En una reunión en la Casa Rosada, Cristina llamó a “no tener miedo a opinar”. Pero dejó afuera del cónclave a los que piensan diferente. Un lobo que quiere vestirse de abuela ante el cachetazo de las urnas
El lobo se disfrazó de abuela: Cristina Kirchner presidió ayer una nueva reunión tripartita con empresarios y dirigentes sindicales en la Casa Rosada. Pero la iniciativa, respuesta a la contundente derrota kirchnerista en las PASO que busca salvavidas para sobrellevar la crisis, estuvo marcada por las declaraciones de la mandataria al iniciar las negociaciones.
“Nosotros (el gobierno) no tenemos miedo de decir lo que pensamos”, dijo ante funcionarios y representantes de los distintos sectores, y agregó: “Es bueno cuando uno piensa diferente, así que, por favor, que nadie tenga miedo de decir lo que piensa”. Sentada al frente de una larga mesa, Cristina remató: “No me voy a comer a nadie”. A su lado estaba Hernán “me quiero ir” Lorenzino tratando de mostrar compostura. El mensaje era claro e iba dirigido al presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez, quien días atrás había pedido “un ministro de Economía con más fortaleza” y aseguró que “el Gobierno tiene mucha fortaleza en la cabeza pero sus tentáculos se van aflojando”.
No son tentáculos, son garras. Cual cuento de Caperucita y el lobo, la primera mandataria del país busca y vive de los excesos. Le gustan las manos grandes, para llevar (sobre todo llevar) y traer bolsas, pero también para sus aplaudidores. En consecuencia, a la reunión de ayer ni siquiera fue Méndez: sólo estaban los empresarios más cercanos al oficialismo, y entre los sindicalistas se vio a Antonio Caló y Gerardo Martínez, pero no a Hugo Moyano.
Por eso también quiere orejas más grandes. ¿Que la presidenta no escucha? Mentira, escucha lo que quiere, y los aplausos son sus favoritos. Por eso la necesidad de rentar militantes y financiar a La Cámpora. Esto no es un discurso repetido: la administración pública está repleta de jóvenes que ya no se venden por el pancho y la coca. Los mecanismos del clientelismo se han perfeccionado y las prebendas toman forma de cargos y puestos de “trabajo” en el Estado. Y así, miles y miles de camporistas pasan a formar parte de un engranaje que sí se parece a un pulpo con verdaderos tentáculos. Un pulpo aplaudidor.
A la cabeza está la presidenta, quien también goza de buena vista. Por eso su personalismo y el afán por controlarlo todo, aunque sea valiéndose de la mentira. Por eso el Indec y sus estadísticas truchas, con números redondos que sólo cierran en su inexplicable fortuna como funcionaria pública.
Cristina podría ser el lobo, o la Reina de Corazones. En su País de las Maravillas, dice en público que “no me voy a comer a nadie”, pero por lo bajo no duda y vocifera “que le corten la cabeza”. Como sea, el kirchnerismo nos ha vendido un relato oficial que terminó siendo un cuento con final desconocido, pero cuya trama nos resulta tragicómica. La parte de comedia la pone el gobierno, la tragedia, como siempre, la sufre el pueblo.
“Pregúntenle a ella”
Mientras afronta la campaña para las elecciones legislativas en soledad, el intendente K de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde (foto), debe hacer frente a las críticas y rechazos de sus propios dirigentes partidarios por su propuesta de bajar la edad de imputabilidad. Tras revelar una feroz interna, el candidato no quiso arriesgar sobre la postura de “la jefa” respecto al tema, y ante la consulta, sólo atinó a replicar: “pregúntenle a ella”. Ella es, claro está, Cristina Kirchner.
Por otra parte, no pudo evitar hacer referencia a su solitaria campaña, aunque dijo que “se trata de un momento particular” en la carrera electoral. Además, no dudó de que Daniel Scioli lo acompañará cuando comience la campaña oficialmente. Mientras, Insaurralde reparte panfletos en soledad.
Los que abandonaron el barco K
Como uno de los tantos que abandonó el barco cuando comenzó a hundirse, Lucas Carrasco es un periodista que se caracteriza por su locuacidad, antes al servicio del kirchnerismo, aunque hoy se convierta en uno de sus más ácidos críticos. Del círculo íntimo de Máximo Kirchner, dijo que el hijo del matrimonio presidencial “me parece que es un buen tipo, inteligente, atento, una persona culta, humilde, muy modesto para vestirse y lo suficientemente sorete como para tener un futuro político. Pero el problema es que está atado a una herencia impresentable, que no paga impuestos por la vigencia de una ley de la dictadura y después que la mala gestión de su madre está haciendo pelota la construcción que quiso ser de él». Además, aseguró que el futuro de Cristina Kirchner está… “en los juzgados federales”. ¿Se cumplirá el vaticinio?
Las fábulas de Cristina
Copa en mano, la presidenta brindó ayer por el “proceso de reindustrialización” del país. Sí, en pleno proceso de desarticulación del aparato productivo, donde nuestras mayores fábricas son galpones que ensamblan piezas importadas, Cristina Kirchner se despachó con un grandilocuente discurso en Tecnópolis ante empresarios, funcionarios y la clásica tribuna que la alienta.
En ese contexto, pidió a las empresas “mayor productividad” y a los trabajadores saldar el problema del “ausentismo laboral”, aunque cuando llegó la hora de reconocer errores, se dedicó a echar culpas al “contexto internacional” y los organismos financieros a los cuales paga religiosamente. Como parte de su fábula, también dijo que los trabajadores y capitalistas están llegando al “fifty fifty”, es decir, a la repartición 50/50 de la torta productiva, una falacia que pretende emular lo logrado por el peronismo en los verdaderos años de desarrollo industrial argentino.
El cierre de Cristina fue significativo: pidió que la gente “tome decisiones por lo que le pasa, y no por lo que le cuentan”. Eso fue justamente lo que pasó en las PASO, mal que le pese al relato oficial.
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