Aunque el Pelado sigue con fuerza y Passarella no quiere ir al pie de Ramón, un mal resultado contra Arsenal dejaría a los dos de rodillas. Por eso el presidente prende velas. Y el DT, reza…
Almeyda está en Pampa y el Viaducto.
Solo.
Abandonado a su suerte.
A su suerte y a la de los jugadores que ponga en la cancha de Arsenal.
Este es “el” partido.
El lo sabe. Los dirigentes lo juran. La derrota contra Racing le concedió 90 minutos más de gracia (o de desgracia, según la óptica con que se mire). Pero a partir de ahora es minuto a minuto, como en el rating televisivo. Con el equipo en la zona roja, compartiendo posiciones de descenso con Unión e Independiente, ya no es más paso a paso. Ni partido a partido. En estas condiciones, un triunfo equivale a una hora y media más en el banco al siguiente fin de semana. Una vez que los números no acechen, Dios sabrá. Y a la luz de los resultados, Almeyda, como algún otro colega, no tiene el celular. Ni siquiera el fijo.
Repuesto después de un domingo durísimo para él y su familia, que incluyó algunas lágrimas de su esposa Luciana a la salida del vestuario, el Pelado recobró las energías. Y como garantizó a bordo de su Fiat 500 casi dos horas después del gol de Cahais, va a dar lucha. “Hasta morir”, según les confesó a sus íntimos. Justamente.
Ahora, ¿es suficiente sólo con la fuerza que dice tener el entrenador? No. Este es el momento en donde se ven los hombres. MJ precisa de los jugadores. Porque de los dirigentes ya no espera más nada. Aunque Passarella lo haya llamado el viernes y el sábado y aunque probablemente lo llame hoy otra vez. Con el presidente, se sabe, no lo une el amor sino el espanto: el espanto que Daniel Alberto siente por Ramón Díaz.
El escenario es tan esquizofrénico como sus protagonistas. Ninguno está seguro de lo que hace el otro. Ni de lo que dice. De hecho, el presidente echó a rodar la versión de que el miércoles Almeyda había renunciado y él tuvo que convencerlo, cosa que el DT desmiente. Y en este clima, el Pelado sólo confía en su fuerza interior, en su extensa experiencia de batallador en la adversidad. Aunque quiere evaluar cómo repercute semejante desgaste en sus hijas y en sus padres. No hay River que justifique el dolor de su seres más queridos. El Pelado no hará una concentración más extensa que la habitual, como se rumoreó. Esta semana sólo retomará la rutina del doble turno, y será mañana. Después, tal cual aconsejó Alfredo Davicce, se llamará a silencio. Su idea, hoy, es no conceder entrevistas ni hacer conferencias hasta el partido del domingo por la tarde. El resultado definirá si su boca se abre. Y también las palabras de su discurso público.
Los dirigentes, mientras, caminan por las paredes. Quemados con leche, ven la tabla de promedios y lloran. No entienden cómo el entrenador volvió a tropezar dos veces con la misma conformación del banco: una vez más, dos volantes centrales (Ledesma y Cirigliano) y ningún defensor al que echar mano ante la lesión de Maidana. Un detalle, una anécdota tal vez al lado del escaso juego y los magros resultados, pero una enorme historia en el contexto de este conteo de costillas permanente al que la CD lo sometió desde la derrota frente a Vélez. El tiempo acecha. Luego de Arsenal se vienen Godoy Cruz, Quilmes y Boca. Y para el superclásico, los directivos quieren un técnico firme. No uno al que dejaron en Pampa y el Viaducto.
Fuente: Olè