Argentina hizo la diferencia de la mano de Lionel Messi y goleó 3 a 0 a Uruguay

Partido cerrado. Hermético. Mucha lucha. Poco espacio. Bastante marca. Escaso riesgo. Confrontación equilibrada. Estilos contrapuestos. Uno intenta. El otro resiste. El albiceleste edifica. El celeste demuele.

Partido cerrado. Hermético. Mucha lucha. Poco espacio. Bastante marca. Escaso riesgo. Confrontación equilibrada. Estilos contrapuestos. Uno intenta. El otro resiste. El albiceleste edifica. El celeste demuele. El ingenio avanza. La razón aguanta. La paciencia tiene una lucha sin cuartel con la ansiedad. Pero algo irrumpe. Y rompe. Es que Argentina tiene un Angel. También un Mesías. Minuto 65. Di María mete desde la izquierda una pelota a las entrañas del área y allí, Messi, sí, él, la empuja al fondo de la red. Y allí comienza el cierre de una pelea dura. Pero que desde ese tanto se resolvió de una manera inusitada. Porque esa conquista rosarina fue el origen de un final impensado. Es que en sólo 14 minutos Argentina noqueó a un Uruguay que hasta ahí había hecho gala de una defensa férrea. A tal punto que una goleada era el puerto utopía para el conjunto de Sabella.

Tras ese gol de apertura, Uruguay tuvo que arriesgar, y apenas avanzó unos metros, recibió una réplica contundente, determinante. Messi y Di María combinaron para que Agüero, por el medio, desate la felicidad total con el segundo gol. Y si faltaba algo más para enceguecer a los uruguayos, otro flash de la Pulga fue fulminante. Un tiro libre que de manera certera introdujo la pelota pegada al palo izquierdo de un desesperado Muslera. 3 a 0. El equipo de Tabárez no se levantó más. Y Mendoza y el país rugió en la confortable noche cuyana.

Relatado así parece simple. Pero no lo fue. Sólo un equipo con individualidades tan distinguidas puede en un puñado de minutos resolver un conflicto que a todas luces parecía irreductible. Es que el partido tuvo su derrotero previo por el territorio que abonó el equipo uruguayo, donde la huella de la marca y en los espacios reducidos les garantizaban a los charrúas la previsibilidad. Un camino que se veía favorecido por la permisividad del árbitro brasileño Leandro Vuaden. Ya que ningún roce le generaba duda, no sancionaba. Así Argentina debía enarbolar la bandera de la paciencia a través del pase constante para lograr ensamblar el juego pretendido. Y en ese contexto era clave la aparición de las pequeñas sociedades. Pero no. El primer tiempo se diluyó entre la fortaleza que armó Tabárez del medio hacia atrás y en algunos destellos de Messi, quien sustentado en la fantasía de su inteligencia procuró quebrar el cerrojo oriental. Y si bien estuvo cerca de lograrlo a los 27 con una apilada en un metro cuadrado y posterior remate sutil por elevación, la pelota caprichosa se fue suspirando el travesaño. Como así en el episodio siguiente ejecutó un tiro libre que Muslera sacó al córner.

Hasta allí la usina albiceleste dependía de algún encuentro Messi-Gago-Agüero o de un osado remate de Di María. Pero no. La trinchera de Alvaro González, Gargano y Arévalo Ríos hasta allí resistía estoica.

Así hasta que llegó el complemento. Y con él esos 14 minutos de gloria. Como el cerro que aquí existe. Allí donde Messi y sus compañeros llegaron para ahora seguir su sendero tras Los Andes. Con una gran victoria en las valijas.

Fuente: La Capital