a casa y estábamos tan desesperados como las familias a las que él dice haber ayudado?
Rodolfo agrega:
–Conozco gente que él ayudó. Eso habla de sus dos caras y de su cercanía con el poder militar. Maneja la ambigüedad con maestría. Si los mataban se los sacaba de encima, si se salvaban él los había salvado. Por eso hay gente que lo considera un santo y otros que le tienen terror.
Para Graciela, Bergoglio “trabajó a dos puntas, los alentó para que hicieran esa tarea en la villa y por otro los fue encerrando”.
Rodolfo: –Una característica de la orden es la obediencia. Cada cosa que hicieron fue con su autorización. Es un político, que ama el poder. Orlando era uno de los escollos para que Bergoglio llegara a donde quería llegar.
–¿En qué sentido?
–Tal vez pensó que Orlando podría ser el futuro provincial.
Gaciela acota que Orlando mencionaba a Bergoglio “como una persona ávida de poder”. Los dos hermanos recuerdan que la Compañía de Jesús le ofreció el reingreso a Orlando. La primera vez en Roma, la segunda poco antes de su muerte, cuando atendía una parroquia en el Uruguay.
–¿Y qué pasó?
Graciela: –Dijo que no tenía problemas siempre que se supiera la verdad de lo que había pasado, cuáles eran esos informes que mencionaba Bergoglio, de qué lo acusaban y quién.
Rodolfo: –Desde el derecho interno de ellos para pedirle que se aparte de la orden tiene que haber actos acusatorios, constancias administrativas. Orlando pidió conocerlos pero nunca lo logró.

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No sabe, no contesta
Por Horacio Verbitsky
Bergoglio sostiene en su libro que en la Iglesia “se fue conociendo de a poco todo lo que estaba pasando. Al principio se sabía poco y nada”. Vale la pena cotejar esta afirmación con los documentos del Episcopado que aún se mantienen en secreto y con los del gobierno de los Estados Unidos que fueron desclasificados a pedido de los organismos defensores de los derechos humanos.
El 10 de mayo de 1976, se reunió la Asamblea Plenaria del Episcopado. Cada obispo informó sobre lo que ocurrió en su diócesis, de modo que todos tuvieron un panorama nacional preciso, apenas seis semanas después del golpe. El cardenal Raúl Primatesta dijo que en Córdoba se producían despidos arbitrarios y miles de suspensiones en las fábricas, proseguían los secuestros ejecutados por grupos parapoliciales y se desconocía la ubicación de algunos de los muchos presos. También se allanaban parroquias y había un sacerdote detenido. El arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, habló de corrupción, torturas policiales y muchísimos presos. El de Neuquén, Jaime de Nevares, contó que el Ejército detenía, torturaba y remitía a cárceles lejanas a personas contra las que no se formulaban cargos, cuyas viviendas saqueaba y destruía. Otras personas estaban desaparecidas, dijo. El obispo de Viedma, Miguel Hesayne, dijo que la Iglesia debía apoyar a los familiares de las personas detenidas-desaparecidas. Lamentó que el Episcopado estuviera dividido y los militares pudieran valerse de unos obispos en contra de otros. Para Hesayne, debía condenarse la tortura, como ofensa a la dignidad humana. Los obispos de Formosa, Posadas y Reconquista, Pacífico Scozzina, Jorge Kémerer y Juan José Iriarte, contaron que también en el otro extremo del país fueron detenidos muchos campesinos sin participación en hechos de violencia y algunos sacerdotes y laicos consagrados, que padecieron maltratos y robos durante los allanamientos. El obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, contó que el jefe de la base áerea de El Chamical había interrumpido su homilía durante la misa, una casa parroquial había sido clausurada, varios sacerdotes y religiosas, dos seminaristas e incluso el vicario general de la diócesis fueron detenidos. El propio obispo fue revisado como un reo en un santuario popular.
Según el obispo Carlos Ponce de León en San Nicolás se vivía un clima de terror. Cuando intercedió por varias personas de-saparecidas, el jefe del área de seguridad local, coronel Manuel Saint Amant, le respondió con desdén:
–Voy a hacer desaparecer a todos los que están con usted, y a usted todavía no puedo porque es obispo.
Luego de esas intervenciones y de otras similares de los obispos Antonio Aguirre (San Isidro), Antonio Quarracino (Avellaneda), Jorge Manuel López (Corrientes) y Miguel Raspanti (Morón), la conferencia debatió qué hacer: 19 obispos querían difundir lo que pasaba en el país, pero 38 se opusieron. Por eso, el documento que emitieron, “País y Bien Común”, pidió comprensión hacia el gobierno militar y dijo que era equivocado pretender que los organismos de seguridad actuaran “con pureza química de tiempo de paz, mientras corre sangre cada día”. También consideraba aceptable el sacrificio de “aquella cuota de libertad que la coyuntura pide”. En cambio condenó como pecado “el asesinar, con secuestro previo o sin él, cualquiera sea el bando del asesinado”. Postuló así una improbable equivalencia. El nuncio Pio Laghi recibía información de los diplomáticos occidentales acreditados en Buenos Aires. Cada quince días, funcionarios de 32 países intercambiaban información. El 19 de mayo se confesaron su preocupación: “Si saliera a luz el tratamiento que dan a los prisioneros las autoridades que efectúan los arrestos, la imagen del gobierno argentino sería tan mala como la del chileno, y sólo será cuestión de tiempo que esto ocurra”. Dos años y medio después, el 22 de diciembre de 1978, el secretario de la nunciatura, Kevin Mullen comunicó a funcionarios de la embajada estadounidense que “un oficial de la más alta jerarquía del Ejército había informado a Laghi que durante su campaña antisubversiva las Fuerzas Armadas se habían visto obligadas a ‘encargarse’ de 15.000 personas”.
