Habla el juez amenazado por los narcos: «Muchos siguen delinquiendo desde la cárcel»

Juan Carlos Vienna confiesa ante Tiempo sus peores pesadillas. «Estoy preocupado por mi integridad física y más por la de mi entorno. El problema es que vos metés presos a diez pero abajo quedaron 100 a lo que esos les enseñaron.»

Antes que cualquier otra cosa, el juez Juan Carlos Vienna fue socio de Rosario Central: un tío le tramitó el carné apenas nació. Recién supo del error con cuatro, tal vez cinco años, la tarde en que vio al padre eufórico por un gol de Newells y quiso sentirse igual. Desde entonces fue «leproso» pero hasta la mayoría de edad pagó, puntual, la cuota que ayudaba al club que debía odiar.

Muchos años después, uno de sus hijos le enrostró la desobediencia sanguínea al asumirse como «canalla». El hombre, en la intimidad, reconoce que no se ocupó. También comenta, desafiando una vez más los principios innegociables de la ciudad, que lo suyo no es el fanatismo sino la simpatía.

Aún hoy, por encima de los 50, el juez Vienna insiste en eso: en parecer insensato ante los ojos de los demás aunque él ni siquiera se pregunte sobre lo que hace: «Yo era uno más entre mis 15 colegas –dice mientras espera su turno para revolver el café a causa del faltante de cucharas en el juzgado– , hasta que un día me cayó esta causa y me puse a trabajar.»

Fue en el mediodía del 8 de septiembre de 2012. La moto Yamaha alcanzó a la cupé BMW en el cruce de Entre Ríos con 27 de Febrero y le soltó la muerte: Martín Paz, de 27 años, apodado «Fantasma», maniobró el volante unos metros más, dobló en Corrientes y a la altura del 2600 no soportó más el plomo en el cuerpo. El sicario tuvo pulso quirúrgico porque la esposa y el hijo de dos años solo sufrieron raspones por el zigzagueo del auto.

Paz no tenía antecedentes pero nadie desconocía su afiliación a «Los Monos» a través de los vínculos estrechos con integrantes de la familia Cantero, oriundos del barrio Las Flores y asociados al narcotráfico y otras actividades ilícitas en Rosario.

Ese día, el juez Vienna caminó la escena del crimen y habló con todos los que se acercaron a llorar a la víctima. Al padre lo escuchó prometer el escarmiento.

La premonición se cumplió muy temprano aquel 26 de mayo de 2013. Claudio «Pájaro» Cantero salió del boliche Infinity Night de Villa Gobernador Gálvez y buscó un rincón oscuro de la vereda para orinar. El domingo recién asomaba. La ráfaga de balas calibre 9 milímetros lo tumbó en el piso. No alcanzó a llegar vivo a la Guardia del Hospital de Emergencias Clemente Álvarez.

Enseguida una versión ganó la calle: el padre de Paz, seguro de que los Cantero estaban detrás del crimen de su hijo, había convencido a Luis Orlando «Pollo» Bassi, apuntado como un patrón narco de Gálvez, sobre la conveniencia de ejecutar a Pájaro. El plan incluyó la contratación de dos sicarios. Su concreción inauguró un alevoso derramamiento de sangre a uno y otro lado.

Frente al juez Vienna, Luis Paz confirmó la existencia de una organización criminal vinculada a la familia Cantero, describió su funcionamiento y nombró a sus principales integrantes. Aceptó que una de sus hijas había salido un tiempo con Pájaro, uno de los jefes del clan, y que su hijo había mantenido con ellos una relación «comercial» aunque no dudó en culparlos por el homicidio. Sobre el crimen de Pájaro sólo dijo que era probable que lo haya mandado a matar su hermanastro Ramón Machuca, al que se conoce como «Monchi», luego de descubrir que la mujer lo engañaba con él.

Por la misma época, un testigo de identidad reservada entregó detalles de una reunión donde la cúpula de los Cantero había acordado asesinar a Fantasma por la demora en la rendición de una importante suma de dinero.

En el histórico procesamiento a 36 integrantes de Los Monos, que incluyó a 13 policías, el juez Vienna definió que «no estamos en presencia de meros narcotraficantes, amparados en el secreto y la clandestinidad, abocados al mero intercambio, sino, por el contrario, nos hallamos frente a abiertos controladores de zonas y personas, proveedores de seguridad, prometedores de violencia, que en dicho marco usufructúan negocios diversos».

«Hay un antes y un después de esta causa y me tocó llevarla adelante a mí. Lo que ocurrió acá es inédito. Nunca me imaginé los alcances porque tiendo a minimizar mis logros como también los actos malignos en mi contra. Creo que está a la vista lo que hago: hay gente presa, policías involucrados, y no me frené en ningún momento. No entiendo el sentido de tratar de ensuciarme», explica.

Las sospechas sobre un acuerdo entre Vienna y el padre de Fantasma se viralizaron en los últimos días cuando el portal de Internet «El último Web» publicó dos planillas de la Dirección Nacional de Migraciones que reflejaban que ambos habían coincidido en sus salidas del país.

El juez viajó a Estados Unidos –vía México– el 30 de abril de 2013 y regresó el 14 de mayo. La misma hoja de ruta trazó Luis Paz.

