El gobierno nacional sigue manteniendo un fuerte hermetismo en torno a cuál es el real estado de salud de la presidenta, que supuestamente se está recuperando de la cirugía en su cráneo en la quinta presidencial de Olivos.
La convalecencia de la primera mandataria, y la falta de información oficial, no hizo más que profundizar la crisis política que existe desde hace tiempo en el gobierno, incapaz de poder dar la más mínima respuesta a problemas tan acuciantes como la inflación, el crecimiento del desempleo, la recesión que afecta a sectores claves de la economía y el calamitoso estado del transporte público.
Un claro ejemplo de que el país está a la deriva es la crisis del sector ganadero, que lleva a que los productores no tengan otra alternativa que mandar los vientres al matadero, ante la soga en el cuello que le ponen las políticas oficiales, lo que llevará a que la carne en poco tiempo sea un producto escaso y cada vez más caro.
Otro ejemplo es el siniestro ocurrido este fin de semana, nuevamente, en la estación Once, que fue el resultado de los años de deterioro y de negociados oscuros que se tejieron en torno a los miles de millones subsidios estatales. Estos recursos fueron a parar a las arcas de empresas amigas del poder, sin producir ningún tipo de mejoras reales en un servicio que es utilizado, principalmente, por trabajadores, estudiantes y amas de casa.
La excusa de que, supuestamente, es imposible encarar una recuperación del ferrocarril, un medio de transporte que en los países desarrollados es considerado el más seguro y confiable, es una excusa que ya no se sostiene. Si hoy nos encontramos con que las cajas del Estado están vacías es porque, durante una década de gobierno K, fueron saqueadas.
Los 173 mil millones de dólares que se pagaron durante los 10 años de gobierno K, en concepto de una deuda externa fraudulenta, ilegal e ilegítima, sin haber realizado antes ningún tipo de auditoria independiente que determine si corresponde pagar o no lo que finalmente se abonó religiosamente, le hubiese cambiado la cara al país. Si esos recursos se hubiesen destinado a paliar la deuda interna se podría, por ejemplo, haber reformado integralmente el sistema ferroviario. Por ejemplo, los especialistas aseguran que una reparación integral de la estructura vigente, que garantice mínimas condiciones de seguridad, demandaría aproximadamente 8000 mil millones de dólares, es decir, tan sólo el 4,6% de lo que pagó en concepto de deuda externa.
Eso no es todo: con solo con parte del despilfarro, se hubiese podido volver a conectar el país mediante el ferrocarril, reactivando las economías regionales al permitir mejorar significativamente las condiciones de competividad, lo que implicaría la creación de miles de puestos de trabajo genuino y un mercado interno robusto. Asimismo, hubiese permitido descongestionar significativamente las rutas, caminos y autopistas, salvando numerosas vidas. Nuestro país, debido al colapso del sistema vial, producto de la falta de inversiones para mejorar la infraestructura, tiene más de 7000 muertes por año en accidentes de tránsito.
En caso de haberse adoptado la decisión de privilegiar las necesidades de nuestro país, en lugar de beneficiar a los buitres de la deuda externa, la Argentina, en un mundo que necesita de los alimentos que se producen en nuestro suelo, habría podido retomar el camino de desarrollo. A partir de ahí, desde una posición de fortaleza, que sólo lo puede dar una economía sustentada en una industria potente y en el valor agregado, habría podido discutir de igual a igual los términos de la deuda externa.
Los Kirchner, en cambio, decidieron seguir con la lógica de los ’90, de pagar religiosamente a costa del hambre y la miseria de una parte muy importante de nuestros compatriotas.
Asimismo, Néstor y Cristina, como máximas autoridades políticas, durante la última década jamás tomaron la decisión de generar las condiciones para que los miles de trabajadores, que diariamente no tienen otra alternativa que recurrir al tren, corran riesgo de vida cada vez que se toman un tren para llegar a sus trabajos o a sus hogares.
Lamentablemente, los argentinos estamos en manos de advenedizos, que ocupan los cargos más importantes del Estado. Es imposible, en este contexto, que pueda aparecer soluciones superadoras. Esperemos, que luego del cachetazo que recibirá el gobierno en las elecciones del próximo domingo, la clase política se ponga los pantalones largos y comience a arreglar, en los dos años de gobierno que le queda al kirchnerismo, aunque sea una pequeña parte de todo los que se desarregló en la última década.
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