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Baseotto no está solo
El nuevo libro de Verbitsky resuelve un viejo enigma sobre el rol del cardenal Bergoglio en el secuestro de dos jesuitas. El Silencio. De Paulo VI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA revela la seducción que Massera, ejercía sobre Paulo VI y la colaboración en el programa de “recuperación” de prisioneros de la Armada, por la cual un campo de concentración funcionó en una propiedad eclesiástica. El obispo castrense Baseotto no está solo.
Por Horacio Verbitsky
Entre el jueves 13 y el viernes 14 de mayo de 1976, fuerzas de la Armada camufladas como si fueran del Ejército, secuestraron de sus domicilios y lugares de trabajo en la ciudad de Buenos Aires a cinco jóvenes catequistas y a los esposos de dos de ellas. Las mujeres trabajaban en la comunidad eclesiástica de base organizada por varios sacerdotes jesuitas en la villa Belén, del Bajo Flores. Diez días después también fueron secuestrados dos de los sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Ambos dependían del provincial de la Compañía de Jesús, Mario Jorge Bergoglio, el actual arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina.
Su antecesor Juan Carlos Aramburu, fallecido hace pocos meses a los 92 años, le había quitado la licencia para decir misa a Yorio, integrante del equipo de pastoral de villas de la Arquidiócesis de Buenos Aires. Por eso, la mañana del domingo 23 de mayo de 1976, cuando las tropas irrumpieron en la propia villa del Bajo Flores, quien oficiaba el servicio, en un ranchito que estaba a 50 metros de la casa de Yorio, era otro sacerdote, Francisco Bozzini. Por la ventana Yorio vio pasar una fila de cascos. Más de cien soldados habían bajado de patrulleros policiales y camiones militares. Los jefes de la tropa se trataban con grados del Ejército. Pero los soldados que los acompañaban le dijeron al párroco Rodolfo Ricciardelli que eran infantes de Marina de la ESMA. Coparon la villa y al concluir la misa separaron a ocho catequistas, compañeros de los secuestrados la semana anterior. También a Yorio y a Francisco Jalics, otro jesuita que vivía con él en la villa. Los insultaban y no les daban tiempo a contestar. No les interesaba obtener respuestas:
–¿Qué piensa de Pinochet?
–¿Fue amigo del padre Mugica?
–¿Por qué nos trata mal la gente de la villa?
–¿Ustedes les enseñan eso?
–¿Conocés a esta mujer?
La pobreza espiritual
Les mostraban una foto de la ex religiosa Mónica Quinteiro, una de las secuestradas. Yorio respondió que la conocía desde 1967. Antes de dejar los hábitos “en 1974 organizó en la villa una comunidad de treinta religiosos”, a la que él se sumó. Sin contemplaciones lo metieron en un auto y le colocaron una capucha de lona. Al bajar del vehículo lo llevaron hasta un recinto con una cama en la que lo sentaron y le engrillaron los pies. En ese lugar oscuro y estrecho pasó días. “De tanto en tanto entraban para insultarme y amenazarme. No podía dormir ni me llevaban al baño. Me tenía que hacer encima y no me permitían cambiarme de ropa. Perdí la noción del tiempo. Un día me dieron una inyección que me durmió.” En estado de sopor y pánico escuchó una voz a su lado que musitaba:
–Ay Orlando.
Le pareció reconocer a Mónica Quinteiro.
“Ponían en marcha un grabador y me interrogaban dormido. Me preguntaron por Mónica Mignone y por mi trabajo en la villa.”
–Vos no sos guerrillero pero al vivir en la villa unís a los pobres y eso es subversivo –le dijeron.
Cuando pudieron hablar entre ellos, Jalics le dijo que el 25 de mayo por una ventana abierta pudo escuchar la arenga de una formación militar dirigida al personal de la ESMA. En otro de sus interrogatorios entre sueños, Yorio debió contestar preguntas de un hombre que no era militar. Esa persona culta, con conocimientos de psicología y de la Iglesia, le predicó el Evangelio según Massera:
“Me dijo que yo era un cura idealista pero que mi error era interpretar materialmente las Escrituras al ir a vivir con los pobres. Que Cristo hablaba de pobreza espiritual. Que quedaría libre pero que debía pasar un año sin mostrarme, en un colegio, trabajando en otra clase social, porque había penetración marxista en América latina”.
El sacerdote Francisco Bozzini tomó contacto con la esposa del almirante Horacio Mayorga, a quien conocía de su parroquia, y con varios militares junto a los que había escalado el Aconcagua. Bozzini confirmó así dónde estaban sus compañeros. Cuando se presentó en la ESMA reconoció a varios de los autores del operativo. A través de un oficial envió la comunión a Yorio, quien la recibió en su lugar de cautiverio sin saber quién se la mandaba hasta muchos años después, cuando se encontró con Bozzini en Roma.
