Tenía SIDA y creia estar en embrujada

La Capital

 

A una mujer peruana, que creía que sus padecimientos físicos se debían a una brujería, acaban de diagnosticarle sida. No es todo, Nela Kuja Chumpi, que tiene 30 años y pesa 33 kilos, además padece desnutrición crónica, hepatitis C y tuberculosis.

Nela dejó en marzo su comunidad indígena de Achu, en la selva nororiental de Perú porque los intensos malestares ya le impedían caminar y se dirigió al hospital público Arzobispo Loayza, en Lima. Es tan delgada que con los dedos de una mano se puede rodear su tobillo.

«Me cansaba mucho, mi cabello se caía, tenía diarreas, náuseas y me dolía el cuerpo», dijo en awajún a un cronista de BBC Mundo. No habla ni entiende castellano. Su familia asumió que sus males eran producto de una brujería y que sólo en Lima la podían ayudar.

Los síntomas comenzaron el año pasado. «Creía que era sólo cansancio, pero bajé mucho de peso», recordó.

Acudió entonces al centro de salud y le dieron analgésicos. Luego, sus familiares le hicieron tomar hierbas contra «el daño». Nada ayudó, ya no podía siquiera cuidar a sus hijos.

En la comunidad recaudaron fondos para apoyarla, entonces, dejó a sus cuatro niños con su suegra y, junto a su esposo Eloy Tsejem Atsuam, emprendió un viaje de cuatro días, por río y tierra, desde la provincia de Condorcanqui, en la frontera con Ecuador, hasta la capital.

No hay un término en el idioma awajún para definir el virus del sida. Los indígenas tuvieron que inventarlo: jata VIH ajawai, llaman al que tiene el virus, y casi siempre este concepto va acompañado de jata susamu, el que está embrujado.

A Nela Kuja, que se creía embrujada, ningún centro de salud cercano le pudo dar una explicación a sus males. Tuvo que llegar a Lima para que le diagnosticaran un estadio avanzado de sida, pero también, un cuadro de tuberculosis, hepatitis C y desnutrición crónica. «Aquí me voy a curar, ya me siento bien», dice Nela. La misma semana de marzo que le diagnosticaron su enfermedad, a su esposo le informaron que también era seropositivo.

Durante los últimos años, la migración, el intercambio comercial y el incremento de la industria extractiva en el Amazonas han acentuado los casos de enfermedades de transmisión sexual en poblaciones indígenas de la selva.

En los últimos años, los casos de infecciones de VIH en indígenas se ha cuadriplicado. Patricia Balbuena, viceministra de Interculturalidad, lo confirma: entre el 2003 y el 2007 se notificaron 22 casos de VIH, sólo en esta provincia, a la que pertenece la comunidad de Nela, pero entre el 2008 y el 2012 se identificaron 97.

«Es un número bastante elevado para menos de 10.000 habitantes», dijo Balbuena. La estrategia sanitaria de VIH que impulsa el Estado no ha tenido un impacto positivo en las comunidades indígenas. A las distancias geográficas se suma la barrera cultural: las comunidades no entienden la enfermedad. El 77 por ciento de todos los casos de VIH reportados en la región Amazonas, según la Dirección Regional de Salud, corresponden a población indígena.

En este momento el Estado peruano no es capaz de garantizar tratamiento contra VIH a los pacientes indígenas. No existe un protocolo específico de diagnóstico y atención.

Los pacientes son diagnosticados en centros de salud de las ciudades y a los pocos días abandonan el tratamiento porque deben volver con sus familias.

Nela Kuja y su esposo llegaron a Lima con una sola muda de ropa, sin dinero y sin saber qué era y cómo se contagiaba el VIH. Solo él hablaba un poco de castellano. El médico les preguntó por sus hijos: uno de ellos tenía un año y medio y era probable que hubiera nacido con el virus; debían traerlo a Lima. Nela dijo que no, que su pequeño no presentaba síntomas de algún malestar. «El está sano, no parece enfermo».

Trabajadores del viceministerio de Interculturalidad han donado ropa y dinero para los medicamentos. No existe un fondo público para la atención de estos casos.

La delicada salud de Nela Kuja no permitió que iniciara siquiera el tratamiento antirretroviral. Carlos Ninaquispe, el médico que la trató, dice que «antes debían tratar la tuberculosis». Pero Nela ni su esposo podían esperar más. En abril pasado, su esposo regresó a su comunidad y abandonó el tratamiento.

Hace una semana Nela también dejó el hospital y volvió. Se fue sin tratamiento para su tuberculosis ni para su VIH avanzado.