UN TIRANO UNIVERSAL

UN TIRANO UNIVERSAL

Animales de compañía, por Juan Manuel de Prada

En algún artículo anterior hemos glosado el modus operandi de todas las tiranías que en el mundo han sido, que no es otro sino el deterioro y paulatina destrucción de los vínculos humanos (los lazos comunitarios que los hombres entablan entre sí, para hacerse fuertes) y su sustitución por unos ‘hipervínculos’ propagandísticos que, a la vez que aíslan a los hombres entre sí, los someten a un poder de apariencia próvida y hospitalaria.

De la destrucción de los vínculos humanos tenemos pruebas por doquier, desde la plaga del divorcio (por citar el ámbito familiar) al rifirrafe ideológico (por citar el ámbito de la comunidad política), que convierten nuestra convivencia en un campo de Agramante; y en ese campo de Agramante donde todos andamos a la greña, donde ha desaparecido todo sentimiento de pertenencia y las adhesiones duraderas se han tornado frágiles y adventicias, el tirano puede presentarse como el último refugio que al hombre le resta, si desea satisfacer su maltrecho anhelo de unidad.

Pero ¿qué distingue la tiranía propia de nuestro tiempo de cualquier otra tiranía que en el mundo haya sido? Donoso Cortés lo explicaba con clarividencia hace ya siglo y medio: «En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Hoy, señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso… Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales, porque todos los ánimos están divididos, y todos los patriotismos están muertos».

Las estrategias de este nuevo tirano universal que hace de nuestra división su principal fuerza saltan a la vista: y todas ellas convergen en la constitución de un Nuevo Orden Mundial (NOM) caracterizado por una concentración de poder como en ninguna otra época de la historia ha existido; una concentración de poder ante la cual los Estados se convierten en marionetas o lacayos y las comunidades humanas sucumben, víctimas de una inicua ingeniería social.

Vemos, por un lado, a este Nuevo Orden Mundial colonizar los organismos y conferencias internacionales, inspirando y financiando lobis y programas `educativos´ que redefinen constantemente los derechos humanos y que, bendecidos desde instancias como la ONU o la Unión Europea, crean un espejismo de `consenso internacional´ que acaba corrompiendo el lenguaje político y las leyes. Así, el Nuevo Orden Mundial impone una nueva y más sibilina forma de tiranía que, a diferencia de las tiranías de antaño, ya no actúa desde una esfera política exterior, sino modelando a su gusto y conveniencia la esfera interior o conciencia de los individuos.

Y vemos también cómo este Nuevo Orden Mundial, mediante arriesgadas operaciones especulativas, se apodera de las finanzas y se enseñorea sobre el crédito; y –como ya anticipase Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno– «administra la sangre de la que vive toda la economía y tiene en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad». Tal dominación económica ha terminado por convertir a los Estados en peleles a su servicio, a quienes no resta otra salida sino obedecer los mandatos del Nuevo Orden Mundial, que expolia y somete a condiciones laborales cada vez más indignas a las comunidades humanas. Y estas, reducidas a una masa amorfa y presas del pánico, acaban viendo en este Nuevo Orden Mundial la única salvación posible ante las calamidades que él mismo ha originado.

Este Nuevo Orden Mundial derriba o tutela gobiernos, monopoliza el poder económico, controla la educación, promueve un nuevo orden antropológico y hasta postula una nueva religión sincrética, fundada sobre una adoración del progreso y una falsa filantropía. El profeta Daniel ya anticipó su emergencia, hace muchos siglos, cuando anunció el advenimiento de un poder que, tras vencer o someter a los reyes de la tierra, acaudillaría «con poder omnímodo» una gran confederación de naciones. Solo una institución se atreve a discutir su primacía; una institución que, paradójicamente, también tiene vocación universal,( La Iglesia católica) pero que cree en los vínculos humanos fuertes, y en la divina ligazón que los hace posibles. A combatir encarnizadamente en todos los frentes a esa institución (infiltrándose, incluso, en su seno) dedicará sus esfuerzos este Nuevo Orden Mundial en los próximos años. Pero está escrito: non praevalebunt.