Luz verde
“Yo estoy a su popa”, escuchó decir Yorio, de un auto a otro, cuando lo sacaron de aquel lugar y lo llevaron con los ojos vendados a una casa arbolada en la que pasaría los siguientes cinco meses. Hijo de un militar y conocedor de los cuarteles, sabía que así no se hablaba en el Ejército. El jefe de Operaciones de la Armada, almirante Oscar Montes negó que la Armada tuviera a los catequistas, pero reconoció que “a esos capellanes tercermundistas sí, los detuvo la Infantería de Marina. Uno de ellos es muy peligroso”.
–Muy interesante, porque Massera lo niega. Vamos avanzando –celebró Emilio Mignone, padre de otra de las catequistas secuestradas.
Los dos jesuitas permanecieron en una habitación a oscuras, con los ojos cubiertos y encadenados a una cama, que sólo abandonaban para ir al baño. Los interrogatorios continuaron en forma esporádica pero sistemática, a cargo de personas sin estado militar, que venían de tanto en tanto y tenían un conocimiento especializado en las cuestiones de la Iglesia y sus militantes.
Mignone denunció “la siniestra complicidad” eclesiástica con los militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. Según el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos” y lo ejemplifica con la detención de Yorio. “Una semana antes de la detención, el arzobispo Aramburu les había retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta claro que la Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra él. Sin duda, los militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta peligrosidad. ¡Qué dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas!” Bergoglio se encontró muchos años después con Mignone luego de una misa de jueves santo en la Catedral. “Intenté hablarle, pero Mignone tenía una posición tomada y no quiso escucharme”, dice.
Dos versiones opuestas
Alguien que estuvo muy cerca de Mignone en aquellos años, la ex abogada del Centro de Estudios Legales y Sociales Alicia Oliveira, es amiga de Bergoglio, quien apadrinó a sus tres hijos. Su hermana María Susana Oliveira trabajaba con la hija de Mignone y Yorio en la villa del Bajo Flores. Oliveira sostiene que Bergoglio avisó del peligro en ciernes a Yorio y Jalics. “Pero lo desobedecieron. Cuando los secuestraron, Bergoglio averiguó que los tenía la Armada y fue a hablar con Massera. Al día siguiente aparecieron en libertad.”
Un sacerdote de la Compañía de Jesús refutó esa versión: “¿Aparecieron al día siguiente? ¿Quiere decir que esperó cinco meses para reclamar? La Marina no se metía con nadie de la Iglesia que no molestara a la Iglesia. La Compañía no tuvo un papel profético y de denuncia porque Bergoglio tenía vinculación con Massera. No son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica Mignone, de cuyo secuestro la Compañía nunca formuló la denuncia pública. Otros dos curas, Luis Dourrón, que luego dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también actuaban en el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los secuestraron. Cuando salieron los dejó librados a su suerte, y otros como Miguel Hesayne y Jorge Novak tuvieron que protegerlos”, sostiene el sacerdote.
Bergoglio corrige la cronología de Oliveira. “Lo de los cinco meses no es cierto. Me moví desde el primer día y vi dos veces a Videla y otras dos a Massera, pese a lo difícil que era en ese momento conseguir audiencia con ellos. Me dijeron que no sabían qué había ocurrido y que iban a averiguar. Cuando tuve información de que estaban en la ESMA, pedí una nueva audiencia con Videla y se lo comuniqué. Videla dijo que el Ejército y la Marina tenían comandos separados, que iba a hablar con Massera, pero que no era fácil.”
Un laico que durante la dictadura intervino desde organismos de la Iglesia en la denuncia en el exterior de las violaciones a los derechos humanos, agrega detalles sombríos: “Por los datos íntimos que poseían y las preguntas que le hicieron en la ESMA, Yorio cree que Bergoglio o alguien muy próximo estaba presente en los interrogatorios. Si Yorio se salvó fue porque intervino el Vaticano. Bergoglio fue un entregador y muchos miembros de la Compañía debieron exiliarse. Algunos fueron torturados, como Juan Luis Moyano Llerena, detenido cuando aún era seminarista, quien salvó la vida por gestiones de su padre, que había sido ministro de Economía.”
Orlando Yorio nunca se recuperó por completo. Trabajó en el obispado de Quilmes pero se sentía amenazado y se radicó en el Uruguay, donde murió en 2000. Poco antes evocó su relación con Bergoglio. “No tengo ningún motivo para pensar que hizo algo por nuestra libertad, sino todo lo contrario.” Los dos sacerdotes “fueron liberados por las gestiones de Emilio Mignone y la intercesión del Vaticano y no por la actuación de Bergoglio, que fue quien los entregó”, sostiene Angélica Sosa de Mignone.
Alicia Oliveira cree, en cambio, que su amigo el cardenal Bergoglio les ordenó a los sacerdotes que se alejaran de la villa para preservarlos. “No le obedecieron y los separó de la Compañía.”
