Sin Chávez ¿Qué pasará ahora con Cristina?

Apenas conocida la noticia sobre la muerte de Hugo Chávez Frías, Cristina Kirchner anunció la suspensión de la agenda oficial y su partida inmediata a Caracas, mientras que el país mantendrá tres días de duelo por el venezolano. Claro que el golpe para Cristina no es personal, sino también político y económico. Y no pocos se están preguntando cómo será el escenario de ahora en más y cómo sigue Cristina sin Chávez.

La relación entre Argentina y Venezuela siempre fue estrecha, sobre todo durante las presidencias de Cristina. En primera instancia, para la frágil economía de nuestro país, Venezuela resultó ser un importante auxilio en más de una ocasión, desde acuerdos varios sobre hidrocarburos hasta la compra de bonos de deuda argentinos.

Y durante los últimos años la «venezuelización» de Argentina se tornó aún más evidente, en cuestiones básicas como la importación de políticas económicas al estilo del «cepo del dólar» (que en el país bolivariano se encuentra vigente desde hace tiempo atrás), otras más trágicas como la inflación y el desabastecimiento y luego se encuentran cuestiones políticas importantes, como el acercamiento preocupante a Irán y el enfrentamiento con EEUU.

La situación de Argentina puede verse oscura sin su poderoso protector pero la de Cristina tal vez sea otra historia. Salvando la estética de la presidenta, que no abandona la ropa de diseñadores ni la joyería fina, en los demás Cristina se fue «chavizando» junto con el país, y mientras las relaciones políticas se fueron trastocando, las cadenas nacionales se alargaron.

Ahora, con Chávez muerto se fue uno de lo último líderes latinoamericanos que pregonaban ese antiimperialismo clásico de principios del siglo XXI. La figura de Néstor Kirchner fue otra y en Cuba permanece presente Fidel Castro, aunque sin la relevancia y la fuerza de antaño.

Y aquí es dónde emerge el discurso de Cristina, quiera pareciera ir en camino a ocupar el puesto ahora vacante. El acuerdo con Irán fue un comienzo, Argentina necesita un nuevo aliado al cuál recurrir, para no quedar desprotegida en Latinoamérica. Por eso la orden fue aprobar el memorándum a todo costo ya que para obtener ciertas relaciones estratégicas hay que pagar el precio.

Al mismo tiempo, la relación con EEUU se fue deteriorando sobre todo a partir del fallo del juez Griesa a favor de los acreedores que no entraron en los canjes de la deuda, claro que es un deterioro meramente discursivo, por Argentina sigue y seguirá pagando, sólo que se pudo comprobar que desde el norte no encontrará apoyo.

Y la moción de censura del FMI, por las cifras retocadas del Indec fue otro cachetazo que, en el conjunto, cercó aún más al Gobierno Nacional, dejándola casi aislada, enemistada con varios países, criticada por varios (y con varias quejas en la OMC debido a las trabas en las importaciones). Ahora, sin Chávez, la única posibilidad de salir a flote podría ser transformarse en Chávez, aplicar las políticas Chavistas y utilizar sus relaciones.

Cristina va camino a ser la nueva líder carismática latinoamericana, megalómana, oradora incansable que apunta al imperialismo yanqui por delante y estrecha la mano de las dictaduras de Medio Oriente por detrás. Pero, como dijimos, en el discurso, sólo en el discurso ya que la pregunta es ¿Podrá Argentina resistir sola sin su protector? ¿Bastarán con las alocuciones de la presidenta para mantener la economía cerrada que tenemos hasta ahora?

Imagen: EFE

Por otro lado, el panorama económico se plantea más complicado. Aquí el análisis de «El Cronista»

«Impulsado por un firme acuerdo político que se selló en 2003 y logró consolidarse de forma sostenida, el vínculo comercial entre la Argentina y Venezuela registró en los últimos nueve años un crecimiento exponencial que posicionó al país bolivariano como uno de los principales siete mercados de las exportaciones locales. Energía por alimentos. Ese ha sido el foco de una relación bilateral que cerró el 2012 con un superávit en favor del mercado local de u$s 2.260,1 millones y que ahora, tras la muerte del mandatario Hugo Chávez –gran promotor de este vínculo– queda enmarcada en un escenario de gran incertidumbre a la espera del devenir político en Venezuela.

Las exportaciones argentinas al país bolivariano se elevaron de u$s 1.423 millones en 2010 a u$s 1.869 millones en 2011 para cerrar el año pasado en los u$s 2.285 millones. Las ventas a ese país se concentran fundamentalmente en alimentos, aunque también tiene particular influencia el envío de vehículos para transportar mercadería. En tanto, las importaciones del país bolivariano, aunque subieron con los años, apenas representaron en 2012 u$s 24,9 millones. No están contabilizadas en ese número las compras de energía a Venezuela debido a que los pagos que realiza la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico (Cammesa) por la adquisición de fuel oil y gasoil se depositan en un fondo de fideicomiso administrado por el banco estatal venezolano BANDES. Con ese dinero, Venezuela se compromete a comprar productos provenientes de la Argentina.

