La revolución que el Papa Francisco hace en Brasil

Francisco
En su visita a Río, y fiel a su costumbre, el Pontífice rompió el protocolo, recorrió la ciudad en un vehículo con las ventanillas bajas y generó delirio en sus seguidores.

Desde que llegó a la jefatura de El Vaticano, Jorge Bergoglio provocó una revolución. No solo por ser el primer sudamericano en ocupar el papado, sino por los gestos de humildad y delicadeza con que encara cada situación que tiene que afrontar. Y en la primera visita como el Papa Francisco a Río de Janeiro, Brasil, quedó demostrado que esas características difícilmente las deje alguna vez de lado.
La primera demanda del Papa Francisco fue clara y tuvo que ver con una conducta que mantiene desde el primer día que fue elegido: estar cerca de la gente. En su llegada al aeropuerto de Río de Janeiro, decidió realizar un cambio de protocolo. En lugar de ir directo del Aeropuerto al Palacio de Gobierno en un auto blindado, pidió hacer una breve recorrida por el centro de la ciudad, para saludar a la multitud que salió a las calles.
Su clara demostración de humildad no se quedó solo en frases o buenas intenciones: Francisco recorrió Río en un auto sencillo, rompió el protocolo y al bajarse del avión se subió a un vehículo con las ventanillas bajas para tener “contacto con la gente”.
Antes de eso, el avión de Alitalia en el que viajó tocó suelo brasileño a las 15.40. El Papa habló por más de una hora con los 70 periodistas que viajaron con él en el avión desde Roma, con quienes tuvo palabras de agradecimiento y se interiorizó por cada uno de ellos.
«He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón, permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta», dijo Francisco en el Palacio de Guanabara, donde la presidenta Dilma Rousseff le ofreció la recepción oficial.
El Pontífice pidió «permiso para entrar y pasar esta semana» junto a los brasileños, en su primer discurso en Río de Janeiro, donde encabeza la Jornada Mundial de la Juventud. «Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en cada corazón. No traigo oro ni plata, pero traigo lo más precioso que me fue dado, Jesucristo», lanzó, en una frase que quedará en la historia de las citas papales.
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