Pregúntenle al Provincial
Yorio fue separado de sus cátedras de teología en la facultad de los jesuitas de San Miguel “sin proceso y sin razones académicas, por adherir a la teología de la liberación. Desde San Miguel y el provincialato se hacía correr por debajo, sin darme lugar a defenderme, que yo era comunista, subversivo y guerrillero y que andaba con mujeres. Rumores que llegaban de inmediato a los sectores sociales que en ese momento manejaban el poder y la represión. Francisco Jalics varias veces hizo notar el peligro. En ese sentido advirtió por escrito a varios jesuitas del peligro al que la Compañía me estaba exponiendo, y haciendo notar que el responsable era Bergoglio”.
El húngaro Jalics vive en una casa de oración de Alemania. Una persona que aceptó transmitir algunas reflexiones de Jalics con acuerdo del sacerdote dijo que “durante meses Bergoglio contó a todo el mundo que los dos sacerdotes estaban en la guerrilla. Un obispo le confesó a Jalics que eraBergoglio quien se lo había dicho. Jalics le reprochó que jugara así con la vida de ambos”. Bergoglio lo niega: “Nunca pude haberlos caracterizado como guerrilleros o comunistas, entre otras cosas porque nunca creí que lo fueran”.
Continúa Yorio: “Habíamos ido a vivir a la villa del Bajo Flores con aprobación y con mandato de Bergoglio. Y eso significaba un gran compromiso con mucha gente. Yo tenía 30 catequistas, algunos hoy desaparecidos, estaba comprometido con el grupo de sacerdotes villeros, por nuestra casa pasaban religiosos, sacerdotes y laicos comprometidos con los pobres. Jalics daba retiros espirituales a 500 personas por año. A los pocos meses de habernos enviado a la villa, Bergoglio empezó a decirnos que sobre él pesaban fuertes presiones desde Roma y desde la Argentina para que disolviéramos dicha comunidad y abandonáramos la villa. Como Provincial podría habernos ordenado que saliéramos de allí, pero no quería asumir esa responsabilidad. Quería que nosotros dejáramos nuestros compromisos en forma voluntaria, que asumiéramos abandonar a los pobres, después de darnos el mandato de ir allí. No puedo defenderlos, decía. Sabía que me podían matar, por esa desprotección en que nos dejaba la Iglesia dirigente, como ocurrió con Carlos Mugica y el obispo Angelelli. Por último, Bergoglio vino de Roma con una carta del general de los jesuitas, Pedro Arrupe, quien nos ordenaba que en 15 días dejáramos la villa. Fue a fin de febrero de 1976, el miércoles de ceniza, antes de que comenzara la cuaresma, luego de dos años de tironeo. A Jalics lo trasladaban fuera del país, y debíamos cortar todos nuestros compromisos. Le hice notar a Bergoglio el escándalo y la cobardía que implicaba abandonar de modo tan brusco todo lo emprendido. Me contestó que la solución era que pidiéramos salir de la Compañía. En ese caso él gestionaría que nos dejaran unos meses más en la villa, para poder retirarnos en orden. Entonces le pedimos al General salir de la Compañía, pero nunca llegamos a conocer la respuesta. Para salir necesitábamos un Obispo que nos recibiera y nos protegiera. Pasamos dos meses buscando un Obispo benévolo. Todos nos atendían bien pero pronto venía un aviso de que había graves informes secretos contra nosotros, por lo que no nos podían recibir en sus diócesis. Cuando queríamos saber por qué, nos respondían que le preguntáramos al Provincial”.
Cuando le comunicaron que el cardenal Aramburu había decidido suspenderlos a divinis, Yorio recurrió a Bergoglio. “Me dijo que eran berretines del cardenal, pero que no me preocupara y siguiera celebrando en privado. El viernes el obispo de Morón Miguel Raspanti recibió en su diócesis a otro sacerdote jesuita de nuestro grupo, Luis Dourrón, pero a Jalics y a mí no. El domingo nos chupó la Armada.” Años después, Yorio recibió a través de un canonista un mensaje de Aramburu: “Que él no me había entregado”. Yorio dice que nunca tuvo “indicios para pensar que Bergoglio nos liberó, al contrario. A mis hermanos les avisó que yo había sido fusilado, para que fueran preparando a mi madre. El secretario del vicariato castrense, Emilio Grasselli, les informó a los sacerdotes villeros que ya habíamos muerto”, dice.
A su juicio, Bergoglio “tenía comunicación con Massera, le habrían informado que yo era el jefe de los guerrilleros y por eso se lavó las manos y tuvo esa actitud doble. No esperaban que saliera vivo”. Más aún, sospecha que Bergoglio estuvo presente en la casa operativa de la Armada en la que pasaron varios meses. “Una vez nos dijeron que teníamos visita importante. Vino un grupo de gente. Jalics sintió que uno era Bergoglio”, dice.
–¿Cómo lo sintió? –En esas circunstancias uno hasta reconoce al carcelero por los latidos del corazón.
