Nos encontramos en la antesala de lo que será, seguramente, una multitudinaria movilización, en las principales ciudades del país, para reclamar que el gobierno modifique el rumbo y empiece a dar soluciones concretas a dramas que golpean cada vez más fuerte como la inflación, la inseguridad y la crisis de la salud pública y privada. También pedirán que se le ponga un freno al nefasto proyecto de reforma judicial, que significa un claro avasallamiento contra los pocos jueces independientes que aún quedan en la Argentina.
Ante el saqueo y la corrupción generalizada que se vive en todos los niveles del Estado, Cristina y sus secuaces tienen miedo de que, en algún momento, cuando dejen de saborear las mieles del poder, tengan que rendir cuentas desde el banquillo de los acusados. Los atormenta la simple posibilidad de terminar tras las rejas. Por eso están dispuestos a todo. Incluso a llevarse puesta a la República y a la división de poderes.
La queja por la queja misma no sirve para nada. Si mañana los ciudadanos se quedan con los brazos cruzados, insultando dentro de las cuatro paredes de sus casas, será imposible que se modifique el status quo. El pueblo tiene a su alcance una herramienta muy poderosa: hacer tronar las cacerolas, para que se escuche a lo largo y ancho de la patria el descontento social. Se trata de un mecanismo muchísimo más efectivo que las metralletas que supieron usar varios de los actuales funcionarios cuando -siendo guerrilleros en los años ´70- se alzaron contra el gobierno democrático de Juan Perón y luego actuaron en forma conjunta, con los intereses de la derecha más recalcitrante, para que en 1976 irrumpiera la dictadura más sangrienta y despiadada de nuestra historia.
Mañana, en todo el país, a partir de las 20, se llevará a cabo el denominado 18 A. Allí gran parte de la sociedad podrá poner de manifiesto que no quiere que su amada nación se convierta en una réplica barata de la Venezuela chavista, un país que está sumido en la pobreza, en el autoritarismo y en la violencia extrema . Hay mucho en juego. Estamos hablando de la necesidad de que, de forma urgente, haya un cambio radical para evitar que, diariamente, mueran ciudadanos de causas evitables.
El gobierno nacional pretende hacernos creer que es un “hecho natural” que todos los días haya inocentes ciudadanos argentinos que pierdan la vida producto de las balas de las delincuencia, porque llueve un poco más de lo previsto o por accidentes de tránsito provocados por el deplorable estado de las rutas. Es la ausencia del Estado en su máxima expresión.
Estamos llegando al absurdo de que el tren, que en los países desarrollados es el medio de transporte más seguro, en la Argentina gobernada por los K se ha convertido en un calvario, en una trampa mortal para gente que viaja como ganado, con demoras que son cada vez más prolongadas. Todos los días, los sectores más humildes, los trabajadores, que no tienen otra alternativa que recurrir al sistema ferroviario, presienten en su fuero íntimo que ellos pueden correr la misma suerte que los 51 muertos de la estación Once, dado que las inversiones para modernizar y poner en condiciones el servicio prácticamente brillaron por su ausencia. Los multimillonarios subsidios que salieron desde el Estado, durante la última década, sólo sirvieron para la corruptela oficial.
La razón de casi todos estos males es más que obvia: los miles de millones que se tendrían que haber utilizado en políticas de salud y seguridad; en obras hidráulicas, ferroviarias y viales, son los que en las últimas décadas terminaron llenando los bolsillos de funcionarios y amigos del poder. Obviamente, la máxima responsable es la presidenta Cristina Kirchner. Pero las cacerolas también sonarán contra el gobernador Daniel Scioli y el intendente Pablo Bruera que, por razones de conveniencia política, desde hace años vienen mirando para otro lado. Ellos, como funcionarios elegidos por el pueblo, hace tiempo que tendrían que haberse puesto al frente de los reclamos por los recursos. Si ese dinero hubiese llegado, seguramente, se hubiese podido salvar muchas de las vidas de los vecinos que dejaron de existir en el último temporal
Llegó la hora de decir basta. Es necesario, que en la Argentina, volvamos a tomar conciencia del valor de una vida humana y exigir que aquellos que por acción, omisión o complicidad, contribuyeron a que haya muerte y destrucción en nuestra patria, sean castigados con todo el peso de la ley.
Por la libertad de expresión
Los argentinos que se movilizarán mañana también pedirán para que esté garantizada la libertad de expresión y la libertad individuales de los ciudadanos. Cada día que pasa, el kirchnerismo está adquiriendo rasgos totalitarios y fascistas, no dudando en usar –si es necesario- todo el poder del Estado para perseguir y amedrentar a todos aquellos que piensan distinto o que no se comen las falacias del relato oficial, que son propagandizadas a diestra y siniestra gracias a los miles de millones que se gastan en publicidad oficial.
El trasfondo mafioso
La idiosincrasia de la sociedad argentina, no tiene nada que ver con el chavismo que inspira a los aplaudidores y obsecuentes que rodean a la presidenta, que intentan hacer creer que los conflictos sociales y económicos que sacuden a nuestro pueblo no son tales. Hablan de operaciones de determinados sectores que hasta hace pocos años se sentaban en la misma mesa que el kirchnerismo para hacer negocios oscuros.
La realidad muestra que, más allá de las rencillas que ahora tienen los que hasta no hace mucho tiempo eran socios, existe una corrupción escandalosa y estructural. Detrás del discurso supuestamente progre del kirchnerismo, hay un trasfondo mafioso que nada tiene que envidiarle a las prácticas de los carteles del narcos que operan en Colombia y México.
De hecho, en los últimos días, salieron a la luz algunos indicios de los que sería una inmensa operatoria para lavar miles de millones de dólares mal habido, producto de coimas, sobreprecios y las prácticas más detestables del poder político, que hasta harían ruborizar a la familia Corleone, protagonista de la trilogía de El Padrino.
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