BUENOS AIRES — Se hace difícil el retiro. Es comprensible. A la edad en que otros profesionales están despegando, a los futbolistas se les acaba el piolín. Y la vida debe continuar.
El caso de Riquelme, aunque su decisión fue inesperada, parecía diferenciarse de esta lógica. En las escasas señales que envió luego de anunciar que abandonaba Boca, hizo saber que estaba muy contento disfrutando del ocio y del fútbol despreocupado junto a sus amigos.
Muchos dirán que no alcanza para colmar las expectativas de un adulto. Sin embargo, Riquelme no inducía a pensar que extrañaba las luces del centro, el ajetreo de su etapa productiva.
En una conferencia de prensa ofrecida el mes pasado a la que nos referimos en este mismo espacio, confirmó que no estaba en sus planes regresar al club del que se hizo ídolo. Desestimó la supuesta pica con el DT Falcioni y atribuyó la despedida a su edad. «No vuelvo más», dijo barriendo cualquier duda.
La claridad de Riquelme facilitaba el duelo para los hinchas (igual al de los enamorados) y abortaba la posibilidad de que sus compañeros continuaran apegados a un liderazgo en ausencia.
Con el tiempo (poco tiempo) tal contundencia cedió y Riquelme reveló, en un gesto típicamente maradoniano (justo él), que si su hijo se lo pedía tal vez retomara el fútbol. ¿Dónde? No lo dijo.
Eso de subordinar las decisiones centrales de la vida a los pareceres fugaces de un niño es una injusticia (para con el niño) a la que los futbolistas suelen acudir. Tal vez los hace sentir mejores padres.
El efecto, que se mantuvo hasta estos días, fue el renacimiento de la esperanza de quienes tanto lo extrañan. La ambigüedad -más los rumores de que estaría dispuesto a estudiar ofertas- estimula al público de distintos clubes, chicos y grandes. El deseo de recuperarlo, antes patrimonio exclusivo de Boca, se extendió a otras instituciones.
El nuevo eslabón lo sumó Américo Gallego. Dijo que la semana que viene le propondrá a Riquelme calzarse de nuevo los cortos para jugar en Independiente. La plata para la aventura, agregó, la acercaría un grupo de inversionistas.
De modo que ahora, la gran ilusión, expandida por la potencia que tienen la palabra y la presencia de Gallego en la tribuna, se ha instalado en la zona de Avellaneda.
¿Excesivo optimismo de Gallego (también mencionó a Forlán) luego de esta racha ascendente de sus dirigidos? ¿Balas de fogueo? ¿Encuentro con chances de prosperar porque Riquelme consideraría la oferta?
Para acabar con la larga serie de especulaciones, el ex diez de Boca debería retomar la firmeza que exhibió cuando dijo nunca más. De lo contrario, las operaciones en su nombre podrían convertirse en un argumento político para entrenadores o dirigentes en tiempos de urgencia.
Claro, Riquelme no tiene la culpa. Pero sí puede terminar con las fantasías que despiertan algunos exilados señalando con todas las letras qué piensa hacer.
Fuente: ESPN