De subcampeón a 17°, el año de Ramón estuvo lleno de vaivenes. El ya avisó que no tiene dudas de seguir, pero su futuro depende del nuevo presidente.
De subcampeón a 17°. Del esperado regreso al bronce que necesita ser lustrado. De Vangioni-Iturbe a Fabbro-Menseguez. De un cambio a otro, y a otro, y a otro, y a otro… De “conmigo no se iba a la B” a que con otra campaña como la reciente el promedio va a preocupar de nuevo. De Trezeguet a Teófilo Gutiérrez. De la idea de jugar con enganche a no generar ni una pizca de fútbol. De la ovación masiva que rozó la pleitesía aquella tarde de noviembre de 2012 contra Lanús cuando volvió a pisar el Monumental a la indiferencia que hiere cualquier ego en la reciente nochecita ante Argentinos. De la duda sobre su continuidad a “no tengo dudas: voy a seguir”. De Emiliano a Emiliano. De Antonio Caselli a Rodolfo D’Onofrio. De un año a otro que se acortó a de una semana a otra. Del ángel a Ramón. Del Díaz a la noche…
En los últimos años, y no se plantea ninguna novedad, quienes condujeron a River se encargaron de generar situaciones para que dinamitar los cimientos de cualquier ídolo se transformara en algo habitual. Ramón y su aura que parecía inmaculada no son la excepción.
El milagro duró un semestre, ese segundo puesto en el que extrajo agua de las piedras y llegó a los 35 puntos, marca con la que hoy ya se habría asegurado el primer puesto en torneo Inicial. Desde julio a esta parte, Ramón muchas veces tiró piedras en su propio camino con contrataciones insólitas y/o inducidas (Ferreyra, Fabbro y Menseguez a la cabeza), variantes constantes, 24 formaciones distintas en 25 partidos, planteos temerarios, una línea de juego que de tan anárquica terminó en inexistente y jugadores que no rindieron, a los que el técnico no pudo potenciar y quienes empezaron a mirar de reojo… a ese mismo técnico.
Y si la presencia de su hijo como mano derecha fue siempre mirada de reojo, más que nada cuando los resultados fueron esquivos, la extensión y más que nada el oneroso aumento en el contrato que le dio Passarella obligaron al Pelado a poner a disposición de la nueva Comisión Directiva los números de ese bendito vínculo.
El tema, para nada menor, es que el nuevo presidente quiere hablar con Ramón no sólo de dichos números apenas asuma. Hay otros ítems que no cierran para D’Onofrio (lo hizo público) y también para Caselli. Los por qué de un semestre tan malo, las contrataciones que algunos futuros dirigentes califican de “injustificables”, los métodos de trabajo y la adaptación del riojano a esa palabra que es un encanto para cualquier dirigente y se llama proyecto. Los principales candidatos a suceder a Passarella respetan y valoran, por supuesto, lo que significa y lo que hizo Ramón en River, pero de ahí a cumplirle el deseo de seguir con los ojos cerrados hay una distancia enorme como la que existe entre el Díaz y la noche.
Es en este contexto, a un año de aquel 2-0 en San Juan que marcó su esperado regreso a Núñez, en el que es imposible garantizar que Ramón será el entrenador de River el año que viene. Su deseo es público, pero hacen falta conversaciones no menores cuando los nombres de Marcelo Gallardo y Ricardo Gareca ya fueron mencionados como tangibles sucesores, el de Marcelo Bielsa sonó a utopía y la sombra de Enzo Francescoli da vueltas.
De un diciembre a otro parece haber transcurrido un siglo en tiempos tan vertiginosos. De un Ramón a otro surge la misma distancia que hay entre el placer (por la vuelta) y el disgusto (por este semestre aciago). De un River a otro, de eso se trata en definitiva, las turbulencias no cambian y de tan repetidas son moneda corriente.
YO DIGO – por Federico Del Rio
¿Y mañana?
Suena raro que el DT más ganador de la historia, el que todos pedían, haya quedado contra las cuerdas después de un año de trabajo. Pero es así. Y hay motivos. Principalmente, los resultados, condenatorios para cualquier otro técnico. Sólo porque se llama Ramón Díaz no le sacaron la roja. También porque en 12 meses no plasmó una idea de juego y, entre otras cosas, porque le erró con los refuerzos y en el segundo semestre armó un plantel peor que el anterior.
De todo eso y más quiere hablar con el técnico el próximo presidente. Sea D’Onofrio o Caselli. Ambos plantean la adaptación a un proyecto, a nuevos lineamientos, y confían en que el riojano se subirá a ese barco. ¿Pero a quien gane el domingo le alcanzará con el detallado informe que tanto prometió el Pelado? ¿Y el propio DT aceptará las condiciones que le pondrán? Su futuro, hoy, es incierto. Por más que haya dicho que sigue, falta que Caselli o D’Onofrio lo confirme. El Pelado se quiere quedar, sí. Pero entre el polémico contrato, los cuestionamientos hacia Emiliano, un plantel que hace la suya, y la falta de un incondicional apoyo popular, a su estatua la pueden bajar como a Colón de la Rosada.
Olé.com