La justicia egipcia protagoniza este domingo un raro doblete, símbolo de un país de lealtades partidas y hundido en el disparate. El ex presidente Hosni Mubarak, excarcelado y en arresto domiciliario desde el jueves, comparece en la repetición del juicio que trata de dirimir su responsabilidad en el asesinato de 850 manifestantes durante las revueltas de 2011 que le costaron el cargo. Al mismo tiempo y en otro tribunal de la capital, la cúpula de los Hermanos Musulmanes inaugura su proceso.
El líder espiritual Mohamed Badía, cazado el pasado martes, y su número dos Jairat el Shater están acusados de muerte de manifestantes en las protestas que precedieron al golpe de Estado.
El cuento de dos rivales, que desde hace décadas han jugado al gato y el ratón, llega a los pasillos de un poder judicial en entredicho y con una fiscalía general profundamente politizada. 926 días después de su derrocamiento, el viento vuelve a soplar a favor de Mubarak. El dictador de 85 años abandonó la prisión de Tora el pasado jueves tras agotar el plazo máximo de detención preventiva que marca la ley. Un helicóptero le trasladó hasta el hospital militar de Maadi, el lugar elegido para cumplir el arresto domiciliario decretado por las autoridades.
El general que gobernó Egipto durante tres décadas mantiene la prohibición de abandonar el país y debe comparecer en las vistas por las cuatro causas pendientes: la que juzga su complicidad en la brutal represión de la revolución y tres casos de corrupción. El ajuste de cuentas contra Mubarak comenzó tarde, dos meses después de su espantada hacia la jubilación dorada de la ciudad costera de Sharm el Sheij y forzada por la presión de la calle. Desde entonces, el proceso ha estado lastrado por la falta de colaboración -incluida la destrucción de pruebas- del aparato policial y la inteligencia y la más que discutible acción del ministerio público.
Resultado de la levedad de las pesquisas, una corte de apelación anuló el pasado enero la condena a cadena perpetua dictada en 2012. Nunca se pudo probar su responsabilidad directa en la orden de abrir fuego a los manifestantes pero se le culpó de complicidad en los hechos junto a su ministro Habib al Adli. Ahora, con el dramático cambio que ha vivido el país en el último mes y medio, es probable que la defensa trate de explotar la situación inculpando a la Hermandad de urdir el complot contra Mubarak y avivando teorías conspiratorias como la existencia de francotiradores a sueldo de la cofradía en los alrededores de la céntrica plaza cairota de Tahrir.
elmundo.es