Cuenta de conciencia
En octubre de 1976, Yorio y Jalics fueron drogados y conducidos en un helicóptero hasta un bañado en Cañuelas donde despertaron rodeados de pastizales. “Fue en vísperas de la reunión del Episcopado con Martínez de Hoz”, dice Yorio. El 16 de julio de 1985, cuando declaró como testigo ante la Cámara Federal que juzgó a Videla, Massera & Cía., Yorio dijo que al recuperar su libertad se escondió en una Iglesia y se comunicó con Bergoglio, a quien por entonces no consideraba cómplice de lo sucedido. Ante los jueces, Yorio también dijo que Bergoglio había hecho gestiones por su libertad ante Massera. “Al salir yo pensaba que era jesuita todavía. Los jesuitas hacemos algo que se llama la cuenta de conciencia, le contamos al superior hasta las cosas más íntimas. Yo lo cumplí hasta último momento, porque creía en Bergoglio. En el interrogatorio en la ESMA me hicieron alusión a que ya no era sacerdote. Al quedar libres, el propio Bergoglio vino a verme y me avisó que no era más jesuita, porque él había hecho el trámite sin necesidad de que yo me molestara, para comodidad mía, que estaba escondido. Pero después en Roma supe que me habían expulsado. Ese día Bergoglio reconoció que una serie de jesuitas había hablado con los obispos para que no nos recibieran pero que él ya lo había arreglado y que había conseguido que un obispo me recibiera.” Era Jorge Novak, en cuya diócesis de Quilmes Yorio estuvo desde entonces, salvo tres años que pasó en Roma. “Bergoglio no me quería mandar a Roma, pero por presión de mi familia y de Novak salí. Estaba escondido, porque hubo una orden de Videla de buscarme. Había razzias.”
Bergoglio afirma que a raíz de “problemas” ocurridos en la comunidad del Barrio Rivadavia, frente a la villa del Bajo Flores, había dispuesto que los sacerdotes debían dejar esa comunidad o la Compañía. En el momento del secuestro Yorio ya no era jesuita, pese a lo cual hizo todas las gestiones para conseguir su libertad, dice.
–¿Por qué debían dejar la villa?
–La villa no, la comunidad jesuita del Barrio Rivadavia. De hecho otros sacerdotes jesuitas siguieron en las villas y la Compañía no se los prohibió.
Los documentos
Bergoglio me hizo llegar algunos documentos que defienden su posición. Uno es un manuscrito de Yorio en el que anuncia su decisión de abandonar la Compañía de Jesús. Otro, fechado el 19 de marzo de 1976 en Córdoba por el Consultor Provincial de la Compañía, padre Luis Totera, dice que Bergoglio les dijo “que tuvieran especial cuidado, que se estaba gestando un golpe militar y que, aunque los padres Yorio y Dourrón no pertenecieran más a la Compañía, les aconsejaba que, de suceder tal evento, por previsión y para mayor seguridad de ellos, vinieran a hospedarse en una casa de la Compañía, donde serían bien recibidos”. Ese documento está fechado cinco días antes del golpe, pero no hay modo de saber si realmente fue escrito entonces o constituye una justificación posterior antedatada.
El último documento es una carta de descargo del provincial argentino al provincial alemán, Juan Hegyi, quien había reclamado al General de la Compañía por lo sucedido con Jalics y Yorio. “Noto que el Padre Jalics (y quizás también el padre Yorio) tiene la impresión de que fueron acusados de alguna forma sobre algunos puntos”, dice Bergoglio en esa nota del 19 de agosto de 1977. Los rumores que han corrido de que “algunos de los padres del grupo habría tenido contactos con los grupos extremistas” le parecen inexactos e injustos. También considera “una ligereza muy grande” la “acusación de falsa doctrina” contra Jalics, ya que sus escritos yclases cuentan con el imprimatur y el nihil obstat eclesiástico y le “hacen bien a la gente”. Concluye con palabras de pesar por los sufrimientos del “buen padre Jalics” en “sus seis meses de detención, siendo inocente” y de comprensión por sus sentimientos por “haber sido sospechoso de contacto con guerrilleros o mala doctrina”.
Cuando Yorio llegó a Roma, “el secretario del general de los jesuitas me sacó la venda de los ojos. El padre Gavigna, colombiano como el provincial posterior Alvaro Restrepo, había estado en la Argentina, fue maestro de novicios, me conocía bien. El me informó que yo había sido expulsado de la Compañía. También me contó que el embajador argentino en el Vaticano le informó que el gobierno decía que habíamos sido capturados por las Fuerzas Armadas porque nuestros superiores eclesiásticos habían informado al gobierno que al menos uno de nosotros era guerrillero. Gavigna le pidió que lo confirmara por escrito, y el embajador lo hizo”.
En el desprolijo y saqueado archivo de la Dirección de Culto de la Cancillería no figura esa correspondencia. Hay en cambio otros documentos que esclarecen la conducta de Bergoglio y que permiten releer bajo una luz distinta todos los anteriores. El 4 de diciembre de 1979, Bergoglio dirigió una nota a la Dirección Nacional de Culto. Jalics debía volver al país desde Alemania para renovar su pasaporte. “A fin de evitar un viaje tan costoso me dirijo al señor Director Nacional de Culto a fin de ver la posibilidad de hacer la renovación desde aquí”, pedía. Dos semanas después el Director de Culto Católico de la Cancillería, Anselmo Orcoyen, “en atención a los antecedentes del peticionante” opinó que “no debe accederse de conformidad a lo solicitado” (subrayado en el original). Adjuntó al memo la carta de Bergoglio, los datos personales de Jalics, fotocopia de su pasaporte y una nota de pocas líneas, en la que Orcoyen también puso su firma. Dice que Jalics tuvo “actividad disolvente en Congregac. religiosas femeninas (Conflictos de obediencia)”, que fue “detenido en la Escuela de Mecánica de la Armada 24/5/76 XI/76 (6 meses) acusado con el Padre Yorio”. Que es “sospechoso contacto guerrilleros”; que “vivían en pequeña comunidad que el superior Jesuita disolvió en febrero de 1976 y se negaron a obedecer solicitando la salida de la Compañía el 19/3, recibieron 2 la expulsión, el padre Jalics no porque tiene votos solemnes. Ningún Obispo del Gran Buenos Aires lo quiso recibir”. Al pie hay dos líneas que terminan con cualquier duda sobre el rol de Bergoglio. “Estos datos fueron suministrados al señor Orcoyen por el propio padre Bergoglio, firmante de la nota, con especial recomendación de que no se hiciera lugar a lo que solicita.”
