La sentencia contra el exdirigente sella el mayor escándalo de corrupción en décadas.
Bo Xilai pasará presumiblemente el resto de sus días en la cárcel. La justicia china no ha sido piadosa con el exdirigente político que un año atrás preparaba su asalto al poderoso Comité Permanente del Politburó del Partido comunista de China (PCCh), cuyos siete miembros dirigen el rumbo del país. La sentencia, más dura de lo esperado, sella el mayor escándalo político en China en las últimas décadas.
El Tribunal Intermedio de Jinan (capital de Shandong) ha ordenado la reclusión de por vida de Bo tras considerar probados los cargos de aceptar sobornos, malversación de dinero público y abuso de poder. Solo la acusación de un viaje de su esposa e hijo pagado mediante un soborno, apenas una gota en el océano, fue desestimado por falta de evidencias. La sentencia también ordena la confiscación de todos sus bienes y la privación de derechos políticos de por vida. Contra el fallo cabe un recurso de apelación en los próximos diez días.
«Bo Xilai era un servidor del Estado, abusó de su poder y causó un profundo daño país y al pueblo. Las circunstancias son especialmente serias», ha aclarado este domingo el tribunal. Aunque los cargos eran suficientes para la pena capital, los analistas habían pronosticado una pena de reclusión más corta atendiendo a su pedigrí revolucionario y al gran número de seguidores que conserva. La mayoría se inclinaba por una pena de entre 15 y 20 años. «Predije que la pena sería entre cadena perpetua y 20 años. Creo que apelará, pero que el fallo no variará», ha asegurado por email He Jiahong, director de la Escuela de Leyes de la Universidad del Pueblo (Pekín). Dado que la justicia está también sometida al poder político, es improbable que el Tribunal Supremo rectifique la sentencia.
CAMPAÑA ANTICORRUPCIÓN
La severidad se puede explicar por la seriedad que el nuevo ejecutivo de Xi Jinping quiere imprimir a su campaña anticorrupción. Xi ha repetido que se extenderá tanto a moscas como a tigres, es decir, tanto a funcionarios rasos como a altos dirigentes. Tampoco ha ayudado la inusual beligerancia de Bo durante los cinco días del juicio del pasado mes, negando todos los acusaciones y descalificando a los testigos de cargo. Otros juicios similares se ventilaron con rutinarias confesiones y disculpas en busca de una sentencia reducida.
Bo, de 64 años, había dirigido un par de semanas atrás una carta a sus familiares asumiendo la larga condena y recordando que su padre, un revolucionario célebre, pasó por la cárcel varias veces antes de ser rehabilitado. «Mis padres ya han fallecido, pero sus enseñanzas están hondamente enraizadas en mí. Nunca deshonraré su gloria. Puedo soportar el dolor, no importa cómo de grande sea», expresaba. Pero la longitud de su condena descarta un regreso a la arena política como el de su padre o el de Deng Xiaoping, víctima de varias purgas maoístas antes de dirigir la apertura económica.
EL INICIO DEL ESCÁNDALO
El escándalo había emergido en marzo del año pasado cuando Bo dirigía Chongqing, la macrociudad del interior, y aparecía en las quinielas para el inminente reparto de poder del Congreso del partido. Wang Lijun, su jefe policial y amigo durante décadas, pidió asilo en el consulado estadounidense de Chengdu (provincia de Sichuan). La versión oficial asegura que el policía huyó después de confesarle a Bo sus sospechas sobre la culpabilidad de su esposa, Gu Kailai, en el asesinato del empresario inglés Neil Heywood, y el dirigente le dejara la cara ensangrentada de un puñetazo. Bo degradó en el juicio la agresión a una bofetada y la justificó por la confesión de que Wang estaba enamorado de su mujer.
Gu fue condenada en agosto pasado a muerte con dos años de suspensión (en la práctica, una cadena perpetua) por el asesinato de Heywood después de que éste, según afirmó en el juicio, amenazara de muerte al hijo del matrimonio. Un mes después fue condenado Wang a 15 años de cárcel por deserción, abuso de poder y aceptar sobornos.
Bo Xilai iba a contrapelo en el hierático y grisáceo gremio político chino. Su defensa de los que habían quedado atrás en el milagro económico y su campaña anticorrupción en Chongqing le valieron el apoyo de los sectores más tradicionalistas. A Pekín le incomodaron los excesos cometidos durante esa campaña (también sirvió para anular a sus oponentes políticos) y la recuperación de la liturgia neomaoísta. Muchos piensan que su juicio tuvo un cariz político.
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