Ucrania y la UE firman el pacto de libre comercio que desató la crisis con Rusia

El acuerdo, que también han firmado Georgia y Moldavia, contemplan una zona de libre comercio.
La Unión Europea ha estrechado este viernes sus lazos con sus vecinos del Este, un paso de gran influencia para sus relaciones con Rusia. Los jefes de Estado y de Gobierno comunitarios han firmado esta mañana acuerdos de asociación con Ucrania, Moldavia y Georgia, que de ese modo se acercan a la esfera europea y se alejan de la rusa. En el caso de Ucrania, el país más relevante de la antigua órbita soviética, el acuerdo es la parte esencial del pacto que ya se intentó en noviembre y cuyo rechazo derivó en la crisis del país y el enfrentamiento con Rusia. Los líderes han querido dar solemnidad al acto y lo han firmado durante han firmado durante la reunión del Consejo Europeo en Bruselas.

El nuevo tratado contempla la creación de una amplia zona de libre comercio y una progresiva adaptación a ciertos estándares comunitarios, especialmente en Estado de derecho. «Nuestro objetivo común es vuestra integración completa en el mercado europeo, el mayor y más rico del mundo. La desaparición de visados acercará a vuestras sociedades», ha resumido el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, dirigiéndose a ucranios, moldavos y georgianos.

Muy diferente es la visión que ofrece Moscú. «Esto acarreará graves consecuencias» para la economía ucraniana y para las relaciones comerciales entre Kiev y Moscú, advirtió el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Grigori Karasin. «La sociedad ucrania esta separada después de haber sido forzada a elegir entre la UE y Rusia», ha declarado el presidente ruso, Vladímir Putin, desde Moscú. Consciente de esos temores -y de los riesgos de nuevas tensiones en unas sociedades aún muy ligadas a Rusia-, Van Rompuy ha asegurado: «No hay nada en estos acuerdos, ni en la aproximación que hace la Unión Europea, que pueda dañar a Rusia de ningún modo».

La firma de estas alianzas se producen el mismo día en que están previstas negociaciones de paz entre el Gobierno de Kiev y los separatistas prorrusos de la región oriental de Donetsk, que el jueves aceptaron finalmente sumarse a la iniciativa. El presidente ucraniano, Petró Poroshenko, declaró un alto el fuego «unilateral» que duraría hasta este viernes a las diez de la noche (hora local) al que, días más tarde, también se unió su homólogo ruso, Vladímir Putin. El presidente ruso ha declarado este viernes que quiere un alto el fuego «a largo plazo», según Reuters.

Los acuerdos de Asociación con Bruselas suponen un acercamiento a la UE. En el caso de Ucrania, se trata de los capítulos económicos -los más importantes-, ya que el 21 de marzo fueron firmados los capítulos políticos de este texto, que fue rubricado en el verano de 2012. El documento puede considerarse histórico porque, con independencia de su contenido, está en el origen de las protestas proeuropeas (el Euromaidán) que, tras metamorfosearse en una revolución, han derivado en violentos enfrentamientos en las regiones orientales del país, que son las más integradas económicamente con Rusia. En las fábricas y minas de la cuenca del Don el tratado se vincula con el desmantelamiento de la industria local y la pérdida de puestos de trabajo.

El Tratado de Asociación con Ucrania es el mismo que el expresidente Víctor Yánukovich se negó a firmar a fines de noviembre en Vilnius, cediendo así a las presiones del Kremlin que ya desde el verano castigaba con diversas restricciones a los exportadores ucranianos, desde los fabricantes de tubos de acero y vagones de ferrocarril a los de chocolate.

Ucrania llega ahora a Bruselas desmembrada, tras la anexión de Crimea por Rusia. Esta circunstancia ha sido tenida en cuenta por el Consejo de Exteriores de la UE, que el 23 de junio prohibió la importación de bienes de aquella península y de Sebastopol, si éstos no tienen los correspondientes certificados ucranianos. Los políticos rusos se niegan en redondo a discutir sobre Crimea con los representantes de la UE, que está dividida internamente sobre la conveniencia de nuevas sanciones contra el Kremlin. La UE ha accedido, en cambio, al deseo de Vladímir Putin de mantener conversaciones trilaterales sobre el acuerdo de Asociación con Ucrania, tras haberse cerrado en banda a discutir sobre ello. Pero la disposición al diálogo de Bruselas no disipa las suspicacias del Kremlin ante la entrada de nuevos actores en un espacio postsoviético en el que cree tener derechos especiales.

