Las corporaciones transnacionales y el cambio de paradigma en las relaciones internacionales (Parte II)

Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)

Por razones de racionalidad económica y del determinismo en el poderío de las Corporaciones Transnacionales (CT), antes del fin de la URSS, adquirió una relevancia inusitada la noción de que la seguridad global debería estar a cargo de una fuerza única. Las funciones de paz de la ONU en la década de 1980 estaban prácticamente moribundas y mientras la URSS mantenía una fuerza militar en Afganistán para proteger un gobierno socialista y secular, la OTAN era la alternativa para la seguridad de Europa Occidental. Con el estallido de la guerra en los Balcanes en la década de 1990, esa tesis de la “fuerza única” se comprobó.

La idea de una fuerza global de seguridad no es nueva. Fue planteada en los años 70 con el advenimiento de las corporaciones globales modernas. En ese tiempo ya se pensaba que Naciones Unidas podría ejercer un rol de contraparte global y que al mismo tiempo, pudiera funcionar como un brazo armado para mantener paz y seguridad a nivel mundial. Sin embargo había reservas por la cantidad de representatividad de países subdesarrollados en el organismo y también por las características del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que nunca ha tenido el beneplácito de las CT.

En esa línea, la seguridad global debería privilegiar un sistema de gobernabilidad que fuera lo más uniforme posible. Como forma de uniformizar en lo más básico los requerimientos del absolutismo económico global, el cemento ideológico que podría nutrir y legitimar un sistema único de gobierno, consistió en expandir la doctrina de los derechos humanos y un restringido concepto de libertad que opera con mayor fluidez cuando no existen desigualdades significativas, particularmente económicas.

Por la tendencia global a colocar la corporación transnacional por sobre la identidad nacional, el esquema doctrinario de protección a los derechos humanos y la libertad -abierto en la apariencia-, ha sido un instrumento que al final privilegia a los que han sido siempre los más poderosos, particularmente las naciones con tradición colonialista. La excusa para intervenir o desestabilizar países como China, Rusia, Corea del Norte. Venezuela, Cuba. Myanmar, Irán y Siria, son los Derechos Humanos en la lógica del común denominador para un gobierno global de las corporaciones transnacionales. Es así que identidades, culturas, nacionalidades, raíces, tradiciones, forman la retaguardia o desaparecen en la carrera desenfrenada por la máxima rentabilidad del capital sin fronteras.

El capital de las CT conforma un sistema mundial de bienes y servicios que se transan en procesos productivos fragmentados a través de un intenso comercio fronterizo. El circuito de insumos y productos adquiere vida en redes y franquicias manejadas por contratistas y los bienes y servicios que lo componen, en su gran mayoría pertenece a consorcios privados. Todo ello existe porque al nivel macro, el capital corporativo transnacional además de ser el principal propietario del circulante, diseña y controla.

La implicancia consiste en que cualquier modificación mayor de política económica doméstica y con mayor razón, de política económica internacional, estará sujeta a ese flujo de capitales que proviene de las CT, especialmente las privadas.

Esta circulación se rige cada vez más por los vaivenes y ritmos del mercado mundial de capitales que por las indicaciones de los organismos que tradicionalmente han formulado políticas como son la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Estos organismos diseñaron en las últimas cuatro décadas los destinos económicos de una gran masa de países dependientes del capital foráneo y dictaron sus políticas económicas. Hoy, por la omnipresencia del poderío monetario de las corporaciones transnacionales, esos organismos apenas mantienen cierta “potestad” de entregar algunas indicaciones y estándares para las economías de los países en vías de desarrollo y para los países más desarrollados en crisis, como es el caso de los países menos favorecidos con las políticas económicas de la Comunidad Europea.

A.W. Clausen ejecutivo del Bank of America y que después encabezó el Banco Mundial, señalaba en la década de 1970 que la expansión de la conciencia de la globalización ofrece a la humanidad quizás la última chance real de construir un orden mundial que sea menos coercitivo del que ofrece el estado-nación. (Barnet, R.J. 1974). Si bien se observa hoy como una noción un tanto apocalíptica, claramente Clausen no está refiriéndose a la desaparición del estado-nación de su país, Estados Unidos, que es el país madre de las corporaciones globales.

El orden mundial actual, sin la bipolaridad soviético-estadounidense, es el que atisbó el genio globalizante de líderes corporativos como Maisonrouge y Clausen, auténticos planificadores estratégicos del capital transnacional, mucho antes de que se hablara del modelo neoliberal, la escuela de Chicago y cuando Chomsky se dedicaba a la lingüística y a despotricar contra Lenin.

Las relaciones internacionales de última generación se sustentan en un modelo de globalización regido por un sistema económico desregulado y ultra-corporativo para proteger la rentabilidad del capital transnacional privado. La ideología que debe primar en este sistema de relaciones internacionales determinadas por la competencia y el crecimiento de la corporación transnacional, no es el internacionalismo que pregona la Carta de Naciones Unidas y los manuales de derecho internacional, sino que consiste en propagar el anti-nacionalismo, la no auto-determinación, colocando a la corporación transnacional por sobre la identidad nacional, por sobre los valores culturales e históricos de las naciones. El periodista Ruperto Concha al concluir su impecable crónica semanal en una estación radial en Chile (Bio Bio-La Radio) lo resume en pocas palabras: “Cuídense, hay peligro”.

Ver también:
Las corporaciones transnacionales y el cambio de paradigma en las relaciones internacionales. (Parte I)