Emergencia en Alepo: el infierno de una ciudad sitiada por la guerra

El miedo a las granadas que estallan en la calle. La escasez de pan. La nafta y el gas para cocinar desaparecieron. Dice un opositor siteado, como decenas de miles: “El régimen nos ha cortado la electricidad y no permite la entrada de productos”, afirma. “Así nos castiga, así nos mata de hambre”. Aquí, un crudo reporte de la agencia DPA sobre lo que está pasando en estos momentos en Siria.
Alepo es una ciudad fantasma: quien no ha huido está atrapado en una trampa mortal. Casi nadie se atreve a salir a la calle, en medio del lanzamiento de granadas. Y en la poblada ciudad comienza a escasear el pan.

Las imágenes de la televisión de los equipos internacionales que logran entrar en la metrópolis del norte muestran calles vacías y edificios dañados. Las fachadas están llenas de agujeros, testigos de los disparos de misiles y granadas. Unas 200.000 personas huyeron sólo el pasado fin de semana, según calcula el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

Desde entonces continúa la ofensiva de las tropas del gobierno de Bashar al Assad contra la oposición del Ejército Libre de Siria (ELS). Ya cuando el Ejército comenzó a reunir gran cantidad de efectivos en torno a la ciudad, muchos aprovecharon la ocasión para escapar. La mayoría se marchó a la casa de familiares dentro del país, pero otros cruzaron la frontera con Turquía, Líbano o incluso Jordania.

Los cooperantes de ACNUR no pueden precisar aún cuántos civiles continúan en Alepo. Ante la actual intensidad de los combates, muchos están atrapados en una auténtica trampa: quien decide huir, se arriesga a caer entre los dos frentes o a perder la vida entre las granadas lanzadas por el régimen.

La televisión Al Yazira mostraba el martes a un hombre que empacaba sus pertenencias sobre el techo de su automóvil. Y es que todos se ven obligados a calibrar qué pesa más, si el infierno de Alepo o los peligros de la huida.

Cuando se ve gente en las calles, están haciendo cola para comprar pan. En el barrio de Salihin, donde los combatientes rebeldes tomaron el control el martes de un importante puesto de vigilancia de la policía, siguen funcionando tres panaderías, que tienen que abastecer a siete barrios y no pueden seguir cubriendo las necesidades, cuenta el activista Walid Salaheddin a dpa por teléfono satelital.

«El régimen nos ha cortado la electricidad y no permite la entrada de productos», afirma. «Así nos castiga, así nos mata de hambre».

En las zonas controladas por los rebeldes, reparten lo que pueden, afirma Salaheddin. Pero cuando vuelven los ataques, nadie puede moverse por la ciudad para llevar algo a alguien. Incluso las ambulancias y los hospitales de campaña son atacados por las tropas del régimen.

La gasolina y el gas de cocinar son inaccesibles para los civiles, afirman testigos. Los rebeldes no pueden dar lo que tienen, porque lo necesitan para el transporte de sus combatientes y heridos.

Ni siquiera las organizaciones internacionales pueden hacerse una imagen exacta de la situación. Los trabajadores locales están expuestos a los mismos riesgos que el resto de los habitantes. Unas 15.000 personas amedrentadas se refugian en escuelas, residencias de estudiantes, mezquitas y otros edificios públicos, explicaba la portavoz de ACNUR Melissa Fleming en Ginebra. «Esperan salvarse así de los continuos disparos de granadas».

Fuente: Weedah Hamzah y Gregor Mayer, DPA.