Los que acusan al jujeño por su «falta de disciplina» son aquellos que luego lo utilizan para salvarse política o deportivamente. Quienes estudian sancionarlo, ¿son también responsables de su enfermedad?
Ariel Ortega tenía 17 años cuando debutó en la Primera de River. Ya padecía los problemas de su enfermedad, esa que aun no todos se animan a nombrar sin pruritos, esa que causa el alcohol. Fue el entonces técnico Daniel Passarella quien le abrió al «Burrito» las puertas grandes del fútbol.
Desde ese momento hasta hoy, pasaron 20 años. Ortega tiene 37 y mucho, casi todo, ha cambiado en su vida. Pasó de promesa a gran figura, de pibe a ídolo, se casó, tuvo hijos, jugó tres Copas del Mundo, ganó siete torneos locales, una Supercopa de Italia, una Copa Libertadores y fue de oro en un Juego Panamericano. Pasó por siete equipos, entre Argentina y Europa, en dos décadas de trayectoria. Todo cambió, excepto una cosa: su adicción al alcohol.
En derredor suyo, siguen los mismos de siempre, pero en distintos roles. Passarella pasó de técnico a presidente de River. Tiene el máximo cargo, el poder, como lo tenía cuando era técnico y también trataba a diario con Ortega.
Cuando era figura, «El Burrito» era intocable. Sus faltazos se disimulaban, sus ausencias se justificaban con tal de tenerlo en la cancha para ganar, para esperar de él lo que el resto no hacía porque, en muchos casos, no podía. Y así, el Orteeega, Orteeeega, no paraba de sonar y de facturar.
Hoy, Ortega es grande, está a punto del retiro. Ahora sí es más fácil pensar en «mano dura», en sancionarlo, en reclarmarle esa disciplina que también debió mostrar, si es que es tan necesaria, desde que tenía 17 años.
Se lo acusa de borracho, de indisciplinado, de hacer boludeces. Se ignora hoy, y desde hace al menos 20 años, que lo suyo no es elección, sino enfermedad.
Los mismos de siempre siguen a su alrededor pero ahora parece que «El Burrito» no da réditos. No factura. Aquellos que hoy lo señalan, son los que durante mucho tiempo hicieron la vista gorda. Poner una sanción, claro, ahora es más fácil. Tratar al que hoy sigue siendo jugador pero que tal vez mañana deje ese rol para ser simplemente persona, es responsabilidad de todos quienes hoy le reclaman conducta.
Fuente: Infobae