“MI MEJOR AMIGO”… UNA EXPRESIÓN INAPROPIADA

“Mi mejor amigo” -una expresión que antes que una calificación de la conducta del amigo más bien traduce una predilección o preferencia-  se encuentra en boca de prácticamente todo el  mundo y  es  la contracara de “mi peor amigo”, aunque a estar por la llamativa generalización de la frase este detalle parece no haber sido advertido por la mayoría. 

Por cada “mejor amigo” habrá siempre, inevitablemente, un “peor amigo”, pues ambos existen y se explican a partir del contraste. La ley de los opuestos es implacable. ¿Cómo conocer lo bello sabiendo nada de lo feo? Sin embargo, es difícil que alguien se refiera a un amigo tratándolo de “peor”, aún siendo tan válida una expresión como la otra.  ¿Se atrevería  José,  con la misma soltura  que afirma que  Juan   es  su “mejor amigo”, decir que  Pedro es “el  peor”?  Difícilmente lo haga.  “Es mi peor amigo” suena mal, muy mal, ofensivo, y no es para menos porque significa excluir al amigo del ámbito de especial consideración que requiere la amistad.  Sin embargo la expresión tiene la misma implicancia que su contracara, “mi mejor amigo”, ya que con ésta también se excluye, aunque implícitamente. No obstante es admitida sin reservas incluso por los  “amigos no mejores”,  es decir por  “los peores”.

Como que hacen a nuestra humana condición, las predilecciones entre amigos son naturales y legítimas, pero en modo alguno ello convierte al predilecto en mejor frente a los demás. Para semejante calificación se necesita de un tercero imparcial y de un juicio de valor objetivo que pondere la conducta del amigo en base a normas predeterminadas, también objetivas, y francamente se me ocurre impensable equiparar a la amistad con una disciplina reglada donde sí cabrían los mejores y los peores, pugnando por rangos superiores. Un amigo que juzga a otro amigo es juez y parte; no puede ser imparcial.  Las preferencias, en cambio,  sí son válidas porque se explican a la luz de la subjetividad  de cada amigo y no implican descalificación  de los demás. Basta el sentimiento, tal como ocurrió con el propio Jesús de Nazaret, quien se supone tenía un  predilecto (el Discípulo Amado) entre sus amigos íntimos,  y sin embargo amaba a todos y no se le oyó considerarlo el mejor, ni tan siquiera identificarlo.

Los hombres no son iguales ni pueden serlo, y si bien la amistad ocupa ciertamente un lugar de privilegio en el marco de esta diversidad,  en su seno los amigos interactúan de modo diferente, siempre diferente. Hay quienes tienen entre sí poco contacto y otros que comparten mucho tiempo. Los hay íntimos y no tan íntimos. Algunos son especiales para momentos divertidos y otros para compartir situaciones que  requieren de mayor seriedad. Hay quienes hablan más con su silencio y otros que se exceden en palabras. Cada uno actúa a su modo, quiere a su modo y da de sí lo que puede y como puede, pero cada uno es amigo. A su manera, pero amigo al fin.

Que José tenga más afinidad con Juan que con Pedro en determinados aspectos,  no significa que Juan sea mejor, ni Pedro peor. Para nada. Asombrosamente, sin embargo, la mentada expresión es  digerida con la misma ligereza con la que se pronuncia, supongo que por ser más oída que escuchada.

Veo a la amistad como esencialmente buena y no me parece que admita la incorporación de una suerte de escalafón jerárquico en el que los amigos deban pugnar entre sí para posicionarse mejor. Se es amigo o no se es amigo. Punto.

Si fuésemos más cuidadosos con la utilización del lenguaje y lo fuésemos aún más a la hora de repetir expresiones hechas, seguramente “mi mejor amigo”  dejaría el lugar de privilegio que ocupa en boca de la gran mayoría. Sería justo.

                                                                     Carlos Ansaldi