La relación política y económica entre ambos países comenzó a afianzarse a mediados del 2003, con la asunción del ex presidente Néstor Kirchner y la reafirmación del gobierno de Chávez tras la victoria en el referéndum revocatorio de 2004. A partir de entonces, la cooperación política se acentuó y con ella, los vínculos económicos.

En este sentido, uno de los primeros gestos que Venezuela tuvo con la Argentina fue la importante ayuda financiera que le concedió a partir de 2005, con la compra de diferentes títulos por un monto que superó los u$s 5.000 millones. Eran años de gran dificultad para acceder a los mercados internacionales en los que el país tuvo que pagar al gobierno de Venezuela tasas del orden del 17% por los bonos colocados.

El aumento exponencial de los precios del crudo le generó al país bolivariano una gran disponibilidad de divisas que posibilitó una gran expansión del gasto público y la ayuda a países de la región, como la Argentina.

La fraternal relación se mantuvo intacta aún cuando empresas argentinas se vieron afectadas por el plan de expropiación de compañías puesto en marcha por el gobierno de Chávez. Concretamente, en 2008 el fallecido mandatario estatizó la Sidor, la mayor siderúrgica del país que era controlada por el grupo Techint. El gobierno de Cristina Fernández evitó el enfrentamiento y, en cambio, logró que Venezuela pague la indemnización correspondiente al holding liderado por Paolo Rocca.

Las relaciones comerciales bilaterales también estuvieron influenciadas por el Tratado de Libre Comercio (TLC) que firmó, en 2003, el Mercosur con los países de la Comunidad Andina de las Naciones (CAN). Dicho instrumento entró en vigencia en enero del 2005 y estableció un cronograma de liberalización del comercio bilateral a 15 años que incluye la reducción de más de 1.200 partidas arancelarias que explican el 73% de las ventas argentinas en Venezuela.

El ingreso de Venezuela al Mercosur, formalizado en agosto del año pasado, también supone un fortalecimiento de la relación no sólo con la Argentina sino con todos los países del bloque.»

También sostuvo Carlos Pagni en el diario ‘La Nación’:

«(…) La relación con la Venezuela de Chávez es el único vínculo externo que Néstor y Cristina Kirchner mantuvieron sin altibajo alguno a lo largo de una década. Ellos, que no pudieron perseverar en la afinidad con España, en la familiaridad con Uruguay, en la buena vecindad con Chile ni en la asociación comercial con Brasil, entablaron con el presidente fallecido un romance frente al cual el carnalismo de Menem con Bush se reduce a mera cortesía.

Las simpatías personales o ideológicas son pistas engañosas para explicar esa solidez. Chávez estuvo vinculado, desde el comienzo, a la solución de dos problemas que el kirchnerismo no consiguió resolver en una década: financiamiento y energía.

Aislado de las redes internacionales de inversión, Néstor Kirchner encontró en el venezolano a un prestamista permisivo.

Entre 2006 y 2008, Chávez financió a Kirchner en más de 5000 millones de dólares, a través de los Bonos del Sur. Tras el disfraz de la generosidad bolivariana se escondió una pésima decisión financiera del kirchnerismo, el «desendeudamiento», que se amparó en la coartada de independizar la política económica. El Gobierno saldó por adelantado una deuda de 9500 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, por la que se pagaban intereses del 4,5% anual, para adquirir otra con Venezuela a más del 10% anual. Cuando esa tasa se volvió usuraria -15,6% en septiembre de 2008- los Kirchner buscaron una fuente de ingresos menos exigente estatizando el sistema previsional.

El protectorado material de Chávez fue más amplio en el área energética. En 2004, el desabastecimiento obligó a Kirchner a suspender las exportaciones de gas a Chile. El auxilio llegó a través del antiguo «Comandante Fausto», Alí Rodríguez, actual secretario general de la Unasur y por entonces presidente de Pdvsa. Fue él quien ideó el fideicomiso binacional para el trueque de alimentos por combustibles, que ha sido el eslabón más firme y controvertido del amorío entre kirchneristas y chavistas.

En el nexo energético están presentes los rasgos de un estilo inconfundible, común a los Kirchner y a Chávez: la predilección por las relaciones comerciales interestatales. La receta inaugurada con Venezuela se ensaya ahora con Angola, con Azerbaiján y, es muy probable, con Irán.