Los países firmantes de los tratados de asociación tendrán que abrir sus mercados a los productos de la UE, y, aunque se han regulado los periodos de transición, esto puede tener un destructivo impacto sobre sus industrias nacionales, poco competitivas frente a las mercancías de la Unión Europea. En diversas ocasiones, Putin ha alegado que Rusia puede verse obligada a defender su mercado interno ante la avalancha de mercancías europeas con las que supuestamente le inundarán sus vecinos. El argumento es considerado falaz por los representantes comunitarios por cuanto el origen de los productos que se exportan a Rusia es verificable en las aduanas fronterizas.

Putin ha intentado atraer a los países que formaron la URSS a su propio proyecto de integración, la Unión Aduanera, y desde fines de mayo la unión económica euroasiática, que une a Rusia, Kazajistán y Bielorrusia en un espacio común. En diciembre de 2013, Moscú ofreció 15.000 millones de dólares a Ucrania y contratos y planes de cooperación conjunta a la industria de este país. Yanukóvich, sin embargo, no tuvo tiempo de poner en marcha los planes que firmó en el Kremlin tras darle la espalda a la UE. Hoy la UE es el mayor donante internacional a Ucrania y, a principios de marzo, la Comision Europea propuso un paquete de apoyo para ese país por valor de un mínimo de 11.000 millones de euros para los próximos dos años.

La campaña de los políticos y medios rusos contra los Tratados de Asociación ha sido arrolladora y Bruselas ha tenido que esforzarse por explicar los “mitos”. No es verdad, afirma en una nota divulgativa dirigida a Moldavia, que el Tratado de Asociación suponga una pérdida de soberanía o la pérdida de “la cultura y valores tradicionales” o bien que “fuerce a Moldavia” a reconocer el matrimonio gay.

En su esfuerzo disuasivo, Moscú ha jugado con el palo y la zanahoria, ya sea recurriendo a argumentos filosanitarios para restringir las importaciones de los países embarcados en el rumbo proeuropeo, ya sea indicándoles que pueden tener un trato preferencial como el de Bielorrusia a la hora de fijar los precios del gas que les suministra.

En pie sigue la posibilidad de que Moscú incremente las tarifas y las medidas proteccionistas frente a los productos europeos. Pero lo más inquietante para Bruselas es que el Kremlin utilice en provecho propio las dificultades y problemas sociales que puedan surgir de la aplicación de la política de integración proeuropea.

Altos medios gubernamentales rusos ya han comunicado a los europeos que en Georgia y Moldavia también puede haber protestas sociales como en el Maidán de Ucrania. En Moldavia, el territorio de Gagauzia (una autonomía poblada por gagauzos o turcos cristianizados) votó de forma arrolladora el pasado febrero (en un referéndum no reconocido por Moldavia) a favor de la Unión Aduanera con Rusia y en contra del acercamiento a la UE. El territorio del Transdniéster, por su parte, ha intensificado su política secesionista y prorrusa. Los ciudadanos de Moldavia, que desde el pasado abril viajan sin visado a la UE, podrían verse afectados también si Moscú decide limitar la inmigración de ese país.

En cuanto a Georgia, los instrumentos de presión económica de Rusia pueden volver a centrarse sobre el comercio bilateral, que ha resurgido tras la llegada al poder de la oposición a Mijaíl Saakashvili. La economía georgiana, que se reorientó hacia otros mercados tras las restricciones impuestas por Moscú a sus productos, ha redescubierto el mercado ruso, hacia donde van el grueso de sus exportaciones de vino. Por otra parte, analistas de la política rusa en el Cáucaso creen que Moscú podría estar atemorizando a Tbilisi con la idea de que es necesaria una “mayor integración” a Rusia de Osetia del Sur y Abjazia. Estos territorios, a los que Moscú reconoció como países independientes en 2008, son formalmente parte de Georgia.
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