Una señal de que el gobierno demoró en tomar conciencia de la importancia que adquiría rápidamente el desarrollo de la marcha de protesta ocurrida ayer es que, después de haber concedido horas antes la autorización para que medios periodísticos pudieran sobrevolar la ciudad para cubrir desde el aire las distintas manifestaciones, resolvió suspenderla sin mayores explicaciones. Los helicópteros contratados debieron quedar en tierra mientras las concentraciones barriales crecían de manera sostenida. De nada valieron los argumentos legales esgrimidos, en tanto la televisión capitalina mostraba cada una de las reuniones que marchaban sobre la Plaza de la República y desde allí hacia la Plaza de Mayo. La preocupación se había instalado con crudeza en el corazón del oficialismo, en tanto Cristina Fernández resolvió declarar que nada modificaría el rumbo que había impuesto a su gestión presidencial.
Estas palabras llegaron hasta la muchedumbre y con seguridad sirvieron para impulsar y acrecentar más todavía a la protesta. Cristina evidenció una falta de cintura política, la ausencia total del tacto tan necesario en las actuales circunstancias y confirmó las alteraciones que registra su personalidad. Ayer, el I.P. publicó un detallado informe sobre la enfermedad que surge de la afectación de sus lóbulos frontales y la medida en que este tema, que se volverá principal, ya ingresó con firmeza en el campo de las especulaciones y las expectativas. Desde tiempo atrás, nos referimos a este asunto de primordial y obvia importancia y señalamos que los avances del problema incidirían poco a poco en el comportamiento psicológico de la presidente de nuestra ex República. Sin embargo, no fueron muchos los que repararon en este asunto que de todos modos pasó a formar parte de la comidilla que en voz muy baja circula en los altos niveles del oficialismo.
Como esta clase de asuntos no puede ocultarse indefinidamente, con el correr de los días se ampliaron los comentarios que hicieron que cada aparición pública de Cristina Fernández generara comentarios sobre su capacidad -o incapacidad- para atender la administración del Estado. Por ejemplo, medio en sorna y medio en serio, hasta la opinión pública menos politizada evaluó con inquietud los detalles más salientes de los dichos y formas con que Cristina se expresa en sus largas intervenciones a través de la cadena oficial. Realmente, las reflexiones presidenciales, los consejos que llegaron hasta la curiosa afirmación que el reelecto presidente norteamericano, Obama, habría copiado “el modelo” cristinista, hicieron que se reúna una suerte de nomenclador de los dichos presidenciales, con el agregado de los errores históricos que abundan en sus exposiciones. Al principio, esto fue tomado como una gracia, una excentricidad digna de mejor causa, pero la insistencia en este pensamiento, la malhadada frase con la que Cristina sostuvo que “se pueden quedar con la Fragata pero no con nuestra soberanía” sin reparar que precisamente la soberanía es ínsita al Buque Escuela, por ser el navío insignia de nuestra Armada, desató una especie de movilización popular que ayer se reflejó, en parte, con las remeras que se vendían en las cercanías del Obelisco. Impresas con la imagen de la Fragata con sus velas desplegadas y su nombre en el pecho de los usuarios, se convirtió en uno de los emblemas de la concentración. Este tema, sumado a los errores de los ministros que intervinieron para llevarla a hacer puerto en Ghana, demostró cómo hay valores que sobreviven a la propaganda contraria y que están afincados para siempre en el alma colectiva del pueblo argentino.
Sin duda, ésta y otras cuestiones configuran un ánimo que se extiende por encima de otros problemas puntuales que hacen a la economía y a través de ella a la afectación de los paradigmas que han resistido a las peroratas presidenciales. A nadie le gusta que le prohíban refugiarse en monedas fuertes para sortear los avatares de la inflación y que al mismo tiempo sea la propia presidente de la Nación quien niegue la medida oficial que hace efectiva esa prohibición. La gente de los segmentos más cultos, cuyo trabajo genera los recursos fiscales para que la administración lleve adelante una política de favoritismos para conquistar votos y disfrazar la realidad que evite una explosión social, queda agregada a los reclamos populares que insisten inútilmente en defender su salario reducido por un impuesto a las ganancias que el gobierno cobra para tapar los agujeros que produce desordenadamente en el conjunto de la economía. El campo, eterno salvavidas de los errores gubernamentales, sabe y avisó que esta vez la producción quedará limitada por la naturaleza y los errores del gobierno. La cosecha de trigo ha caído hasta tal punto que peligran las necesidades del consumo local -sería el colmo que debamos importarlo- y el precio de la carne sube por la reducción progresiva de la oferta. Los productores deben vender para afrontar sus obligaciones impositivas, que crecen día a día, y hoy asistimos al espectáculo de la disminución progresiva de los rodeos ganaderos.
