La sonrisa de Daniel; la furia de Carrió

untitledPor Ignacio Zuleta

Scioli, que no juega en primarias, arriesga todo si no logra unificar al peronismo detrás de su presidencial. • Es el nuevo pacman que se comió al kirchnerismo, pero le quedan sectores que insistirán en dividir al peronismo en Bs. As. • Carrió se pone en el centro de la elección porteña, porque busca poder con un método distinto de los demás.

   •Las primarias obligatorias terminan siendo una feria a la que cada cual concurre buscando algo distinto. Para el radicalismo porteño es un arbitraje entre candidaturas -quizá la función originaria de unas internas preelectorales-. Para el peronismo de Buenos Aires, que no tiene contrincantes, es una medición de fuerzas entre tres tribus: la que gobierna y las disidencias de Sergio Massa y Francisco de Narváez -para saber quién convoca más votantes- es la segunda función de las primarias, hacer una megaencuesta que señale quién tiene más preferencias.

Esto es algo clave para un electorado como el argentino que tiende a jugar a ganador porque sabe que los gobernantes ejercen sin mandato explícito y con una agenda posibilista y regulada por las encuestas. A una semana de esa gran algarada se han manifestado, al menos en los grandes distritos, cuáles son las batallas principales.
• Como en toda feria, se juegan intereses para quienes ni venden ni compran, para quienes no son candidatos en las primarias, pero que ven que su suerte también se juega ahí. Es el caso de Daniel Scioli que, otra vez, ha entrado en la región más riesgosa de su trayectoria. Juega de salvador, junto con Cristina de Kirchner, de la chance de Martín Insaurralde, una elección ingeniosa para una elección que el oficialismo enfrentaba desde hace rato con dificultades.

Hasta el lanzamiento de Sergio Massa, el resultado en encuestas privilegiaba a Francisco de Narváez, a quien el intendente de Tigre le agarró la mano cuando le iba a llevar la cartera, es decir, los votos del peronismo blanco del conurbano norte. Después de lo que pasó en 2009, era esperable que ningún peronista iba a dejar que un De Narváez se subiese a la ola anti-K de ese segmento social. No interceptarlo hubiera sido una ingenuidad.
• Esa salida massista le complica un poco más esa elección «chiva» al Gobierno y lo mejor era poner a la cabeza de la lista de diputados a un candidato poco conocido y con poca intención de voto, es decir, ideal para subir en los dos renglones. Física política básica: el muy conocido es probable que baje en una campaña, pero es seguro que el desconocido, y más si lo llevan de la mano desde arriba, sólo puede crecer. Para Scioli, y para Cristina, un negocio político clarísimo: lo que suba Insaurralde lo facturarán ellos, no el intendente.

La Presidente se beneficia en la medida de lo que aporta: afirma voto kirchnerista en una zona como el conurbano norte en donde el público no termina de diferenciarla de Massa. Los baqueanos del oficialismo que recorren los barrios en esos partidos como Tigre, Escobar, Pilar o San Fernando en estos días vuelven con ese testimonio: en la mayoría de los bolsones de voto peronista hay adhesiones a Cristina y a Massa al mismo tiempo. De ahí la tarea de buscar, en la semana que queda de campaña, divorciar esas dos percepciones en beneficio, claro, de Insaurralde.
• Para Scioli, la facturación del crecimiento de la lista del Frente para la Victoria es la condición para que siga sosteniendo su rol actual, que nadie admite en público, pero tampoco lo desmiente: es el candidato del peronismo que gobierna a presidente en 2015. Clavó ese rol cuando soportó el ventarrón de propios y ajenos que lo querían arrastrar a una disidencia con el kirchnerismo, ignorando que Scioli es socio fundador de esa marca y que nunca dinamitaría el puente de mando.

