El Xeneize, un equipo sin hambre ni rebeldía

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Tras la derrota con Belgrano en la Bombonera, la crisis de Boca escribió un nuevo capítulo. Acumula casi 100 días sin poder sumar de a tres.

En la Bombonera vacía de público, los problemas de Boca Juniors llenaron todos los espacios, y en medio del silencio que permitía escuchar hasta el ruido de los pelotazos, el equipo de Carlos Bianchi retrocedió otro casillero, lleva casi 100 días sin un triunfo y convocó por ende a todos los fantasmas que lo acechan.

Así como la sensación extendida -y señalada en estas columnas semanas atrás- es que 2013 no terminó aún para Boca, el frustrante segundo tiempo jugado ante Belgrano y la consecuente derrota invitan a entrarle de lleno al semestre que ya comenzó, aunque el equipo xeneize no pueda ya discernir entre meses y años.

Por más voluntad que se ponga, no hay diferencias entre el equipo que fabricó sus propios errores para que el prolijo, duro y raspador equipo cordobés lo liquidara sin atenuantes en la noche del domingo, y el que deambuló pobremente en 2013 por campeonatos locales y Copa Libertadores, salvo el partido ante Corinthians en Brasil y contra Newell’s mientras estuvo 11 contra 11.

En el arranque de este torneo, otra vez ante Newell’s de visitante, el espejismo hizo creer que el punto era importante, pero la verdad es que si bien Boca mejoró en ese partido y se mostró más sólido en el medio y en defensa, no fue dominador ni protagonista excluyente. Entonces, habrá que superar el optimismo de la voluntad y encarar por el lado del pesimismo de la razón: Boca no tiene plantel para ser protagonista, con o sin Juan Román Riquelme en cancha, sin olvidar su edad -vital para casi todo pero otoñal para el fútbol- y las lesiones constantes del número 10.

Boca tiene en la actualidad un plantel desparejo, sin brillos ni puntos altos de esos que abran la posibilidad de venta de una joya, y encima cruzado por desidia y abulia en muchos de sus integrantes (con excepciones que se cuentan con los dedos de una mano) que muestran no ya falta de rebeldía, sino elemental falta de hambre futbolero: les da lo mismo ganar o perder, y eso está a la vista.

Bianchi hizo una jugada arriesgada al aceptar -a cambio de un millonario contrato- este tercer mandato: puso en juego su prestigio, como ya lo había hecho al volver en 2003, tras el exitoso ciclo 1998/2001 con aquella formación espartana que también heredó, salvo Hugo Ibarra, el única refuerzo que pidió el DT en el comienzo de su ciclo, a mediados de 1998. Pero la diferencia es clara: en aquel equipo de 2003 que Bianchi llevó nuevamente a la cima (título local, Libertadores e Intercontinental) quedaban muchos jugadores de la primera etapa, y había otros que el propio DT había incorporado con probado éxito.

Este equipo que no da pie con bola no tiene el menor rasgo de aquel grupo ganador, con hambre, coraje, rebeldía y un fútbol organizado y eficaz que llevaba en el orillo la marca del Virrey. En ese contexto, los problemas se multiplican: falla Agustín Orión como todo el verano; juega mal Juan Manuel Martínez; juega de mayor a menor Fernando Gago, y si juega mal Gago cuando no está Juan Román Riquelme, Boca no tiene chances.

Párrafo aparte para el caso Zárate, cuyo presente futbolístico sea quizás menos malo que su herida emocional: el pibe está quebrado anímicamente y al primer error se cae tres metros abajo de la lona. ¿Entonces, para qué exponerlo más? No se entiende esa insistencia de Bianchi, quien de pronto muta de gran DT a preceptor de un curso indisciplinado, y castiga por llegadas tardes (no por su mal juego) a quien era titular (Emanuel Insúa).

Por todo ello, el semestre arrancó mal, como no podía ser de otra manera. Y por eso la transición, en el mundo Boca siempre es asimilable a resultados adversos hasta que llega el cambio real, que así como están las cosas no será con este plantel, y seguramente tampoco con este cuerpo técnico.

En la Bombonera vacía, donde se escuchaba hasta el ruido de los pelotazos y las voces de los relatores que desarrollaban su trabajo, también se sintieron ecos de otros tiempos, cuando los gritos eran de alegría y los fantasmas no tenían cabida.
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