Técnicamente, las dificultades son mayores pero no vamos abundar en ellas porque ya son conocidas por todos, lo que incluye la caída vertical de las reservas y la imposición de circunstancias que obligarán afrontar de manera acumulada la necesidad de afrontar pagos de la deuda externa. En el campo político se suceden las reuniones y consultas entre dirigentes que jamás se habrían juntado para intercambiar ideas y explorar soluciones, en tanto vamos a insistir una vez más en el papel que deberá jugar la Suprema Corte de Justicia. Hace tiempo que mencionamos y explicamos las razones básicas de este asunto que ya registra inquietudes públicas por parte de numerosas personalidades que reclaman por la independencia del Poder Judicial. Concurrentemente, no son pocos quienes avanzan con el estudio de las prevaricaciones de jueces en el ámbito penal que han desplegado actitudes persecutorias con las que se podrían escribir un libro de alcances terroríficos. El listado de los hechos es profuso y va desde centenares de testigos que deben exponer sus testimonios en pocas horas -el tratamiento de las causas 1282, 1349, 1415, 1492, 1510, 1545, 1668, 1669, 1273, 1286 o 1289, sólo por citar algunas, reúne hechos insólitos- hasta la negativa de cumplir con la obligación constitucional de autorizar la libertad transitoria de venerables ancianos enfermos que, por añadidura, están resguardados en calabozos ubicados en los pabellones de delincuentes comunes. El temario de estas anomalías es profuso y llegará en su momento hasta los estamentos internacionales, con el consiguiente escándalo. Por cierto, hay jueces y jueces, lo que se comprobará en su momento, sobre todo porque existen elementos públicos francamente reveladores y entre ellos, los referidos al comportamiento de testigos que son preparados previamente para que su exposición se ajuste a las sentencias que serán dictadas. Así, los hechos son públicos y conocidos y entre ellos pueden destacarse aquellos relacionados con la singular situación de testigos que en la guerra antisubversiva fueron colaboradores de las Fuerzas Legales, colaboración por la que recibieron retribuciones generosas que ahora se engrosaron con los pagos realizados por el propio gobierno, directamente, a través del CELS o de “las madres y abuelas de la Plaza de Mayo” con los consiguientes beneficios para los intermediarios. Esto también es conocido y por lo que se afirmó en su momento podrá integrar un cúmulo informativo que en forma de libro (o libros) llegará a la opinión pública y cuya trama podría extenderse por el ámbito regional.
Esta situación digna de una sociedad enferma que pese a ello no exime de culpas y responsabilidades de las que se deberá dar cuenta, forma parte de lo que ya es un lugar común como consecuencia de la movilización de más de un millón de personas que ayer en todo el país -capitales, ciudades importantes o simplemente barrios, embajadas en el exterior y, por cierto, en la prensa extranjera- forma parte del “día después”. Hoy, las miradas estarán puestas en la Quinta de Olivos y en la Casa Rosada, desde donde Cristina podrá insistir en que lo ocurrido “no le doblará la mano” en tantos otros funcionarios, más realistas, preferirían una mayor prudencia, una cautela que debería aumentar con el correr de los días, en busca de un resguardo difícil o de negociaciones impredecibles. Todo es posible en la Argentina de este presente tan conflictivo, que en el seno de la misma Iglesia se habla de “la necesidad de evitar a toda costa una trágica guerra civil”. Hasta esto ha llegado el kirchnerismo con todas sus derivaciones.
Carlos Manuel Acuña/informadorpublico.com