Dos policías, corridos a tiros y botellazos en Fuerte Apache

gendarmeriaHabían entrado al barrio detrás de un ladrón al que al luego mataron durante un tiroteo.

Omar Quiróz (32) bajó del auto y comenzó a correr, mucho más rápido de cómo lo hacía cada noche recolectando residuos en la ciudad de Buenos Aires. Esta vez, no seguía las órdenes de ningún conductor de cuadrícula apurado; atrás iba un patrullero de la Policía Bonaerense. El tiroteo se había iniciado en Sáenz Peña, donde Quiróz había robado un auto. Al llegar a Fuerte Apache, su barrio en Ciudadela, a 20 cuadras del lugar del robo, eligió seguir la huida a pie.

Eran las ocho de la noche del sábado pasado y Quiróz corría por el Monoblock 1 esquivando disparos, a la altura de una canchita en la que varios chicos jugaban al fútbol, llamada “Mi refugio”.

Los vecinos miraban todo desde los departamentos. Sorprendidos, comenzaron a gritar desde las escaleras porque los tiros seguían a pesar de que muy cerca de donde ocurría todo estaban los chicos jugando.

Hasta que Quiróz cayó tendido, alcanzado por uno de los balazos policiales, al lado de un monolito del Gauchito Gil.

Las represalias contra la Policía llegaron inmediatamente. Desde las ventanas comenzaron a arrojarles piedras, macetas y botellas de vidrio a los dos policías que se habían metido en el barrio. También se escucharon disparos contra ellos. Los dos agentes tuvieron que escapar corriendo, dejando abandonado el patrullero en el que habían llegado, estacionado en la entrada de los monoblocks.

“Esto no pasaba desde la llegada de los gendarmes al barrio. Hacía más de diez años que la gente no disparaba desde arriba contra la Policía. La mayoría de los vecinos se sacaron cuando vieron que el tiroteo seguía a pesar de que iban corriendo al lado de donde jugaban los chicos”, le contó a Clarín un vecino que fue testigo directo del hecho. Los investigadores aún no habían determinado si Quiróz contaba con la ayuda de algún cómplice que había conseguido escapar antes que él.

“El Omar”, como se lo conocía en Fuerte Apache, había pasado casi 12 años en cárceles bonaerenses por dos condenas de robo a mano armada. Había recuperado su libertad hacía un año y sus hermanos, todos empleados de Cliba, quisieron ayudarlo haciéndolo entrar a trabajar como recolector.

Aceptó y comenzó en la empresa. Cada tres meses debían renovarle el contrato laboral. Pero hacía pocos meses había logrado que lo efectivizaran. Su trabajo consistía en subirse a un camión que recorría las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Era uno de los dos “piques” que tiene cada cuadrícula. De los que bajan en cada frenada, toman las bolsas y corren hasta el camión para dejar todo adentro. Su sueldo promediaba los 10.000 pesos.

A la vuelta del trabajo, se quedaba con sus hermanos en la esquina del Nudo 1 de Fuerte Apache, a escasos metros del mural de Carlitos Tévez, pintado en el edificio donde el crack de la Juventus creció con su familia. Allí, los hermanos de Quiróz, todos trabajadores y en algún caso hasta delegados de Cliba, solían organizar eventos: cada Día del Niño hacían fiestas y donaban regalos para los chicos del barrio. Pero Quiróz no había dejado de robar, y en el último tiempo había comprado armas pesadas.

Quiróz era temido en la cárcel por su fiereza. Meterse con él era asegurarse un problema. Hablarle podía generar una pelea: era común encontrarlo “empastillado”. Siempre decía que él era “de los monoblocks viejos”. Allí murió.

Fuente: Clarín