Eso lo convirtió en pocas horas en la estrella que redescubrieron los kirchneristas que hasta anteayer lo desairaban y lo descalificaban por cuestiones de forma y de fondo. Desde el cierre de las candidaturas a estas primarias se ha convertido en un pacman que va sumando dirigentes, intendentes y aplaudidores que le reconocen la centralidad en el escenario.
• Nadie lo saluda como candidato presidencial, algo que debe tramitar Scioli en estos dos años que le quedan de gobernador en la mayor de las dificultades. Superó algunas que eran principales, como el frente que descalificaba su gestión en la provincia desde el kirchnerismo. Desde 2011, esos socios odiosos le reprocharon el manejo del Presupuesto, de los conflictos gremiales, de la seguridad, de la publicidad y hasta de los recitales públicos con estrellas de la canción.

Ese frente se evaporó con este nuevo Scioli en el centro del kirchnerismo y a cuya oposición política le había ganado por abandono. A De Narváez se había paralizado como opositor por su proyecto de birlarle votos al padrón del gobernador -algo que intenta ahora Massa- y con gestos como llevar de candidato a un hombre del mismo apellido que su adversario. Ahora Carrió sale a decir que los opositores de la Legislatura «le han estado votando todo a Scioli». Se non è vero, è ben trovato. Y nadie lo desmentirá.
• Pero la tarea de Scioli sigue siendo muy difícil. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, el sector Massa va a intentar seguir siendo una parroquia aparte del PJ; partido que preside Scioli. Va en el interés del intendente de Tigre y de sus aliados en este turno. Sólo una derrota que nadie prevé podría disolver ese empeño, porque la liga Frente Renovador intenta ser la herencia del kirchnerismo y también del sciolismo.

Que eso ocurra le plantea al peronismo en Buenos Aires una división tan fuerte como la que hubo en los 90 entre menemismo y duhaldismo, y nadie que quiera ser candidato exitoso a presidente en 2015 puede tolerar eso, porque un peronismo dividido puede ser desplazado del poder nacional ante la oposición no peronista. Ya ocurrió en 1999 y el peronismo tiene que mostrar que aprendió esa lección.
• La tarea de evitar esa división le corresponde hoy a Scioli, que es el candidato que parece condenado al peronismo hasta nuevo aviso y mientras el massismo sea una página web «en construcción». Le facilita la tarea que la operación Massa sea sobre el padrón en donde le va mejor, el peronismo blanco y moderado que le dio el voto en 2007 cuando socios actuales de Massa, como Gustavo Posse, estaban con él.

Tampoco la tiene con De Narváez, que también cartonea en esos segmentos del vecindario peronista en donde domina el gobernador. La dificultad, como todo en política, es el interés de los que están enfrente que, por ahora, no le ven ningún interés en resignar lo que están construyendo con Massa. Capturar al peronismo para una unificación de su candidatura presidencial es la condición para que siga sosteniendo su rol de candidato tácito de todo el peronismo, algo que en el interior ya se le reconoce.

Se vio en el acto del miércoles en El Mangrullo, cuando lo rodearon 12 gobernadores que hasta hace pocos meses no lo incluían en las cumbres de GESTAR, la única agrupación del peronismo con vida real. Desde el escenario de esa parrilla que ha visto pasar a todos los peronismos, Scioli pudo gozar la frase: «No te equivocaste conmigo, Néstor; acá estoy defendiendo a Cristina y al modelo». La frase tenía como destinatarios a esos gobernadores que no lo dejaban salir de El Mangrullo, que eran -no lo blanqueará el prudentísimo Scioli- quienes se habían equivocado.

Algunos querían sacarse fotos para usarlas en campañas electorales con su imagen. Otros lograron más, subir a la cabina de su helicóptero, hoy la vip con el peaje más alto de la política argentina. Se iba a la Bolsa de Comercio, al acto de la Presidente, y sólo dos mandatarios lograron espacio en ese pequeño helicóptero: Jorge Capitanich y Martín Buzzi. Le preguntaron a un baqueano en peronismo qué había sido lo más importante de ese acto: «La sonrisa de Daniel», sancionó.
• En la Capital, Elisa Carrió se adueñó de la bandera de la intransigencia y aparta hacia dentro de la liga UNEN (radicales y solanistas) a quienes consideran que son tibios con el kirchnerismo y que eluden el control de la virtud ajena, misión que se ha impuesto la musa del ARI: recorta hacia adentro sin temor a herir a sus primos de la UCR, porque cree que el padrón de ese partido la apoya más allá de las estridencias.