Las imágenes de Mignone y Alicia Oliveira dejan de contradecirse y se funden en una, documentada y atroz.

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http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-49534-2005-04-10.htmlpor
Papabilidades
El eventual papa argentino que mencionan especialistas y agencias noticiosas volcaría todo el peso del Vaticano en contra de la revisión de los crímenes de la dictadura. Bergoglio es la personalidad más avasalladora y conflictiva de la Iglesia argentina en décadas, amado y execrado por igual, como testimonia la dividida Compañía de Jesús. El secuestro de cuatro sacerdotes, la distinción académica a Massera y los manejos económicos de la USAL. ¿Es posible un Pontífice de Guardia de Hierro?
Por Horacio Verbitsky
El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, a quien vaticanistas y agencias noticiosas mencionan como uno de los candidatos a la sucesión papal, es la personalidad más avasalladora y conflictiva de la Iglesia argentina en décadas, amado por unos y execrado por otros. Según la fuente que se consulte es el hombre más generoso e inteligente que alguna vez haya dicho misa en el país o un maquiavélico felón que traicionó a sus hermanos y los entregó a la desaparición y la tortura por la Junta Militar en aras de una insaciable ambición de poder. A continuación, la historia secreta de quien, en caso de convertirse en Papa, volcaría todo el peso de la Iglesia en contra de la revisión judicial de los crímenes cometidos durante la dictadura militar, de lo cual ofreció un anticipo esta semana al fustigar a los “progresistas adolescentes” y motivó la respuesta de Néstor Kirchner de que prefería ser adolescente toda la vida a perder sus convicciones. La presencia de Menem y Duhalde en la Ciudad donde se elegirá al Pontífice no vale un voto, pero traduce un deseo. El primero pasó sobres mensuales a los obispos adictos a través de Esteban Caselli y así hasta consiguió que el vocero vaticano Joaquín Navarro Valls rectificara una admonición de Juan Pablo II a su gobierno. El segundo llegó al poder que las urnas le negaron montado en una coalición de obispos, sindicalistas, políticos bonaerenses y hombres de negocios que propiciaban la devaluación de la moneda, propósitos políticos y económicos encubiertos bajo el pomposo nombre de Diálogo Argentino, en la más audaz incursión pública de la Iglesia desde la conclusión de la dictadura. Con Duhalde (cuyo estratega era el ex Guardián Juan Carlos Mazzon) Bergoglio intentó cerrar el capítulo de la revisión por los crímenes de la guerra sucia y acuñó el slogan de la “Memoria completa”.
Conservador popular
Bergoglio reúne en sí dos rasgos que no siempre van juntos: es un conservador extremo en materias dogmáticas y posee una marcada sensibilidad social. Es lo que en la política argentina se conoce como un conservador popular. En privado se autodefine como peronista y su grupo de referencia es Guardia de Hierro, bautizado así en homenaje a la organización paramilitar antisemita rumana del mismo nombre, fundada por Corneliu Codreanu. Desde su emergencia como el nuevo hombre fuerte de la Iglesia argentina la Conferencia Episcopal emitió declaraciones fustigando la corrupción y exaltando “las conquistas sociales y la dignidad de los trabajadores”. Esa línea fue diseñada como vía de escape de los cuestionamientos por la actuación episcopal bajo la dictadura, que se reavivaron en 1995 con la revelación de que la jerarquía eclesiástica había aprobado los métodos bárbaros de ejecución de prisioneros y que los capellanes se encargaban de acallar con parábolas bíblicas los escrúpulos de los oficiales que dudaban de la legitimidad de las órdenes de arrojar a prisioneros indefensos al mar.
