Giulio Andreotti, el poliedro hecho política

Javier Rupérez, diplomático y ex Presidente de la Internacional Demócrata Cristiana, recuerda en este artículo al que fuera siete veces Primer Ministro italiano.

Posiblemente no exista en la vida política italiana, y ello es ampliable a toda la europea, una figura mas controvertida que la del ahora desparecido Giulio Andreotti. Ocupó la primera fila de la vida pública de su país desde los primeros años de la postguerra, ya en el 1946, hasta la desaparición de la democracia cristiana italiana en los años noventa. Y de hecho, como senador vitalicio, no ha dejado de estar presenta en las candilejas hasta el momento de su muerte.

Llevado a la política por Alcide De Gasperi, uno de los hombres claves en la reconstrucción postbélica de su país y en la consolidación de las estructuras comunitarias de la Europa democrática, Andreotti lo ha sido todo en la vida italiana: ministro del Interior, de Defensa, de Asuntos Exteriores, siete veces Primer Ministro. Su figura está íntimamente vinculada a la ascensión, consolidación y declive de la larga hégira democristiana en Italia. La dimensión poliédrica de su gestión quedará, en el mejor de los casos, asociada a su infinita capacidad para encontrar compromisos en la habitualmente fracturada vida pública italiana. En el peor, a las zonas obscuras de su comportamiento, que le llevaron a enfrentarse varias veces con una justicia que nunca acabó por encontrarle culpable de las acusaciones contra él vertidas como asociado con personas de pertenencia mafiosa. Pero los relatos periodísticos, literarios y cinematográficos sobre sus andanzas –«Il Divo», la película dirigida por Paolo Sorrentino que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2008, le describe directamente como un miembro de la «cosa nostra»- pusieron sobre sus recargadas espaldas las responsabilidades que los jueces no hallaron.

Acababa de ser elegido de nuevo Primer Ministro cuando las Brigadas Rojas secuestraron a Aldo Moro y en una decisión arriesgada se negó a negociar con los terroristas, en una prueba de la fortaleza de carácter que muchos le negaban. Ello acabaría por desembocar en la desaparición del grupo asesino. Nunca dudó de las fidelidades italianas hacia los Estados Unidos y hacia la OTAN pero ello no le impidió aproximarse a la vecindad mediterránea árabe e islámica.

Era hombre sabio curioso y culto, dado a la sutileza y a la ironía, llano y afable en el trato. En las diversas ocasiones que tuve la oportunidad de visitarle en Roma me citaba en una pequeña «trattoria», para preguntarme con intuitivo gusto sobre la política española -de la que solía decir que le faltaba «finezza»- sin dejar por ello de alabar las calidades del Valpolicella que había ordenado para acompañar la comida o de comentarme la última película de Spielberg. Invariablemente la conversación acababa con el regalo del último «Visto da vicino», los volúmenes en los que iba reflejando sus experiencias. Hombre de poder, siempre repetía aquello de que «es la oposición la que verdaderamente desgasta». Marido y padre ejemplar, creyó hasta el final en las convicciones cristianas que en su juventud le llevaron a la Acción Católica. Nadie mejor que el Supremo Hacedor para juzgar su multifacética trayectoria.

Abc.es