Ha destilado en esa campaña una teoría del poder que alza como bandera: hay que votarla para que permanezca en el Congreso, porque eso le da poder para ser intermediaria entre el oficialismo y la gente. «Si no tengo votos, no tengo poder y no puedo ser la barrera entre quienes gobiernan y el público, que tiene que saber que entre el kirchnerismo y ellos estoy yo», «o Pino», concede sobre su socio en esa alianza extravagante que cerró con Fernando Solanas.
• Con el énfasis de sus grandes campañas, Carrió se ha adueñado de la campaña opositora en el distrito, en donde ha preferido confrontar más con el kirchnerismo nacional que con el macrismo, que navega sin luces confiado en pronósticos que muestran por arriba de todos a la lista Michetti-Bergman. Carrió tiene una percepción afinada de cuáles son sus peleas en cada momento y se mueve con una gramática distinta de la de sus adversarios. Su proyecto es de poder -algo que tiene por encima de los votos que obtiene en cada turno- y a diferencia de sus colegas usa la política como instrumento. Eso la exime del juicio sobre las alianzas que promueve o los gestos de discurso que le sesgan su perfil y le crean enemigos irreconciliables.

Su ejercicio del poder se verifica en la opinión pública, los medios y también en el Congreso, donde suele ser la vara de muchos proyectos, hasta del oficialismo, para hacerlos avanzar o retroceder. Nadie lo admite, y menos en tiempos de campaña, pero Carrió integra el grupo de legisladores con más experiencia y a los que acude hasta el kirchnerismo cuando quiere tener una tabla de mareas.

Integran ese grupo inorgánico y casi clandestino Federico Pinedo, Jorge Yoma, Ricardo Gil Lavedra -en Casa de Gobierno los llaman «los normales de la oposición»- y han permitido que salgan proyectos como los referidos al lavado de dinero que el Gobierno necesitaba para evitar reproches del GAFI.
• Con sólo eso, ha apartado del escenario a sectores del kirchnerismo y de la izquierda -Altamira no repite el fenómeno de 2011- que se resignan a que el público se ha quedado mirando sólo el Canal Carrió. Esa percepción de Carrió sobre el poder es una lectura eficaz del sistema político argentino, que tiene candidatos cuentapropistas, partidos congelados, un estado de perpetua emergencia que justifica cualquier medida de gobierno y mandatarios que gobiernan sin avisar lo que van a hacer.

Esa situación que describe la crisis argentina de los últimos 15 años devuelve la acción política a sus technicals tradicionales: caudillismo, gobiernos débiles sin mandatarios construido de abajo hacia arriba, sociedad civil potente y autónoma ante la dirigencia que vive rebelada contra el sistema político. Carrió aprovecha esa situación para sobrenadar la crisis que arrolla a otros y acumula poder usando la política en un país en donde el poder pasa por la política.

No ocurre esto en todos lados; en otros países en donde la emergencia no empuja la agenda o con instituciones más sólidas, el ranking del poder no es encabezado por los políticos, sino por empresarios o figuras del espectáculo. Los Obama y los Clinton van detrás de los Tom Cruise, Bill Gates o Julia Roberts.
• Esa inteligencia de lo que es el poder explica que Carrió con tan poco logre tanto. En este turno electoral vuelve a hacer campaña sin medios, aliada al Proyecto Sur que es algo así como una pyme de la política que funciona por el voluntarismo de sus militantes y el carisma de ese artista que es Pino Solanas.

Emprenden con Carrió una campaña con tiza y carbón, sin empresarios que los respalden y sin el favor del monopolio, cuyos proyectos Lilita y Pino han contradicho con el voto más de una vez. Además, el monopolio ya ha jugado su carta, y no es ésta.
Fuente: Ambito.com