Algo parecido ocurrió en diciembre: Vienna salió el 12 de ese mes y regresó el 21. Paz se fue el 10 y volvió el 20. «Hasta a mí me parece sugestivo –admite–. Pero en la fecha del primer viaje ni lo conocía a Luis Paz porque recién lo vi el día del crimen de su hijo cuando cumplí mi deber como juez de citar a declarar a todos los que puedan aportar información para esclarecer el hecho.»

Vienna explica sus viajes a través de su afición al pugilato. En abril asistió a la pelea de Floyd Mayweather con Marcos Guerrero, en Las Vegas y, en diciembre, alentó a Marcos Maidana en su enfrentamiento con Aaron Broner en San Antonio, Texas. «El padre de Paz es entrenador de boxeadores y manager. Perfectamente pudo ir a lo mismo que fui yo. Pero no lo vi jamás en el aeropuerto ni en el avión ni en el hotel, ni en el estadio. En México estuve solo por una escala pero dijeron que había ido a reunirme con el Chapo Guzmán.»

−Ahora que la causa dejó de estar en sus manos y pasó a la Cámara de Apelaciones, ¿Qué siente?

−La sensación es de alivio. Toqué intereses ocultos muy grandes pero lo peor es que muchos de los que mandé presos siguen delinquiendo desde la cárcel. Y encima, como no pudieron asesinarme me quieren matar en vida atacando a mi persona.

Nunca fue tan fácil encontrar un despacho en los enmarañados pasillos de los Tribunales Provinciales de Rosario. El par de efectivos delata que detrás de la puerta que custodian atiende el Juzgado de Instrucción N°4. Además de Vienna y una secretaria, seis empleados conforman el plantel que debió reforzarse con otros cuatro para trabajar en los 69 cuerpos del expediente contra Los Monos (sólo la resolución del juez ya superaba las 500 páginas).

«Esta causa me cambió la vida. Casi me separo porque no volvía a mi casa», dice Mariana Martínez, la secretaria del juzgado. «Recibí varias amenazas y un día hasta mi hijo más chico me preguntó si era verdad que Los Monos me iban a matar porque lo había escuchado en la escuela. Como no sabía de que hablaban creía que eran monos de verdad.»
Mariana interrumpe el relato para atender el teléfono. Después de cortar cuenta: «Uno de los policías procesados con arresto domiciliario pide que le devolvamos el LDC que le secuestramos porque quiere ver el Mundial.» A Mariana escuchar eso le mejoró el humor pero enseguida se deja ganar por la frustración: «Yo hice todo esto por el futuro de mis hijos pero no veo la solución. Los bunker siguen abiertos, los presos delinquen desde la cárcel, hasta se sigue moviendo el mismo flujo de dinero. Parece que nada cambió.»

Vienna también acepta que haber investigado a los Cantero le modificó los hábitos. Antes, en palabras de él, su vida era «bien cortita».

No fue pobre porque el padre siempre tuvo auto y nunca dejó de llevarlo de vacaciones. En el 83, con el regreso de la democracia, se afilió a la UCR y en el 89 abrió un local de venta de ropa para niños que cerró muy rápido por la hiperinflación. Buscó trabajo hasta que ingresó a la justicia en un momento en que todos renunciaban. A esa altura ya era técnico superior en administración de empresas y motivado por el nuevo empleo se anotó en la carrera de Derecho. La cursó en una universidad pública porque no le alcanzaba para una privada. Mientras estudiaba, llegó a tener tres trabajos, pero nunca rindió mal una materia. Por eso, dice, sus tres hijos lo van a tener que respetar hasta que se muera.

«¿Sabés cuál es mi ganancia de todo esto? Que vivo con custodia personal. Que ya no voy a «El Lido», el bar que frecuentaba desde que tenía 16 años. Mi vida ya no es la misma que la de antes. Por ejemplo, cuando entró a un lugar toda la gente me mira, o se levanta para saludarme. Algunos hasta lo hacen para jactarse de que me conocen.» Lo único que no le quitaron, afirma satisfecho, es el berretín de motoquero que cada tanto lo lleva por las rutas hasta Córdoba o Villa General Belgrano junto a los amigos que lo conocen desde antes de salir en los diarios. «Vamos a cualquier hotel de turistas, compramos carne, hacemos un asado y nos metemos en los jacuzzi a tirarnos pedos y a eructar. No hay nada mejor que eso».

No toma alcohol aunque los fines de semana se permite una copa de champagne y hace muy poco volvió a fumar después de seis años de abstinencia. «Vivo en el mismo departamento que me dejó mi padre, al que le paso una pequeña mensualidad como retribución por el gesto. Tengo un Peugeot nuevo y una moto BMW 1200, a la cual llegué después de varios modelos y de sacar un crédito que todavía estoy pagando y que lo gestioné a través del colegio de magistrados porque me hacen un descuento. Con mi sueldo puedo vivir muy bien y no lo oculto.»

–¿Siente miedo?

−Me siento cuidado pero estoy preocupado por mi integridad física y más por la de mí entorno. El problema es que vos metes preso a diez pero abajo quedaron 100 a los que esos les enseñaron.

Vienna mira el reloj y descubre que la siesta es una chance remota. En el juzgado no quedó nadie y él se encarga de apagar las luces y de darles dos vueltas de llave a las puertas. Cuando sale, se entera de que los policías que deben trabajar de su sombra no están. Si tendría que acudir a alguien su única opción sería el empleado de maestranza que trapea el piso al final del corredor. Afuera, la ciudad se agita nerviosa por la cercanía de un nuevo clásico entre Central y Newells. El juez ni se entera.

Fuente: Online-911