La personalidad del correntino, un jugador que les escapa a los conflictos y que debió superar obstáculos desde junior
Colegas en actividad -argentinos y extranjeros-, grandes campeones y laburantes del circuito, juveniles, ex tenistas, entrenadores. No bien se consagró sobre el polvo de ladrillo de Hamburgo y dejó escapar las lágrimas, Leo Mayer, Cañuli -viejo apodo- en el mundillo de las raquetas, aunó elogios, felicitaciones, aplausos. En un ambiente que muchas veces se rige por el individualismo y puede exhibir recelos o egoísmos, el Yacaré logró un consenso inmediato y brutal, incluso entre protagonistas con filosofías muy disímiles de vida. Todos celebraron que pudiera ganar. Y no sólo porque haya sido su primer trofeo a los 27 años y frente a un gladiador como David Ferrer, sino por su calidad humana. Porque Mayer es así: sumiso, cultor del perfil bajo, escapista de las declaraciones, ya que los micrófonos suelen incomodarlo. Todos se alegraron porque su victoria es un soplo de aire fresco en un año con varios mazazos y hasta el repechaje de septiembre con Israel por la Copa Davis se ve de otro color con el poderío de sus golpes.
«Es un tipo que se cansó de ganar amistades porque nunca tuvo malos gestos, es transparente, no tiene dobles sentidos. Por eso lo aprecian como es, cariñoso y respetuoso, nunca se mete en ningún lío», explica Leonardo Alonso, el entrenador del correntino desde hace una década.
Gustavo Luza, que ayer, por momentos, debió interrumpir sus comentarios del partido en Fox Sports por estar emocionado, conoce a Mayer desde los 11 años y por su función como director de la Escuela Nacional de la Asociación Argentina de Tenis; es decir que observó muy bien los padecimientos que obstaculizaron al fanático de la pesca de dorado. «Siempre le costó mucho todo, porque no tenía un mango. Armaba su calendario en el circuito nacional por la cercanía entre club y club, para no gastar tanto en viaje. Emiliano Massa, que era de su camada, le regalaba las raquetas cuando las dejaba de usar, y así Leo tenía recambio. Era bueno, pero lo perdí de vista y lo volví a ver cuando estaba entre los diez mejores Sub 16 del país. Siempre me gustó su juego. Una vez tuvimos que mandar a dos jugadores a Europa, apoyados por la AAT y Gaby (Sabatini); el mejor era Massa y él no era el número 2, pero siempre tuve debilidad por él y lo mandamos igual, y pudo subirse a un avión por primera vez a los 16 años. No lo olvido más», detalla, conmovido, Luza. Y enumera como responsables de la carrera de Mayer, en mayor o menor medida, a Rubén Ré (formador del Yacaré), Sabatini, Enrique Morea e Ignacio Asenzo.
Luza, siendo capitán del equipo argentino de Copa Davis, en 2004 llevó a Mayer como sparring a la serie ante Marruecos, en Agadir. Una anécdota describe la ingenuidad de un muchacho que, para muchos, no tiene maldad. «El hotel estaba frente al mar. No bien llegamos, hicimos unos movimientos en la playa, nos tiramos al mar y lo veo a Leo salir de abajo del agua gritando ?¡Está salada, está salada!’. Tenía 17 o 18 años y, claro, nunca se había metido al mar», sonríe Luza. Y cuenta, sorprendido, que cuando Leo llegó al país tras perder con Nadal en el último Roland Garros, participó de una exhibición en el club Mercedes y, sin que se lo pidieran, entregó la camiseta con la que había jugado sólo unas horas antes con Rafa («Era ésa porque tenía los parches de publicidad que se ponen en los partidos de la central», dice Luza) para que la sortearan.
Carlos Berlocq es uno de los que más momentos compartió con Mayer. Charly, que logró el reconocimiento de grande, celebra. «A Leo todo le costó y para llegar al presente tuvo que superar momentos complicados, donde la ansiedad o el sentir que no hay recompensa te llevan a bajar los brazos. Pero fue inteligente en seguir intentando. Estos resultados ayudan para los chicos que vienen», sentencia, desde Umag, Berlocq, otro de los que aplaudieron el gran día de Mayer, un muchacho simple…
Fuente: Canchallena