Bergoglio trabó contacto con Guardia de Hierro a principios de la década de 1970 y no lo perdió desde entonces. Esto implicó relaciones especiales con el gobierno de la fugaz presidenta María Estela Martínez de Perón y con el representante de la Armada en la Junta Militar que la derrocó, Emilio Massera. Su espectacular irrupción en la década pasada como sucesor del cardenal Antonio Quarracino colocó en la escena pública un debate sobre su personalidad y su conducta que se expresa en una paradoja: fue el primer jesuita en alcanzar el cardenalato y el arzobispado de Buenos Aires y sin embargo carece de toda relación con la Compañía de Jesús, donde su nombre es denostado. Que Quarracino lo haya elegido como sucesor sólo sorprendió a quienes se fijaban en aspectos exteriores: uno era chabacano y hedonista, el otro es culto, sofisticado y austero. Pero desde distintas jerarquías y con años de distancia ambos fueron partícipes del movimiento de renovación del Concilio Vaticano II y tuvieron afinidades con la teología de la liberación, pero abjuraron de ella (y de los compromisos asumidos en consecuencia) cuando la represión castrense desconoció cualquier límite y se volvió incluso hacia el interior de la Iglesia. La conversión de Quarracino se produjo en 1971 durante la dictadura del general Alejandro Lanusse luego de haber afirmado, en mayo de 1968, que “una cierta violencia” era necesaria para “una auténtica y profunda renovación de estructuras, una verdadera revolución social”. La de Bergoglio se produjo al aproximarse el golpe de 1976, cuando disciplinó a la Compañía de Jesús y dejó librados a su suerte a los integrantes que no quisieron abandonar a los sectores populares. Esta historia es un secreto que la gran prensa argentina guarda con tanto empeño como el que puso hace tres décadas en ignorar el método de la desaparición de personas aplicado por la Junta Militar. En cambio los corresponsales de la prensa extranjera tratan de reconstruir la historia para entender al candidato, sobre el que ya se han publicado artículos críticos en medios de Brasil, México y Francia.
Iglesia y dictadura
En su libro Iglesia y dictadura, editado en 1986, cuando Bergoglio no era conocido fuera del mundo eclesiástico, Emilio Mignone lo mencionó como ejemplo de “la siniestra complicidad” eclesiástica con los militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. Según el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976 la Infantería de Marina detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero Orlando Yorio y lo mantuvo durante cinco meses en calidad de desaparecido. Una semana antes de la detención, el arzobispo Juan Carlos Aramburu le había retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad en la ESMA, resulta claro que la Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra él”. Mignone lo cuenta entre los “pastores que entregaron sus ovejas”. Junto con Yorio también fueron secuestrados otros tres jesuitas que trabajaban en la misma comunidad eclesial de base: Luis Dourrón, Enrique Rastellini y Francisco Jalics. “Bergoglio les pidió que se fueran de la villa de Flores y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los secuestraron. Cuando salieron los dejó librados a su suerte, y otros como Miguel Hesayne y Jorge Novak tuvieron que protegerlos”, sostiene un sacerdote jesuita que teme represalias si se conociera su nombre. El propio Yorio, un par de años antes de morir, me dijo que Bergoglio “tenía comunicación con Massera, le habrían informado que yo era el jefe de los guerrilleros y por eso se lavó las manos y tuvo esa actitud doble. No esperaba que saliera vivo”. La polémica posterior es conocida. El cardenal aduce en su descargo que no entregó a los sacerdotes sino que les reclamó que dejaran la comunidad del Bajo Flores para protegerlos porque sabía que la represión sería despiadada. Como no aceptaron, les indicó que debían alejarse de la Compañía de Jesús. Es decir que aun en su versión autoindulgente de los hechos, la suerte de los sacerdotes fue subordinada a la de la institución. Las pruebas que zanjan la discusión se reproducen en estas páginas.
El Papa Negro
Organizada en el siglo XVI por el futuro San Ignacio (el caballero vasco Iñigo López de Loyola), la Compañía de Jesús fue una milicia intransigente al servicio del papado que partió en batalla contra la reforma protestante iniciada por Lutero. Los Ejercicios espirituales en los que sistematizó su devoción fueron un instrumento de acción católica laica en el mundo, que superó el enclaustramiento de la Iglesia medieval. Privilegiando los sacramentos de la comunión y la confesión los jesuitas simbolizaron la obediencia al papado tanto como los protestantes la rebelión. Por una ironía de la historia cuatro siglos más tarde esa fuerza ultraconservadora se convirtió en la vanguardia de la renovación de la Iglesia y del cuestionamiento al integrismo que pretendía someter al mundo moderno a la obediencia del Pontífice. A las tareas clásicas de la Compañía, como la educación, los jesuitas que a mediados del siglo pasado estudiaron teología y filosofía en Roma, París y Lovaina agregaron al apostolado social y la rebeldía contra las injusticias del mundo. Su padre superior, el español Pedro Arrupe llegó a ser llamado El Papa Negro, mientras en toda América florecían los centros jesuitas de estudios económico-sociales. En ese contexto, Bergoglio fue designado Superior Provincial de la Compañía en la Argentina en 1973, el año del regreso de Juan D. Perón al gobierno. Al concluir su período de tres años fue reelecto por otro tanto. “La formación jesuítica lleva 14 años y culmina a los 32 de edad. Bergoglio tenía apenas 36 y era el candidato de la gente más progresista, sin ser revolucionario. Era una época de cambios y Arrupe promovía a los jóvenes”, narra otro sacerdote jesuita, que hace tres décadas fue amigo de Bergoglio y hoy lo considera “un enfermo de poder”.
