De la A a la Saeta

Di Stéfano, de cómo se desarrolló como 9 velocista-jugador, hasta inventar los caminos del fútbol-total, con aporte en toda la cancha. El crack, y después.

En los años 50, Astor Piazzolla escribió Lo que vendrá, entre otras revolucionarias obras del estilo y creó el tango de vanguardia, que progresivamente captó admiraciones a escala planetaria. Por entonces, otro hombre providencial, como Alfredo Di Stéfano, llegó a España e inventó los caminos del fútbol-total, ese que en los 70 ejerció la Naranja Mecánica de la Holanda de Rinus Michels, y con Johan Cruyff de 9 estratega. Hoy, el mundo llora la muerte de Alfredo, ocurrida como consecuencia de una grave afección cardíaca que lo sorprendió el sábado pasado y en ese momento obligó a un salvataje urgente en plena calle y posterior traslado a una clínica médica, en donde ayer, su cuerpo enfermo no resistió más.

La música, como el fútbol, es arte y sacrificio, valores que honró Di Stéfano, como prodigioso jugador, catalogado en las alturas de Maradona y Pelé -y a las que se asoma Messi- , entre los mejores del mundo considerado todos los tiempos, multicampeón en España y Europa. Y luego director técnico con títulos en la Argentina (Boca, 1969; River, 1971) y en España (Valencia, Recopa española; Real Madrid, Supercopa española), en su interesante trayectoria en esa función, a la que le adosó la docencia que aplicaba por su sabiduría.

Alfredo jugador.

En la cancha fue símbolo de la evolución de un futbolista, naturalmente dotado en el aspecto físico y en su naturaleza de recursos técnicos, rumbeado a la comprensión cabal de cómo debe serlo en sentido grupal. Siempre, desde su iniciación, fue muy aplicado en su preparación física, y además, nada de excesos de cierta bohemia que podría conspirar contra sus mejores condiciones de deportista.

En el juego mismo, el mote de Saeta Rubia delata su cualidad de velocista. Tenía un pique bárbaro. Alfredo Pedernera, que lo llevó como de la mano en su paso por Millonarios, le adjudicaba una temible desmarcación desde el centro hasta el costado derecho, en su arranque en River. Por entonces lo circunscribía a ese sector pero de todos modos, fue goleador en 1947, picador con freno y amago, delicadeza y profundización para sus recursos individuales. Uno que sabía, y que era sobrio con su riqueza técnica.

Ya en Colombia, en ese equipo distinguido como el Ballet Azul, extendió su radio de acción a todo el frente de ataque y compatible en su juego con el de dos compañeros pensantes en el trío ofensivo, como Pedernera y Antonio Báez. Ahí, con él de goleador-jugador, fue campeón un par de años. Y desde que llegó al Real Madrid, maduró su sentido corporativo, con una influencia en toda la cancha sin disminuir su irrenunciable condición de definidor infalible. Alguna vez, el crítico Pepe Peña lo piropeó con esta frase elocuente: “Su quintita es de 100 metros por 70”.

Ahí, en el Real Madrid, era el eje del equipo, que presionaba sin la pelota, y una vez reconquistada, regulaba y orientaba el ritmo y la circulación, con el argentino Héctor Rial y el húngaro Puskas de interiores, el francés Kopa y el español Paco Gento en los costados. Con ellos, y algunos recambios, ganó cinco títulos de la Copa de Europa, ocho Ligas, una Intercontinental, entre otros trofeos para el equipo, y varios con distinciones personales. Y su final fue un par de temporadas en el Espanyol de Barcelona, como para despuntar el vicio, porque ese monstruo del fútbol no podía frenar de golpe su trayectoria competitiva.

Alfredo técnico.

Lo primero que desarrolló profesionalmente tras su retiro como jugador fue colaborar como comentarista en la agencia oficial española de noticias. En esa función cubrió el Mundial de 1966 en Inglaterra. Llegó la hora de dirigir equipos en Europa (Elche, Valencia, Real Madrid, Sporting de Portugal, Rayo Vallecano, Castellón), con dos positivos pasos por nuestro país, que fue el suyo: en Boca, con aquel notable equipo campeón de 1969 -más otro ahí, sin fulgores, en 1985-, y el título conquistado con River, en 1981. En el Xeneize del 69 moldeó un exquisito y eficaz ataque con Ponce, Medina, Angel Rojas, Novello (después Savoy) y Peña, con Madurga de 5 con proyección al gol, reemplazante de Rattin; una defensa equilibrada con los centrales Meléndez-Rogel y laterales como Suñé y Marzolini. Y en el arco, Roma y después Sánchez.

En River emergió como recambio de otra gloria del club, Angel Labruna, quien no había aceptado un ofrecimiento de manager por parte del presidente del club, Rafael Aragón Cabrera, que significaba un corrimiento de su función de DT. Alfredo tomó un River que venía mal, eliminado de la Copa Libertadores, remozado con Kempes -repatriado de España-, con nuevas figuras y la promoción de juveniles, pero perdió a Alonso, en conflicto con la situación que se daba. Salió campeón y se fue.

Su prédica se apoyaba en el cuidado en el trato de la pelota, pero también, subrayaba que el primer defensor en un equipo era el delantero que estaba más cerca de donde la tenía el rival.

Alfredo personaje.

Di Stéfano era un personaje sanguíneamente porteño, mestizado con el dejo español por su larga residencia en Madrid, en una casa donde le rindió un homenaje eterno a la pelota de fútbol -que tan bien dominó con sus pies sensibles- a través de un pequeño monolito con una certera inscripción: “Gracias, vieja”. Algo cascarrabias a veces, un poco huraño a las manifestaciones públicas frente a las urgencias mediáticas, su personalidad alternaba esos rasgos con otro tono simpaticón, de un tipo “con calle”, sentencioso también con la acumulación de experiencias. Además, era la cara y el alma del Real Madrd, como su presidente honorario. Y también, un tipo ampliamente amistoso y dichoso en sus encuentros con amistades del fútbol, en largas tenidas de almuerzos y cenas en restaurantes donde era el foco de atracción. Por eso se dieron algunas anécdotas suyas graciosas, como una confidencia familiar en su tiempo de colgar los botines: “Me retiré a los 40 porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: ‘Papi, calvo y con pantalón corto, no quedás bien’“. O algo paródico sobre su idea de cómo debía tratarse a la pelota: “El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto”.

Así era Alfredo Di Stéfano, cultor de fútbol como vehículo de espectáculos desarrollados con ingenio, esfuerzo y compromiso. Lo suyo fue arte, sacrificio, sabiduría, buen gusto. Uno de los números 1, y sus adyacencias, en el fútbol de todos los tiempos.

Fuente: Olé