Cristina no nos sorprendió

cristina

Tener a un gobernador feudal en el cargo más importante del gabinete significa un “nuevo Pacto de Olivos”

Nos hubiese gustado equivocarnos ayer cuando, en nuestro análisis, anticipábamos que nada iba a cambiar en la Argentina con los cambios que preparaba Cristina Fernández y su séquito de adulones. Los hechos, ayer, nos dieron la razón.

El gobierno K anoche anunció que el nuevo jefe de Gabinete será el gobernador de Chaco, Jorge “Coqui” Capitanich; el camporista Axel Kiciloff se hará cargo del Ministerio de Economía; y Juan Carlos Fávrega, que se venía desempeñando como titular del Banco Nación, estará al frente del vapuleado Banco Central, cuyo nivel de reservas vienen cayendo de forma estrepitosa.

El ascenso de Kiciloff significa una profundización de la política económica destructiva de la administración K, lo que podría implicar -en el corto plazo- un desdoblamiento respecto a la relación del peso con el dólar, creando dos tipos de cambios: uno comercial y otro financiero. Este régimen ya existió durante la nefasta gestión de Martínez de Hoz en la dictadura militar. Y actualmente se implementa en Venezuela, que es el espejo en el que cada vez con más frecuencia se mira el kirchnerismo.

Kiciloff es un representante de La Cámpora. Es decir, forma parte de la estructura de militantes rentados, que viven de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos, y que sólo protagonizan fracasos en materia de gestión pública. El descalabro ocurrido en Aerolíneas Argentina, que tiene un déficit de 3 millones de dólares por día y cuenta la flota de aviones más arcaica del continente, es una clara muestra de ello.

Otra pauta de que nada va a cambiar es que el polémico secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, salió ileso y seguirá en el mismo cargo dentro del ministerio que ahora conducirá Kiciloff, pese a los estragos que generaron en los bolsillos de los argentinos sus fracasadas políticas de precios. Moreno sigue en el cargo porque solamente es un instrumento de las órdenes de la presidenta, que cree que las variables económicas pueden controlarse con bravuconadas.

En tanto, Capitanich forma parte del club de gobernadores feudales del interior del país, que se mantienen en el poder gracias a que una parte de la población del territorio donde ejercen influencia vive en la absoluta miseria, siendo esclavos del asistencialismo extorsivo que discrecionalmente reparte el Estado a través de punteros políticos.

No es casualidad que Capitanich vuelva a ocupar el mismo cargo que ejerció durante la presidencia de Eduardo Duhalde, principal responsable -junto a Carlos Menem- de las políticas de entrega del patrimonio nacional en los años ’90. Es una clara muestra de que los Kirchner poco y nada cambiaron en el país en los últimos 10 años.

Tener a un gobernador feudal en el cargo más importante del gabinete significa la concreción de los que nuestro diario, en su edición de ayer, denominó “el nuevo Pacto de Olivos”. Es decir, un arreglo entre gallos y medianoche de la Presidenta con gobernadores e intendentes, que seguirán teniendo poder en su territorio cuando Cristina ya no esté en el cargo y el kirchnerismo sea parte del pasado, para que haya impunidad. Y los que hoy están en la Casa Rosada no terminen tras las rejas. A partir de este pacto de impunidad, Capitanich podría ser el sucesor que proponga Cristina para sucederla en el sillón de Rivadavia.

Como no podía ser de otra forma, este pacto debía contar con el aval del sector que más se benefició en esta “década ganada”: los banqueros, es decir, la patria financiera, que tendrá un hombre de su riñón en el manejo del Banco Central, como Fávrega. Los bancos, mediante la usura extrema, vienen cosechando escandalosos niveles de ganancias, en un país donde los créditos accesibles, en materia hipotecaria o para fomentar la producción, prácticamente brillan por su ausencia.

Lo más lamentable es que todos estos cambios se produjeron pocos ministros después de difundirse un video casero, filmando por la hija de la Presidenta, donde se la vio a Cristina con un pingüino de peluche, con un luto a medias (por primera vez en tres años, desde la muerte de Néstor, vistió una camisa blanca) y jugando con un perro que le regaló el hermano del fallecido presidente Hugo Chávez, al que bautizó Simón.

Fue una burda puesta en escena montada en la quinta presidencial de Olivos ya que, en momentos en que la ciudadanía está esperando que se conozcan medidas contra la recesión económica, la inflación, el derrumbe del empleo y la inseguridad, la primera mandataria se dedica a enviar “saluditos” a través de las redes sociales. La mención al chavismo no resulta casualidad. Imitar el proceso político del país caribeño parece ser la aspiración a la que apunta muchos de los rodean a la primera mandataria.

Ahora bien, por desgracia para los kirchneristas, en las últimas elecciones la enorme mayoría de los argentinos le envió un mensaje, a través de las urnas, de que no quieren ser como Venezuela, donde por estos días reina el descontento social producto del desabastecimiento de alimentos básicos y la proliferación de medidas que han reducido las libertades individuales a su mínima expresión.

La Argentina no tiene nada que ver con ese país. Y la presidenta, al no tener el poder de los votos que tenía hace dos años, por suerte se le hará imposible instaurar un régimen autoritario.

 

httpv://youtu.be/giQDQCgtSxA

 

diariohoy.net