El domingo 11 de agosto el kirchnerismo quedó reducido al 26% de la representación electoral que ostentaba en todo el país. Es decir, que el mítico 54% de la reelección de Cristina, se evaporó, y no por obra y gracia de las corporaciones y monopolios mediáticos, la oligarquía cipaya y vendepatria, el imperialismo yanqui y la sinarquía internacional, la derecha destituyente y el sindicalismo gorila, sino por la acumulación reiterada y persistente de errores y horrores de gestión. Sin embargo, La Cámpora, asumiendo una postura más propia de Macondo que de la Argentina real, insiste con negar el mensaje de las urnas, emulando a su Jefa de Campaña, que fue elegida para ser Presidenta de los Argentinos y se ha convertido en la Presidenta del Frente para la Victoria.
Todo análisis postelectoral demanda autocrítica, correcciones y actitudes de grandeza. Pero La Cámpora, en vez de profundizar en las causas de la derrota, busca fuera lo que tienen dentro: soberbia, pequeñez, ineptitud, corrupción, agotamiento, mentira, etcétera.
La sociedad argentina, a través de los cacerolazos, ha sido protagonista de movilizaciones inéditas, como método de protesta plural y pacífica ante la prepotencia y la vulgaridad de una Presidenta que, sin ruborizarse, quiso ir por todo. La respuesta estuvo en las calles. En defensa de la República y la Constitución. Por la justicia social. Pero nos respondieron con ninguneo y difamación. A pesar de ello, no bajamos los brazos. Hasta que las urnas hablaron. Con claridad y contundencia. Para que el kirchnerismo encuentre equilibrio y racionalidad. Lamentablemente, sus primeras reacciones van en contramano de la ciudadanía. Así, en octubre, la derrota será de mayor relevancia.
Considerar “obsceno triunfalismo” a la decisión soberana del pueblo, es una actitud ajena a la democracia, rayana con la elocuencia fascista de las minorías tradicionales que permanecen aferradas a sus privilegios públicos y con los ojos cerrados a la evolución y el cambio. Semejante dislate lleva a los funcionarios kirchneristas a una sola profundización: la de su propio fracaso.
Para ocultar el castigo electoral recibido, la Cámpora recurre al consignismo hueco de la edad antigua, cuando la guerra ideológica adquiría preponderancia en un mundo bipolar y esquizofrénico. “Ni un paso atrás”, amenazan, desconociendo las necesidades y los sueños de un pueblo que votó para el Gobierno modifique el rumbo. ¿Tan difícil les resulta interpretar al pueblo? Si no son capaces de leer correctamente los signos de los tiempos, si no son proclives a la concordia y el diálogo fraterno, es mejor que paren la mano, y ordenen la transición. Porque después los platos rotos terminamos pagándolos todos los argentinos. Sin excepciones.
Muchachos de La Cámpora: ningún gobierno exitoso rifa cuatro millones de votos en dos años. Tampoco ninguna “década ganada” se pierde en las urnas. No subestimen más al pueblo, ese pueblo que alguna vez engañaron para colonizar el Estado y hundirnos en la degradación y el oprobio. Del 2003 a la fecha, los únicos que brindaron con champán antes de tiempo fueron ustedes, los protagonistas de una fiesta para pocos, que se creyeron eternos y apenas han sido una anécdota que lentamente se diluye, antes de la llegada de la primavera.