La Limpieza
En esos años posteriores al Concilio Vaticano II cerca de un tercio de los estudiantes y sacerdotes de la Compañía dejaron la Iglesia, por razones personales, ideológicas o institucionales. “A los nuevos que entraban, Bergoglio les dio un marco de contención más rígido y estructurado. Esto se agudizó después de 1976, cuando su opción se inclinó por lo más tradicional. Esto produjo un tipo de estructura jesuítica diferente a la del resto de América Latina y generó mucho aislamiento de la Provincia argentina” de esa organización, dice el sacerdote. Los jesuitas formados por Bergoglio siguen una línea dogmática tradicional, pero “hacen la pastoral de fin de semana con los pobres. Les infundió una visión sacramentalista, acrítica y muy asistencialista”, añade un sacerdote que lo conoce bien. “Cultiva el bajo perfil. Está honestamente preocupado por los pobres, vive su espiritualidad. Es encantador, conquistador, muy austero, lleva siempre el mismo traje viejo, anda con zapatos gastados, viaja en colectivo y en subterráneo.” Según el sacerdote, Bergoglio “trató de desarmar el centro de estudios de la Compañía, el CIAS, donde estaban los sacerdotes Fernando Storni y Vicente Pellegrini. En la revista que editaban se publicó el artículo de Pellegrini sobre la represión que reprodujo Jacobo Timerman y provocó la clausura de La Opinión”, dice. “Eran unos snobs intelectuales”, desdeñan quienes avalan a Bergoglio. Otro documento que se conserva en el archivo de la Cancillería, producido a principios de la década de 1980 por un servicio de informaciones bajo el título “Nuevo copamiento de los jesuitas argentinos”, afirma que “a pesar de la buena voluntad del padre Bergoglio, la Compañía en Argentina no se ha limpiado. Los jesuitas zurdos se han cuidado por un tiempo. Ahora, con gran apoyo del exterior y de ciertos obispos tercermundistas han comenzado una nueva etapa”.
Al concluir su ciclo como Provincial, Bergoglio fue sucedido por el flamenco belga Andrés Swinnen. Bergoglio asumió como Rector de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, por otros seis años, y desde allí siguió influyendo en la Compañía, donde el nuevo Provincial nunca tuvo suficiente consenso como para eclipsarlo. En esos doce años formó una generación de jesuitas, como maestro de novicios y con los libros de espiritualidad que escribió. Luego de un breve paso por Alemania, Bergoglio volvió a la Argentina. Con el fin de la dictadura, su poder se eclipsó y quedó en una atípica relación: sigue siendo jesuita, aunque sin obediencia a la Compañía. En 1985 fue trasladado a una Casa de la Compañía en Córdoba. Personas próximas a él cuentan que allí estuvo virtualmente secuestrado. “Decían que estaba loco y lo tenían encerrado, no le pasaban las llamadas, presuntamente para protegerlo.” Una de las más altas autoridades de la Compañía no niega los hechos, aunque les da una explicación diferente. “Puede ser, no digo que no haya ocurrido así. Los conflictos internos fueron muy serios, tanto por la línea seguida como por el modo de gobierno y por cierto maquiavelismo. Para él, vale todo. Si se estaba tratando de cambiar la orientación de la Compañía, es probable que no le pasaran llamadas de los estudiantes, porque hubiera perturbado ese trabajo de cambio”, admite. El retrato con el que coinciden varios laicos que lo trataron es el de un psicópata seductor e inescrupuloso. En 1985, en lugar de Swinnen fue designado Provincial el presidente de la Conferencia Argentina de Religiosos (CAR), Víctor Zorzín, sucedido seis años después por Ignacio García Mata.
La fractura fue tan marcada que congregaciones que tienen la misma espiritualidad que los jesuitas, como las Esclavas, el Sagrado Corazón, las Hijas de Jesús, o la Compañía de María, que normalmente recurrían a jesuitas argentinos para sus ejercicios espirituales anuales o para sus cursos de teología, comenzaron a invitar a sacerdotes jesuitas de otras nacionalidades. La gravedad del conflicto llegó a tal punto que en 1997, cuando Bergoglio asumió como arzobispo porteño la Compañía decidió no designar como provincial a un jesuita argentino, para evitar roces, sino al sacerdote colombiano Alvaro Restrepo. Pero la Compañía argentina continúa profundamente dividida y Bergoglio aún conserva influencia.
Al describir su personalidad, su ex amigo jesuita dice que Bergoglio es un hombre de gran carisma para relacionarse. “Es capaz de acompañar toda la noche a un cura enfermo. Cuando era coadjutor iba a vivir a las parroquias. Les daba una semana de vacaciones a los curas y él se quedaba en su lugar. Así se ganó al clero joven. No es distante ni hace frías visitas de inspección.” Un obispo que no autorizó que se revelara su identidad, se refería a él en términos muy similares: “Es un hombre muy peligroso. Si tiene un cura enfermo lo va a ver y se queda toda la noche. Un horror. Yo voy de visita pero me quedo diez minutos”. “Bergoglio es el responsable de que la Compañía de Jesús argentina sea retrógrada, espiritualista, conservadora, con una postura cercana al integrismo, lo cual es un caso único en el mundo, donde los jesuitas se destacan por lo contrario”, afirma un estudioso de la Compañía. “Una generación entera de jesuitas fue formada por Bergoglio en el culto a la personalidad, el clientelismo y la obsecuencia. Visita a los curitas y les soluciona problemas, les ofrece una computadora o un viajecito de vacaciones. En todo el mundo los jesuitas son vanguardia, acá trogloditas”, agrega. En pocos días más se sabrá si el Colegio de Cardenales dispone que ese mismo destino le aguarde a la Iglesia Universal y sobre la Argentina caigan las sombras del oscurantismo.

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POR H.A.

 

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