La ineficiencia es el otro rasgo de familia que aparece en estos intercambios. El fuel oil y el petróleo no venían, en general, de Venezuela, sino de otros mercados. La estatal Enarsa gastó fortunas en explorar la faja del Orinoco sin obtener reserva alguna. También iba a instalar 600 estaciones de servicio con Pdvsa, de las que se construyeron sólo dos. La planta regasificadora de Bahía Blanca quedó en veremos. Y Pdvsa no exploró uno solo de los bloques off shore asignados a Enarsa, como había prometido. Esta inoperancia militante adquirió rasgos de realismo mágico en aquella imagen de Kirchner y Chávez trazando con el dedo en un mapa de América del Sur el gasoducto de 4000 kilómetros que uniría el Caribe con el Plata.

El fideicomiso de la energía manchó la unión con Chávez con la sombra de la corrupción. La valija con 800.000 dólares de Guido Antonini Wilson y la embajada paralela denunciada por el diplomático Eduardo Sadous son estampas imborrables de la poco edificante peripecia moral del kirchnerismo.

Es posible que el rédito más alentador de la conjunción bolivariana sea el incremento del comercio, que saltó de 100 a 1500 millones de dólares anuales, gracias al trabajo poco resonante de Eduardo Sigal, el ex secretario de Comercio Alfredo Chiaradia y la ex embajadora en Caracas Alicia Castro.

Más allá de su dimensión utilitaria, ¿el chavismo ha sido para el kirchnerismo un espejo que adelanta, un modelo de llegada? El lugar común dice que sí. Pero el nexo entre ambas experiencias es intrincado.

La política exterior de los Kirchner se sirvió del idilio con Chávez como una variable dependiente de su progresivo alejamiento de Estados Unidos. Esa camaradería fue explicada primero como una forma de evitar que Chávez se sumara al «eje del mal». Casi un servicio a Washington. Pero cuando el FMI postergó, en agosto de 2004, la aprobación del programa argentino, Kirchner se entregó, despechado, a los brazos del emir caribeño. En noviembre de 2005 vapuleó a George W. Bush en Mar del Plata, mientras organizaba con su socio una contracumbre de las Américas. En diciembre de 2007, cuando desde los tribunales de Miami trascendió que los dólares de Antonini estaban destinados a la campaña de su esposa, el ex presidente se sumó a la desopilante patrulla de rescate de rehenes de la FARC en la selva colombiana. Dos meses después Cristina Kirchner invitó a Chávez a insultar desde Buenos Aires al presidente de Estados Unidos, que visitaba Montevideo. Este juego triangular prefiguró la relación con Irán, cuya vuelta de campana no se explica si se excluye a Estados Unidos como referencia permanente de la política exterior.

Las adhesiones y rechazos con Caracas y Washington estuvieron dirigidos, sobre todo, a una audiencia doméstica: haciéndole la segunda voz a la melodía antiimperialista del chavismo, los Kirchner halagaban a su clientela de izquierda, que ve en el «socialismo del siglo XXI» un relanzamiento de la revolución cubana y que encontró a menudo en Pdvsa una caja amiga. También sembraron una contradicción entre sus adversarios: Chávez tiene innumerables feligreses en el FAP, la UCR y la CGT de Moyano, lo que revela la extensión del consenso que subyace hoy a la política argentina.

Sin embargo, el kirchnerismo ha mantenido con Caracas un alineamiento político mucho menos automático que el que lo ata a las administraciones brasileñas del PT, con las que las disonancias son sólo comerciales. En la intimidad, la Presidenta se ha mostrado escéptica sobre el conflicto de Chávez con los gobiernos norteamericanos, sobre todo por el compromiso comercial de Venezuela con Estados Unidos. Y a menudo ha criticado, en voz baja, el militarismo armamentista de su amigo fallecido. Estas reservas se expresaron en la negativa a incorporarse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

Otras similitudes harían pensar que los Kirchner, sobre todo Cristina, encontraron en Chávez a un inspirador: la demonización de la prensa independiente, el avasallamiento de la Justicia, el reeleccionismo indefinido, las intervenciones sobre la economía, el culto a la personalidad del que manda. Pero es más probable que ese parecido sea hijo de una concepción populista que no necesita recurrir a la imitación porque se basta a sí misma. Las inclinaciones que se habrían contagiado del chavismo ya estaban presentes en los Kirchner cuando gobernaban Santa Cruz. Además, a ellos no les hace falta alargar la vista hasta Venezuela para aprender esa lección. Les alcanza con el magisterio del general Perón, de quien el coronel Chávez se consideró siempre un discípulo.

Ahora que el gobierno venezolano fue heredado por Nicolás Maduro, este parentesco estará sometido a un ajuste (…)».