“Nido lleno”: con 30 años todavía viven en la casa de sus padres

Se trata de un fenómeno cada vez más común que modifica la formación de las familias. Los padres están contentos de tenerlos en el hogar y los jóvenes, a quienes les costaría irse por el dinero, se sienten cómodos.

Los llaman los “pequeños príncipes”. Pero lejos está de ser una descripción de chicos en edad escolar, en la primaria o secundaria. El concepto hace referencia a jóvenes de entre 18 y 35 años que continúan viviendo en sus casas por “la comodidad”, bajo el ala de mamá y papá, y lo ven como algo natural.

El histórico síndrome del “nido vacío” cambió en los últimos 50 años y ahora se convirtió en “nido lleno”, explica una investigación del Instituto de Ciencias Sociales de la universidad UADE, que realizó 300 entrevistas y 489 encuestas, a padres e hijos en el rango etario mencionado, en el ámbito Metropolitano de Buenos Aires y en segmentos socioeconómicos de nivel medio.

De las respuestas surgieron conclusiones que permiten pensar la relación padre-hijo (ya en edad mayor a la adolescencia) como forma de satisfacer distintas necesidades: los jóvenes consiguen una estabilidad económica, garantía de sostén y seguridad, mientras que los padres proyectan en sus hijos sus propios sueños de libertad y placer a los que ellos tuvieron que renunciar por pertenecer a otra generación. Esto último tiene que ver con que los padres que actualmente tienen entre 50 y 60 años se criaron con los modelos tradicionales de la educación de la modernidad y han sufrido abruptos cambios sociales, políticos y culturales. “Tuvieron que hacer grandes esfuerzos para incorporarse al mercado laboral a partir del avance tecnológico y participaron en los orígenes de la sociedad de consumo. Forjaron ideales individualistas y dedicaron la mayor parte de su tiempo al trabajo para adquirir el bienestar económico”, dice el estudio. Entonces, en la actualidad, “mientras ocupan el lugar de proveedores conservan un ideal de juventud propia y sostienen la ilusión narcisista de que sus hijos podrán lograr la felicidad que ellos no lograron”. El 82% declara ayudar a sus hijos para que terminen la carrera universitaria.

“El mandato de la modernidad familiar era distinto al de hoy. Imponía el esfuerzo, el trabajo, el tratar de ahorrar para mantenerse, formar una familia propia. Actualmente ese mandato es sé feliz, sé libre, disfrutá de la vida”, resume Diana Barimboim, profesora investigadora del Instituto de Ciencias Sociales de UADE, quien además es Doctora en Psicología Social.

Los jóvenes que aún comparten el espacio con su familia, en este efecto tardío de adolescencia, se consideran independientes aunque parezca contradictorio. Así lo siente el 80% de los consultados, a pesar de que reciben ayuda económica y aportan poco en el hogar. Existe una especie acuerdo “tácito” de que la vida universitaria justifica la dependencia con los padres. “En realidad esto tiene que ver con la libertad que se ha tomado en la posmodernidad, donde lo que prevalece es la autonomía. Estos jóvenes desde pequeños fueron autónomos porque los padres trabajaban todo el día e iban al colegio doble escolaridad; la educación estaba fuera del hogar, entonces se sienten independientes. Son adultos para tomar decisiones personales como viajes o compras, hasta conviven en pareja en sus propios hogares”, ejemplifica Barimboim.

“Volar”, igual, les sería difícil por la barrera infranqueable de la época: la difícil opción de adquirir una vivienda propia, con la casi nula posibilidad de acceder al crédito.

Fuente: La Razón